Alejandro Toledo es un permanente showman de la política, un componente de la noticia gracias a sus infaltables declaraciones y conferencias de prensa con folleto incluido. Está siempre presente gracias a las gestiones de sus piquichones, escuderos, franeleros y chupamedias como el vomitable Juan Sheput, vividor del erario público para ejercer como secretario personal de A. Toledo, quien siempre está asumiendo sus ridículas poses de patricio que elevado sobre un pedestal de mármol, dicta sus designios de oráculo o sabio de la montaña. Adicto al flash y las cámaras, no duda en ejecutar cualquier maniobra como visitar Palacio y decir cualquier cosa para llamar la atención. Ha inventado su ONG para la democracia y gobernabilidad, en busca de donaciones y para mantenerse vigente dando conferencias junto a un grupito de ex presidentes en eventos en los que se cobra más de lo que valen esas charlas.
Alejandro Toledo siempre nos sorprende con ideas notables como cuando exigió un comité internacional de médicos para evaluar la salud de Alberto Fujimori y determinar si está en los estertores finales de la agonía para darle un indulto. Incluso ha anunciado una película sobre su vida. Con ánimos de contribuir a tal proyecto recordaremos rápidamente quién es este personaje tan pintoresco, representante máximo del espectro más degradante de la política peruana, personificación del saltimbanqui, trepador y de los limitados mentales y morales que solo buscan fama y fortuna fácil.
Alejandro Toledo es lo más cercano que he visto a Jean Baptiste Grenouille. Nació en la miseria pero gracias a su formidable olfato tuvo la habilidad de una rata para escapar del infortunio y encontrar sustento. Hábil para arrimarse a quien puede darle algo, supo encontrar ayuda y trepó la pendiente de su existencia hasta llegar a niveles que para el común de los mortales resulta imposible. La mayor habilidad de Alejandro Toledo es sin duda saber obtener provecho de las maneras más insospechadas, utilizando cualquier recurso, incluso su extracción social, su origen andino y hasta su “cacharro”. Hoy es una piedra en el zapato del Perú debido a sus intromisiones en la política, con ese constante afán de ganarse alguito. Su lenguaje confuso y contradictorio está muy cerca del embuste y la mentira.
La primera vez que lo vi, a fines de los 80, Toledo estaba delante del mostrador de una aerolínea, en plena sala de embarque, casi rogándole a la empleada mientras detenía la fila de los que esperábamos abordar el avión al Cuzco. Ante las protestas de los pasajeros tuvo que hacerse a un lado. Cuando pasé junto a él le oí suplicar: “por favor, llame a Relaciones Públicas, me han dicho que tienen un pasaje de cortesía”. Cuando ya todos estábamos en el avión algo parecía andar mal porque no nos movíamos. De pronto se abrió la puerta del avión y entró Alejandro Toledo, sonriente, feliz, me saludó y se sentó a mi lado. Se había salido con la suya y viajó gratis. Durante el viaje no paraba de molestar a la azafata pidiéndole cosas. Desde ese momento empecé a detestarlo.
A pesar de que su campo es básicamente la administración de recursos humanos, en los 80 Alejandro Toledo se hizo fama de economista y en cada alza de precios del gobierno de Alan 1.0 los medios lo buscaban para entrevistarlo. Sus respuestas eran siempre las mismas: “Me preocupa el efecto social de las medidas”. Luego en los 90 su nombre estaría cada vez más vinculado a escándalos de todo tipo, como el del caso CLAE, donde apareció como asesor de Carlos Manrique, siendo luego, junto con su hermano Luis, de los pocos afortunados que recuperaron su dinero de la gran estafa.
A mediados de los 90 logró fundar un partido de la noche a la mañana, en una época en que las leyes exigían cifras astronómicas de firmas. Desde entonces lo persiguió el escándalo de las firmas falsas, que nunca fue esclarecido. Pero fuentes bien informadas aseguran que esas firmas se las dio el mismísimo Vladimiro Montesinos como parte de una estrategia montada en el SIN para fragmentar a la oposición en las elecciones del 95. Cosa que Toledo hizo de maravilla pues se hizo nombrar a toda costa candidato presidencial. Los resultados le dieron apenas el 3.5% de los votos. Es decir, no era nadie pero cumplió bien su papel de estorbo.
