Desde mis primeros días de estudiante universitario me intrigó el mundo de la izquierda. Siempre los veía como seres especiales, bajados de alguna nave espacial, salían en fila al patio gritando consignas repetitivas con el puño en alto, como si fueran robots programados, zombies, idiotas o algo por el estilo. Parecía que le habían declarado la guerra a los EEUU y que se preparaban para un gran evento que no tardaría en llegar: el fin del capitalismo. Había una gran disciplina en ese conjunto de seres organizados en círculo, desarrollando un ritual primitivo, una actuación coordinada, propia de un teatro callejero, en una de esas obras aburridas que pocos entienden.
Los jóvenes de izquierda tenían una militancia religiosa. Eran como una nueva iglesia. Lo tenían todo: sus sagradas escrituras, sus profetas, sus mártires y una fe inquebrantable en su paraíso terrenal o su tierra prometida: el socialismo. Predicaban el advenimiento del nuevo orden mundial. Querían salvar al mundo del pecado del capitalismo y estaban ansiosos por iniciar su cruzada salvadora a la cual llamaban "lucha armada". Sus mensajes eran metafísicos. Hablaban del pueblo, la revolución, del imperialismo, las clases explotadas, etc. Nunca hablaban de nada concreto. Su mundo entero estaba en algún lugar de sus mentes.
Era evidente que los militantes de izquierda tenían algún tipo de problema mental. Para empezar, detestaban el mundo. Odiaban algo maléfico llamado "el sistema" o su equivalente "la estructura de poder". De hecho odiaban todo lo que en el mundo significara autoridad y orden. El fundamento de su militancia era el rechazo a todo símbolo de poder, empezando por los EEUU y terminando por toda la clase empresarial. No se salvaba ni la iglesia católica. Peor aun: no se salvaba ni Dios. Cualquier símbolo de poder era un enemigo declarado del izquierdista.
En consecuencia, los izquierdistas parecían ser ateos porque rechazaban a todas las religiones por ser "cómplices del poder", parte de la "estructura de poder" y un rezago de la "cultura decadente" que había que cambiar. Pero en el fondo eran creyentes a su manera. No hay que confundirlos con los auténticos ateos. Un izquierdista no es ateo sino antireligioso y contracultural.
En todo esto parece existir un problema de personalidad definido por el psicoanálisis como el rechazo a la figura paterna. Erick Fromm llegó a decir que en un comunista se advertía una confrontación encubierta contra su padre y su familia. Por ello la emprenden contra el mundo y en especial contra todo lo que en el mundo implica autoridad y orden. Incluso hay un rechazo encubierto a sus orígenes, expresado en el desprecio por la cultura predominante en el mundo. La aniquilación de todo lo existente en busca de algo nuevo es claramente una patología mental. No importa cuánta literatura y cuántas buenas intenciones se emplee en justificar semejantes actitudes.
Por otro lado es obvio que tan tremendos y nefastos planes requieren más que una noble justificación. Por ello se apela siempre a la "sensibilidad social" y a la defensa de los pobres. Ellos son señalados como la prueba válida y definitiva de que el mundo está mal. No hay un "progresista" que no llene su discurso con una gran cantidad de estadísticas que demuestran lo nefasto que es el mundo. Y todo ello, aseguran, es consecuencia de una "estructura de dominación mundial". Esto es como si el mundo entero estuviera poseído por el diablo. Por tanto hace falta el exorcismo de la izquierda para hacer de este mundo, un mundo feliz.
Tales características hacen de la izquierda un sector muy peligroso. Son alucinados que se sienten en capacidad y -más aun- en la "obligación moral" de reformar el mundo para crear la felicidad general. Son cruzados de una fe socialista que ya han identificado a sus enemigos y están dispuestos a cortarles la cabeza para salvar a la humanidad. Por ello no dudan en justificar la violencia y la muerte como los costos de su guerra santa. Ya los hemos visto actuar en sus guerrillas y terrorismos con los que ensangrentaron tantos pueblos. Y también los hemos visto sumir en la miseria a otros, luego de adueñarse del poder para no soltarlo.
Algún día, sin duda, cuando la psicopatología avance hasta reconocer las desviaciones mentales colectivas, el izquierdismo tendrá que ser catalogado como una enfermedad mental. Tendremos también que catalogar determinadas doctrinas en el inventario de drogas que afectan la mente. Pero mientras tanto, tendremos que vivir en guardia. Tenemos que vivir pendientes y vigilantes de la izquierda.