Por: Martín Santiváñez
Lo confieso, la entrevista de Moisés Naím al presidente Humala me ha dejado preocupado. Si analizamos las respuestas de nuestro guardián socrático muy pronto llegamos a una conclusión: la bipolaridad se mantiene intacta, aunque escondida. Basta con observar la calidad de los argumentos, el dogmatismo sumergido, la ingenuidad de todas y cada una de las conclusiones. Ollanta, desafiando a la evidencia, no renuncia a su estatismo primitivo, a esa aproximación maniquea y velasquista de la realidad política que confluye en una idea: solo el Estado salvará al Perú.
La del humalismo, por supuesto, es una visión simplista de lo que es el Perú y de lo que necesita nuestro gran país. La entrevista de Naím a Humala demuestra que el Presidente en vez de atenuar su estatismo, lo ha disfrazado, civilizándolo en el vocabulario. Esto ratifica que el señor Humala no ha aprendido una lección fundamental del ejercicio del poder: "gobierna sobre la realidad, no sobre el espejismo de tus deseos". Cuando la ingenuidad, el voluntarismo o el "modelo" de los falsos tecnócratas reemplazan al sentido común se crean híbridos peligrosos y políticamente nocivos como Qali Warma. Por otra parte, Humala señala al sicariato de Arbizu como uno de sus logros. Se equivoca. Un Estado parcial es un Estado precario. El humalismo en acción, el humalismo que confía ciegamente en un Estado parcial, ineficaz y precario otorgándole recursos sin ánimo reformar su estructura, solo sirve para regalar paté, viruta y coliformes mientras persigue descaradamente a sus enemigos políticos. El discurso que defiende un Estado en estas condiciones es peligroso porque legitima el descontrol y fomenta la venganza zelote.
Este es, infelizmente, el vocabulario político del humalismo, un dialecto sembrado de inferencias de dudosa causalidad, de viejas consignas estatolátricas y, sobre todo, de esa ideología infantiloide propia de manuales mal redactados de educación cívica. Por un lado, el Presidente supo reconocer ante Naím que es "difícil mover al Estado". Sin embargo, es él quien se empeña en que los miembros particularmente necrosados de ese Estado ineficiente (Qali Warma y sus coliformes) se dediquen a malgastar los recursos públicos sin control y estrategia de gerencia. La confianza, la fe ciega del Presidente en el Estado sería una anécdota política si no costara dinero a todos los peruanos. La cuestión es que esa confianza se asemeja a la terca ceguera del aquel que no quiere ver la raíz del problema. Presidente Humala, el Estado no es la solución. El Estado, fíjese usted bien, ¡el Estado es el problema!
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