No podía demorar mucho el contagio de las ideas que se imponen en Uruguay y Argentina. Esta vez se trata del voto joven a los 16 años. Un editorial de La República nos presenta formalmente el debate con inexpugnables argumentos como “si se niega a los jóvenes la responsabilidad política también habría que negarles la responsabilidad penal”. Además, claro, de apelar a las siempre patéticas encuestas de opinión hechas a gente que no sabe ni quién es el ministro de economía. El debate del voto joven presentado de esta manera y con tales argumentos deja la sensación de que en la izquierda son incapaces de advertir la diferencia entre asesinar a un rival de pandilla y emitir un voto político. Tendrían que reflexionar un poco para percatarse de que cometer un delito o tener relaciones sexuales no exige mayor capacidad mental. En cambio la política sí lo exige, o al menos debería hacerlo.
En la mentalidad de izquierda, incorporar más gente en el padrón electoral se considera toda una “conquista social”. Pero esta clase de conquistas sociales no nos sirven para nada si no nos ayudan a elegir mejores gobernantes, que es para lo que finalmente sirven las elecciones. Peor aún: ¡producen el efecto contrario! Prostituyen la política, rebajan el nivel del debate y ahuyentan los argumentos para sacar a flote el bailecito y la demagogia más pueril. En nada nos ha ayudado, por ejemplo, imponer el voto obligatorio y arriar a todo el mundo hacia las ánforas bajo amenaza de multa y pérdida de su ciudadanía. Algo insulso en una democracia. Resulta patético ver a los funcionarios del ONPE llegar en canoa a comunidades perdidas en la selva, cargando sus ánforas para hacer que los nativos depositen su voto, cuando allí no llegan los diarios y ni siquiera se escuchan radios. En lugar de seguir agrandando el número de electores enarbolando el mito absurdo del "derecho al voto" como si se tratara de un enorme beneficio para el ciudadano, deberíamos preocuparnos por mejorar nuestro sistema político cuidando la calidad del voto.
En el Perú se ha tomado por costumbre convertir en "derecho" cualquier cosa que al Estado o a los políticos les convenga que los ciudadanos hagan. De este modo, por ejemplo, han inventado el "derecho a la identidad" y obligan a a la gente a comprar su DNI para que el Estado los tenga registrados y hasta negocie con sus fotos en los medios. Han convertido en "derecho" el tener un comprobante de pago y piden a la gente que exija su "derecho" cada vez que compra para de este modo convertirlo en agente de la SUNAT. Del mismo modo han inventado el "derecho" a votar obligando a todos a consagrar con su participación la farsa de un sistema creado para elegir puros incompetentes. Una democracia donde a nadie le interesa la calidad del elector ni de los candidatos acaba en una farsa patética como la que tenemos en el Perú. Cada campaña electoral es un carnaval ruidoso donde desfilan las caravanas de juglares arrojando obsequios a las multitudes. Si queremos mejorar el país habría que empezar cambiando este sistema. Esto significa selectividad o “discriminación”, palabra maldita que espanta a la cucufatería progresista. Pero es que la política no puede seguir siendo un negocio de arribistas y pendencieros que se aprovechan de una masa de ignorantes llevados a la fuerza a depositar su voto.
En lugar de imitar a los peores sistemas políticos como el que campea en Argentina, país que cada año se hunde más, deberíamos copiar modelos exitosos como el de Chile, donde es muy difícil que un payaso se presente a la campaña electoral, y más difícil aún –a diferencia de lo que ocurre acá- que gane la presidencia. Resulta imposible mejorar nuestro precario y depreciado sistema político si no hacemos algo por mejorar la calidad del voto y de los candidatos. La palabrería progresista sobre conquistas sociales no ayuda absolutamente en nada a estos objetivos. No nos olvidemos que la izquierda peruana nunca ha sabido nada de democracia. Se han pasado la vida saboteándola y alabando dictaduras anacrónicas como la ridícula gerontocracia cubana y la autocracia chavista. El máximo aporte de la izquierda ha sido incorporar la revocatoria como un mecanismo para debilitar la gobernabilidad, y ahora están a punto de recibir una cucharada de su propia medicina. Más allá de esto la izquierda es incapaz de hacer aportes serios a la democracia. Apelar a los jóvenes como masa electoral sería muy apetecible para el discurso demagógico del progresismo, siempre efectivo para captar jóvenes incautos, románticos y mal informados. ¿Para qué? ¿Cuál es el apuro? Los jóvenes disponen de toda una vida para votar las veces que quieran. Cualquier cambio en el sistema electoral debe estar destinado a mejorar la calidad del elector y de los candidatos. Nada más. Debemos pensar en cómo mejorar el resultado electoral. Ese es el objetivo y no satisfacerse en la orgía electoral y meter más gente a la fiesta.
Un buen primer paso firme en la mejora de nuestro sistema político sería eliminar este nefasto voto obligatorio que lleva a las urnas a un gran porcentaje de gente que no tiene el más mínimo interés en la política. No tiene sentido hacer votar hasta a los delincuentes. Incluso resulta patético ver a los policías esperando en el local de votación para capturar a los requisitoriados apenas sufragan. Lo que necesitamos son ideas novedosas y no más de lo mismo. Necesitamos mirar a las democracias más exitosas y no a las ruinosas. Lamentablemente los políticos no quieren tocar este tema y si lo hacen se escudan en los clichés ya conocidos que se han convertido en dogmas del fracaso.