Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Hoy los peruanos despertamos con un nuevo capítulo de la política peruana, convertida en una serie de intrigas, guerras de intereses y ansias de poder. Esta madrugada, el Congreso le negó la confianza al recientemente armado gabinete de Pedro Cateriano, tras su larga presentación de más de tres horas, en las que expuso una agenda de gobierno bastante ambiciosa, como si fuera el inicio y no el final de la gestión de Vizcarra. De inmediato han salido los analistas a condenar esta actitud del Congreso, llamándolos "irresponsables" por no usar la misma etiqueta que le achacaron al Congreso anterior, al que tildaron de "obstruccionista" para luego aplaudir su cierre.
Ya se ha dicho que en el Perú siempre podemos estar peor. Esta es la paradoja que nos deja la historia tras la disolución del Congreso anterior, al que se le hizo una guerra sin cuartel desde los medios de prensa al servicio de la mafia odebrechera caviar, con la consigna de destruir al fujimorismo en todos los frentes. Para nadie es un secreto que acá se desató una guerra política contra el fujimorismo montada desde la izquierda, y cuyo propósito es liquidar como sea a Fuerza Popular, apresar bajo cualquier pretexto a Keiko Fujimori para sacarla del escenario político y electoral, y cerrar al caballazo el Congreso de mayoría fujimorista, con apoyo de la prensa mermelera y la caviarada. Esta guerra está encubierta con falsas etiquetas como la "lucha contra la corrupción".
Lo que tenemos ahora es el resultado de esa guerra de destrucción de la política. El nuevo Congreso está dominado por improvisados arrimados a combis electorales que no tienen ninguna bandera política. Son como piratas a disposición de cualquier tipo de interés. Lo que queda de Fuerza Popular votó a favor del gabinete Cateriano, pese a ser uno de los más rabiosos antifujimoristas y defensor del golpe de Estado de Vizcarra. Por su parte la izquierda votó en contra, porque no les gusta el perfil pro empresa de Cateriano y su discurso pro minería. La bancada del viejo partido Acción Popular -asesorada por Yonhy Lescano- se dividió entre los que votaron en contra y se abstuvieron. Este es el Congreso que inventó Vizcarra tras el golpe de Estado y sus reformas electorales eliminando la reelección. Son contados con los dedos de una mano los congresistas capaces de emitir juicios razonables y en buen castellano.
Si hay que señalar a un responsable de este desastre político ese tiene que ser obviamente Vizcarra. No hay otro. Ha sido Vizcarra el que montó desde el principio su guerra política contra el Congreso y el fujimorismo, apoyando a los fiscales chacales que perseguían a Keiko y Alan García, combatiendo a todo aquel que no se alineara con la mafia caviar y el acuerdo entreguista con Odebrecht, como Pedro Chávarry y Tomás Galvez, imponiendo a la fuerza sus reformas políticas destinadas a debilitar al Congreso y a los partidos, convocando ilegalmente a un referendum y manipulando esas elecciones. Hoy Vizcarra cosecha lo que sembró. Ahora tiene un Congreso que no le tiene miedo y que -a diferencia del anterior- no está dispuesto a agachar la cabeza para que el dictador se la corte.
Vizcarra es responsable de la crisis por preferir la confrontación antes que el diálogo y el consenso. La política es el arte de lograr acuerdos, pero para Vizcarrra es el oficio de la guerra para destruir a todos los que no piensan como él ya que los ve como enemigos. Vizcarrra tiene la escuela del típico dictador latinoamericano que se cree el mesías, el salvador de la patria, el fundador de la nueva República, el que hará un antes y un después en la historia. Lamentablemente Vizcarra no es más que un sujeto mediocre, muy pobre de recursos intelectuales, carece de pericia política. De allí sus aires de dictador, su afán protagónico, su charlatanería barata, su demagogia populista, su patanería grotesca para confrontar al Congreso y entrometerse en otras instituciones y su desfachatez para dar un golpe de Estado express.
Los otros responsables son, desde luego, la prensa adulona que vive aplaudiendo cada gesto de Vizcarra sin ningún rubor, los ayayeros que lo encumbran como el gran presidente que no es, la chusma que lo apoya ciegamente porque le encanta el show de la guerra contra el Congreso y el fujiaprismo, guerra que la prensa les ha vendido como "lucha contra la corrupción" y contra el "Congreso obstruccionista". La culpa también es de los abogadillos oportunistas que fungen de constitucionalistas de alquiler, dispuestos a fabricar recursos retóricos y jurídicos para darle una apariencia de legalidad a las pachotadas anticonstitucionales de Vizcarra. Y la culpa es del TC que avaló el golpe en lugar de cumplir con su misión de defender la Constitución, la separación de poderes y la institucionalidad democrática.
Cuando todos creímos que tras el golpe de Estado que disolvió al caballazo el Congreso, y que tras la liquidación judicial del fujimorismo a cargo de los agentes de la mafia, las aguas se iban a calmar y que Vizcarra se iba a dedicar a gobernar, empezó esta pandemia que nos cogió con el gobierno más incompetente que se haya tenido en la historia, con un gabinete presidido por un incapaz como Zeballos y repleto de comunistas, y gente de segundo nivel, reciclados de la burocracia del humalismo. Todo eso nos llevó a la situación crítica que hoy vivimos, una pandemia sin control y una economía en crisis. Y cuando el agua empezó a llegarle al cuello al gobierno, Vizcarra dio un giro desesperado a la derecha y llamó a Cateriano.
No estaba tan mal la idea, pero el problema es que Cateriano tampoco es un sujeto dialogante que busque consensos. Además ya ha creado muchos anticuerpos en el ambiente político. Ya nadie le cree el show del diálogo con los partidos. El diálogo tiene que hacerse antes que cualquier otra cosa. El gabinete debería ser fruto del diálogo y del consenso de las fuerza políticas. No al revés. No se puede poner a alguien como Cateriano, un gallito de pelea sacado del galpón del humalismo y entrenado en la pelea a navaja contra el fujimorismo y el Apra, para luego ir a dialogar. Una muy mala estrategia de Vizcarra y un pésimo momento para Cateriano, quien cavó su propia tumba política.
Queda esperar a ver si Vizcarra aprendió la lección o insistirá en formar un gobierno por su propia cuenta y riesgo pese a no tener partido ni bancada. ¿Volverá los ojos a la izquierda o se atreverá a convocar a un outsider, un empresario que tenga valor de ponerse el fajín? Lo peor que podría suceder ahora es que Vizcarrra ante su orfandad política, se deje seducir nuevamente por la izquierda.