Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Publicado en El Pollo Farsante el 25 de noviembre de 2021
No hay semana que no salte un nuevo escándalo en este gobierno. Tras el despelote internacional generado por la premier Mirtha Vásquez, al amenazar con cerrar cuatro minas manu militari, le siguió la bochornosa noticia de que la Fiscalía halló 20 000 dólares ocultos en un baño de Palacio de Gobierno, de cuya procedencia se ha especulado mucho en estas horas, pero que no deja duda de que algo sucio se escondía en ese baño.
La verdad es que la paciencia de la población empieza a colmarse. Incluso en sectores de izquierda hay muestras de fastidio y hasta pedidos de vacancia. Claro, hablamos de la izquierda pensante, porque la otra, la izquierda bruta y achorada, sigue invocando la corrupción de Fujimori para cubrirlo todo, como han venido haciendo en los últimos veinte años, que es la época de mayor corrupción de toda la historia y cuyo cénit estamos viendo ahora.
En definitiva, la vacancia por incapacidad moral es una salida que cada día cobra más fuerza. Y habría que ponerse a trabajar seriamente en ese proyecto. El asunto es preparar el escenario, porque no se trata solo de pararse en el estrado y pedir a gritos la vacancia ante el pleno, como hizo la congresista Patricia Chirinos motu proprio —un arrebato que, lo más probable, acabe en nada y deje mal parada a la oposición—. Esa no es la manera. Incluso de prosperar ese exabrupto hasta la vacancia efectiva, podría generar reacciones adversas.
No se trata de incendiar la pradera con un acto de guerra política de parte del Congreso y agravar la crisis, sino de darle al país una salida a la crisis política generada por el Gobierno, de manera que la población sienta un alivio y no un encono contra el Congreso. Para esto hay que trabajar preparando el cadalso, aprovechando cada error que comete el Gobierno para sumarlo a la lista de acusaciones que le serán leídas el día de su ejecución, pero, sobre todo, haciendo una campaña de divulgación que instale en la mente de los peruanos la necesidad de vacar a este presidente por incapaz e inmoral, para recuperar el buen rumbo de la nación.
Cada semana se hunde más Pedro Castillo. Es algo inevitable, pues se trata de un sujeto básico, sin mayor preparación. El pobre hombrecillo no sabe dónde está parado. Cree que gobernar consiste en seguir el oficio de charlatán de plazuela y agitador de masas. Su única experiencia en la vida es la del activista sindical, como parte de una mafia de extorsión que busca ganar su propia parcela de poder en el magisterio. De hecho, ese sigue siendo su entorno en el poder. Las consecuencias de rodearse de esa gentuza es vivir de escándalo en escándalo. No hay, pues, manera de que el país aguante cinco años con este lumpen en Palacio de Gobierno.
La pregunta es qué va a pasar luego de la vacancia de Pedro Castillo, pues le correspondería asumir a Dina Boluarte, que no significa nada mejor. Se pueden hacer dos cosas: primero, conminar a Dina Boluarte a que renuncie y que se nombre un gobierno de transición, emanado del Congreso, con un amplio consenso, el cual —luego de hacer las reformas indispensables a las normas electorales y al régimen de partidos— convoque a nuevas elecciones. Incluso podría reformarse previamente la Constitución para crear un Senado.
La segunda opción es que Dina Boluarte asuma, pero formando un gobierno de consenso con los principales partidos representados en el Congreso. Es decir, no sería un gobierno de Perú Libre —que hace rato dejó de ser el partido de gobierno—, sino de todos los partidos. Es lo que se llama un gobierno de ancha base. El problema de esta opción es que no habría liderazgo, porque la señora Boluarte no es precisamente alguien con carisma e inteligencia. Pero eso podría resolverse con facilidad dejando el Gobierno en manos del presidente del Consejo de Ministros, el cual tendría que ser alguien de mucha valía y experiencia, elegido por consenso.
Lo cierto es que Pedro Castillo ya debería ir poniendo sus barbas en remojo. Su salida más honorable sería renunciar a la Presidencia, habida cuenta de su incapacidad y desprestigio moral. Los tambores de la vacancia resuenan cada vez con más fuerza, porque han empezado a tocarse en diferentes sectores. La gente misma se lo grita en su cara. Incluso por amor propio, Pedro Castillo ya debería ir pensando en la posibilidad de renunciar antes de que lo echen del cargo. Que se conforme con haberse puesto la banda presidencial que jamás soñó tener.