Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Una constante de la existencia humana es que las grandes creaciones de los genios acaban convertidas en vicios ridículos cuando llegan a manos del público general. Esto es lo que se aprecia desde la Internet hasta los cánones de la justicia. Los creadores del moderno Estado de Derecho acabarían con náuseas al ver el Perú de hoy y comprobar cómo se manosean las leyes para montar patéticos circos de justicia, donde lo que prima es el sicariato político y el afán más vil por la venganza disfrazada de lucha anticorrupción.
El último juicio a Alberto Fujimori por el caso llamado "diarios chicha" tiene todos los componentes de una farsa, empezando porque se trata de un refrito juzgado hace mucho tiempo y por el cual hay personas que están cumpliendo o cumplieron hace rato su condena, incluyendo a uno que ya ni siquiera pertenece a este mundo. Recordemos que es un caso de hace 15 años. Pero lo más sorprendente es que se juzgue a Alberto Fujimori cuando este ya está preso, cumpliendo una condena de 28 años, además de estar anciano y enfermo, cuando ya no van a poder añadirle ni un día más a su condena. Es decir, si esto no es digno de colgarlo en el cuadro de la estupidez humana debería ser parte de una macabra comedia de adolescentes estúpidos.
¿Qué gana el Estado o el país con este juicio? Absolutamente nada. Por el contrario, es un espectáculo que da la vuelta al mundo exhibiendo el nivel de ensañamiento absurdo que existe en el país, a cargo de un Poder Judicial desacreditado y sometido a la presión de las ONGs de izquierda. Más allá de esto no hay nada, salvo el placer insano de los sectores patológicos de nuestra sociedad, esa que vive inhalando y exhalando diariamente el hedor del antifujimorismo convertido en religión, dogma y estilo de vida. Y lo más triste es que tal odio, ya típico entre las serpientes venenosas de nuestra fauna de izquierda, es hoy también parte de otros sectores sociales que van desde los señoritos dirigidos por el marqués y nobel Mario Vargas Llosa hasta los liderados por el mitómano borrachín de Cabana.
Para colmo, la imagen de Alberto Fujimori en el juicio ha sido motivo de burla por la prensa chicha de izquierda y los nerds de las redes sociales. Han llegado a falsear la verdad afirmando que Fujimori se presentó en pijama, como recién levantado de la cama, cuando lo cierto es que estaba vestido, con pantalón y chompa. Un atuendo sencillo que ya ha mostrado en anteriores ocasiones, como cuando se le vio caminando por los pasillos del INEN. Se sabe que la camioneta del INPE lo fue a buscar de madrugada. Tampoco podían esperar a que el hombre se tome su tiempo en la ducha acicaládose para ir prolijamente, como si se tratara de la entrega el Oscar, cuando en realidad iba al patíbulo. Pero la insanía antifujimorista no le da tregua. Han hablado de un show, como si en realidad todo este juicio no fuera un macabro e inútil show montado por la progresía para mostrar sus perversiones maquilladas de valores. Se han burlado incluso de las precauciones de salud que Fujimori tiene que observar por ser un anciano y un enfermo. Nada le está permitido sino agonizar.
Habría que preguntar en qué momento esas ONGs de DDHH que defienden apasionadamente al terrorista Tito dirán algo por los derechos humanos de Alberto Fujimori. Vana esperanza, porque Alberto Fujimori no tiene derechos humanos, como tampoco los militares perseguidos, acusados y encarcelados por esta jauría de defensores de terroristas y familiares de terroristas, elevados a la categoría de "víctimas del Estado" en espera de reparación, homenaje y espacio en el "museo de la memoria". La fiesta progre continuará impunemente mientras Alberto Fujimori se mueva, respire y dé señales de vida. Es inevitable porque al margen de un puñado de seguidores el resto de la sociedad parece disfrutar el espectáculo. Debe ser una lástima para ellos que en estos tiempos ya no esté de moda la crucifixión o la guillotina.
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