Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La semana santa nos trajo un milagro que no ocurría desde hace más de medio siglo: el gabinete Jara fue censurado por el Congreso. Esto es lo que pasa cuando el gobierno pierde la mayoría parlamentaria y encima se empeña en hacerle la guerra a todo el mundo. Recordemos que Ana Jara fue resultado de la manipulación descarada de Nadine Heredia, quien no tuvo reparo alguno en demostrar su poder al imponer caprichosamente en los principales cargos a dos de sus más fieles escuderas: Ana María Solórzano y Ana Jara. Ni Ollanta ni Nadine hicieron jamás el menor esfuerzo por dialogar con nadie, ni con su propia gente. El resultado fue la división del nacionalismo.
Ana Jara estuvo a punto de naufragar apenas en su primera presentación obligatoria ante el Congreso, cuando se salvó por el voto dirimente de Ana María Solórzano. Ya desde entonces se sabía que Ana Jara navegaba en aguas movidas e infestadas de tiburones. Pero el gobierno siguió fiel a su estilo confrontacional dividiendo a los peruanos entre buenos y malos, con el cansado y ya francamente estúpido sonsonete de los años 90s, evocando el fujimontesinismo para lavar sus culpas. A estas alturas solo los muy imbéciles pueden seguir atendiendo alusiones a épocas que pasaron hace veinte años. Toda una generación de peruanos no sabe de qué están hablando nacionalistas e izquierdistas.
El debate parlamentario fue otra clamorosa muestra de pobreza mental por parte de la mayoría de congresistas. Llegaron a decir que la censura traería ingobernabilidad al país, como si ya no quedara nadie más para ocupar esa cartera. Josué Gutiérrez coronó la fiesta de la estupidez parlamentaria afirmando que la censura daría mala imagen al Perú en el exterior. ¿Qué imagen cree que nos dan los balbuceos infantiles de Ollanta Humala en cada entrevista y las estupideces que dice en cada mitin? ¿Qué imagen cree que nos da el hecho ridículo de que la primera dama sea la que en realidad gobierna? Y eso lo sabe bien el vocero nacionalista, quien tiene una gigantografía de la primera dama en su oficina en lugar de la foto del presidente de la república.
Demás está decir que la censura estaba bien merecida, no por Ana Jara como persona sino como jefa del gabinete. Hay papanatas opinólogos que la defienden por sus virtudes personales. El tema no es ella sino el gobierno al que ella representa. La censura va dirigida a un gobierno que aumentó escandalosamente el presupuesto de la DINI y permitió el reglaje de políticos y empresarios. Decir que eso ocurrió desde antes no lo exime de responsabilidad. Si se hubiera descubierto antes la reacción tendría que haber sido exactamente la misma. Y ya imaginamos lo que hubiera hecho el nacionalismo. Hay que recordar que estos señores que hoy se lamentan por la censura de su ministra tienen antecedentes nefastos en la democracia. Ollanta Humala trató de darle un golpe sedicioso a Alejandro Toledo y años después pidió la vacancia presidencial de Alan García. Entonces afirmó que si fuera presidente y ocurriera un solo muerto en algún conflicto social renunciaría inmediatamente. Ya conocemos el valor que tienen sus palabras.
De manera que la censura de Ana Jara no debe sorprender ni molestar a nadie. El escándalo existió y no pudo ser superado por el circo inútil del diálogo, que era más bien un paseo por palacio para entretener a los tontos. Si algo no sabe hacer este gobierno es dialogar. El estilo de Ollanta es de cuartel, solo sabe pechar y despreciar a los demás creyéndose el único salvador de la patria. Se ha quedado sin amigos y sin garantes. Va a tener que hilar muy fino para reconstruir su gabinete porque podría no pasar su primera visita al Congreso. Y francamente la sombra de la disolución del Congreso no asusta a nadie. Queda muy poco tiempo para eso y -si se atreve a hacerlo- Ollanta Humala solo se expondría a un mayor acoso mediático. Al final, después de unos cuatro meses de inestabilidad, solo tendría un Congreso mucho peor que el actual para darle una patada de despedida.