En el 97 Alejandro Toledo estaba presente -¡como no!- en la residencia del embajador japonés la noche en que fue asaltada por comandos del MRTA. Sin embargo su suerte y olfato le permitieron salir de allí en el primer contingente liberado. De todos modos su conducta al interior de la embajada en los pocos días que estuvo de rehen ha sido reseñada por varios testigos, quienes narran la forma vulgar en que Toledo se birlaba los pocos alimentos que llegaban, además de su conducta rastrera ante sus captores. Los pormenores están bien narrados en los libros que se han ocupado de ese suceso.Véase por ejemplo “Secretos del túnel” de Umberto Jara con los testimonios de Sandro Fuentes y otros rehenes que fueron testigos presenciales.
En el año 1998 Alejandro Toledó protagonizó un escándalo de sexo, alcohol y drogas en el ya famoso Hostal Melody. Supongo que estas escenas serán censuradas en la película de su vida. Su francachela de tres días salió a la luz cuando Elian Karp llamó a la policía para denunciar su desaparición. Al hacer el seguimiento de su tarjeta de crédito, la policía encontró a Alejandro Toledo calato con cuatro prostitutas y una mesa bien surtida de whisky y cocaina, hasta donde se alcanzaba ver. Estos hechos están bien documentados y hay varios testigos. Lea el caso
aquí.
Elian Karp acababa de reincorporarse sorpresivamente a la sociedad conyugal luego del divorcio y diez años de separación, apenas se enteró de las aspiraciones presidenciales de Alejandro. Sin embargo desconocía las costumbres que este había adquirido en su ausencia. Por eso no dudó en hacer la denuncia policial ante su repentina desaparición. Dicen que fue nuevamente el mismo Vladimiro Montesinos el que acalló el escándalo ante la prensa. Sin embargo, el episodio se hizo público durante la campaña del 2000. Fue allí cuando Toledo inventó el cuento del secuestro por agentes del SIN. No se lo creyó nadie. Ni Elián Karp, pero ambos formaron una pareja perfecta en cuanto a intereses, ambiciones y mentiras.
En la campaña de la “Marcha de los Cuatro Suyos” Alejandro Toledo se agenció un millón de dólares donados por George Soros como apoyo al derrocamiento de Fujimori, pero según cálculos de la época, no gastó ni cien mil. Poco después logró su sueño más preciado al ganar la Presidencia de la República básicamente porque Vladimiro Montesinos le había limpiado el panorama al eliminar políticamente a Andrade y Castañeda mediante la prensa chicha, y porque la gente quiso evitar el regreso de Alan García. Fue el momento de la gloria para este personaje de cómic. Posando con su vincha y ademanes de salvador de la patria, patentó para la historia su marca personal: carajo. Por ese entonces ya se sabía que Alejandro tenía una hija negada y la siguió negando con descaro y poca hombría. Sería su entorno presidencial quienes lo forzaron a admitirla. Entonces apareció en la TV con su mejor cara de cinismo para decir que había ganado una hija.
Ya de presidente, Alejandro Toledo y su primera dama instauraron la huachafería como distintivo de su gobierno. Empezó con una juramentación en Machu Picchu y el posterior izamiento de la supuesta bandera del Tawantinsuyo en Palacio, un bodrio multicolor que flameó durante sus cinco años de gobierno. Su gestión fue única: empezaba a despachar después de las diez de la mañana y llegaba una o dos horas tarde a todos sus compromisos, hizo famosa su “Hora Cabana”. Sus primeros viajes en el avión presidencial al interior del país eran escoltados por dos cazas MIG para ser recibido en todo lugar con una infaltable banda de músicos. Sus viajes al exterior se convirtieron en farras fenomenales, convirtiendo el avión presidencial en el "Avión parrandero". Instituyó además su descanso quincenal en Punta Sal, haciendo del whisky etiqueta azul la bebida oficial, y usando siempre sus dedos para servirse el hielo.
El gesto que retrata su gestión fue cuando se llevó al gabinete ministerial en pleno al aeropuerto para recibir a Elian Karp, quien regresaba de las islas de Pascua luego de haber huido presa de uno de sus típicos arranques de histeria, a causa de un pleito conyugal. Poco faltó para que la recibieran con la guardia de honor. Cómo olvidar el día en que recibió a los reyes de España y saludó a su Majestad la Reina Doña Sofía de Grecia con un palmoteo en la espalda. Tampoco dudó en ir a visitar a “su amigo” Bill Gates, quien lo hizo esperar una hora en la antesala de su oficina antes de recibirlo. Fue la época en que los funcionarios públicos lucían como currículum puestos en el mercado y gestión de carretillas de anticuchos.
Su gobierno fue débil y sin carácter. Inició la liberación de terroristas, las izquierdas reaparecieron y los agitadores se apoderaron del país. Las regiones se sublevaban y surgieron los famosos “frentes de defensa”. A Toledo no le quedó más salida que instaurar el diálogo como estrategia. La fila de los invitados a la mesa de diálogo salía de Palacio y cruzaba el Rimac. De allí salió el famoso Acuerdo Nacional, que no era más que un mamotreto lleno de retórica donde todos pusieron lo que les vino en gana para firmar. Fue la mejor manera de capear el temporal. Gracias a esa maniobra Toledo pudo seguir gobernando.
Toledo continuó el proyecto heredado de Paniagua para instalar una ridícula “Comisión de la Verdad” y le dio mayores atribuciones. Así nació el circo de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación, que como todos ya sabemos, nunca sirvió para conocer ninguna verdad y tampoco sirvió para la reconciliación sino para todo lo contrario, pues fue el elemento que reavivó las llamas del odio entre peruanos. Se inició la persecución de militares y el desprestigio de las FFAA. Además descuidó la defensa nacional enarbolando la estúpida política unilateral del desarme, mientras Chile nunca paró de armarse.
También Toledo cayó en la tradicional costumbre peruana de desmontar lo hecho por el gobierno anterior. Así fue como inició la reposición de los trabajadores despedidos durante el régimen de Fujimori, y que habían sido bien despedidos ya que durante el gobierno aprista el Estado se había llenado de burócratas hasta el techo. Otros salieron porque se cerraron empresas públicas. El gobierno de Toledo inició la larga tarea de reposición de trabajadores a la administración pública, aun cuando ya habían cobrado sus beneficios de ley. Incrementó la burocracia creando más de docientos organismos públicos inútiles, una “Comisión Nacional” para cada problema que pretendía resolver. Así aparecieron la CONAJU, CONAPA, CONADIS, CONASI, etc. Con cada organismo salían leyes ridículas tales como la ley del canillita, del enfermero, del psicólogo, de las ocho horas, etc.
Su actuación política en este año 2010 no pudo ser más desatinada. Al verse primero en las encuestas se creyó dueño del poder y convocó a su gabinete. Cuando Ollanta Humala lo desplazó, llamó a conferencia de prensa para advertirle al país del peligro. Invocó sabiduría y rogó que no se diera un salto al vacío votando por Ollanta. Derrotado ya en las elecciones despotricó como una mujer despechada en contra de PPK, su ex aliado y ex premier de su gobierno, luego corrió a apoyar a Ollanta Humala con el eterno pretexto de la gobernabilidad, recordándonos las artes de otro trepador de igual pelaje: Fernando Olivera. Ambos se presentaron como salvadores y garantes de la democracia.
En estos días hemos visto las idas y venidas de Alejandro Toledo, sus cálculos políticos, sus contradicciones y opiniones insensatas. Es el primer generador de lo que se llama “ruido político”. Son patéticos sus lugares comunes como “apoyaremos todo lo positivo”. Habla y no dice nada. Afirma, luego reafirma y se contradice. Cuando empieza diciendo “quiero ser claro en esto” quiere decir que nadie le entenderá. Pero allí está, habla que habla el insufrible Alejandro Toledo gracias a la labor de sus traductores y exégetas como el no menos detestable Juan Sheput, sujeto que ejerce la labor más sucia de la política que es servir de franela y de sacabrillo de una escoria de la política. La gran pregunta que nos hacemos es ¿cómo hacer para que Alejandro Toledo se retire de la política? ¿No sería sensato hacer una vigilia frente a Palacio de Gobierno para pedirle al Presidente Ollanta Humala que lo nombre embajador perpetuo en Mongolia?
PD.- Recomiendo leer el libro de Umberto Jara "Historia de dos aventureros" donde se narra con lujo de detalles la historia de Alejandro Toledo y Eliane Karp, este par de trepadores nauseabundos que llegaron a Palacio de Gobierno por la gracia de la estupidez de las masas.
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