Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La situación en Venezuela se torna cada día más insostenible para el gobierno de Nicolás Maduro. Por un lado tiene el crítico panorama de la economía sumida en la inflación, la baja producción, el desempleo, el endeudamiento galopante, la escasez de productos básicos, todas ellas lógicas y naturales consecuencias de la estupidez socialista, empeñada en combatir a la empresa privada y controlar los precios y las divisas. Frente a esto emerge otro panorama oscuro, pues parece ser que ya se desató el descontento social con manifestaciones abiertas en las calles. Aunque por lo pronto se trata solo de jóvenes, cabe esperar que esta ola de indignación popular crezca, sobre todo si los líderes políticos de oposición saben dirigir a las masas.
Como era de esperar, el régimen de Maduro y toda su camarilla de empleados chavistas en los medios oficiales, no se han demorado en llamar "ultraderecha fascista" a los jóvenes que protestan hartos de vivir en un país que se hunde cada vez más en la miseria y la crisis. Maduro y sus acólitos a sueldo ya hablan de intentos de golpe y hasta han llamado a los países vecinos a defender la democracia. Incapaces de reconocer algún grado mínimo de error y concederles un ápice de razón a los jóvenes manifestantes, Maduro y sus genios chavistas tampoco han tardado en señalar la mano negra de la CIA detrás de estas protestas, una acusación que ya es casi un acto reflejo de la izquierda latnioamericana.
De inmediato han empezado a trabajar los agentes del chavismo como la fanática Eva Golinger, editora del meloso Correo del Orinoco, y se ha puesto en marcha toda la maquinaria progresista latinoamericana para salir en defensa del régimen socialista. Los parecidos con la asonada de abril del 2002 que culminaron en el fallido golpe de Estado a Hugo Chávez son ridículos. Hoy en Venezuela casi no existe prensa libre. La única emisora independiente fue acallada de inmediato para impedir que transmita imágenes de la protesta. Hoy en Latinoamérica existe una cofradía socialista, montada por Hugo Chávez con dinero de todos los venezolanos en la época dorada de los petrodólares. Pero además, luego de la experiencia del 2002, el chavismo supo asegurarse la sobrevivencia comprando a las FFAA y convirtiéndolas en las FFAA bolivarianas, es decir, chavistas.
No seamos ingenuos. Los únicos que pueden dar un golpe de Estado son los militares. En Venezuela esto ya es imposible porque han sido comprados por el régimen. Desde la llegada de Hugo Chávez, cerca de dos mil militares han pasado por cargos públicos. Maduro aprendió las lecciones de Hugo Chávez en todos los terrenos. Desde su llegada al poder, hace ocho meses, Maduro ha nombrado a casi 400 militares en importantes cargos del gobierno, empezando por varios ministerios. A esto hay que sumarle los miles de militares que hoy están a cargo de las miles de empresas expropiadas por el chavismo en la última década. Pero a todo esto hay que añadirle la total y absoluta corrupción que en estos días existe en la milicia chavista. La corrupción militar va desde el contrabando hasta el narcotráfico sin que nadie se atreva a investigar.
Así las cosas es imposible pensar en un golpe en Venezuela. ¿Qué queda? La represión. Nada más. Ya han sacado a las fuerzas del orden junto a sus cuerpos de sicarios chavistas conocidos como tupamaros, lumpen que se moviliza en motocicletas con los rostros cubiertos y disparando a mansalva. Se trata solo de uno de los varios grupos chavistas formados para defender la revolución, completamente financiados por fondos públicos a manera de programas sociales. Son organizaciones sociales conformadas a imagen y semejanza de las CDR cubanas, especializadas en el espionaje barrial, la delación, el bullying y, finalmente, el asesinato. Después de todo, en estos días, la vida en Venezuela no vale nada. Un muerto más a nadie le importa. Ese es el paraíso socialista al que aspira la izquierda latinoamericana.
Es difícil creer que un grupo de jóvenes ilusos logre detener la insanía mental del chavismo. Hay más de 4 millones de personas que dependen de la generosidad del Estado bolivariano. La Venezuela chavista es un país de novela ficción, tiene de tragedia, de comedia y mucho de estupidez humana. Ese mundo de ilusión y fantasía que Hugo Chávez montó gracias a la inesperada alza del petroleo, que de 9 dólares por barril al momento de su llegada al poder trepó hasta los 180 dólares por barril, no podía sostenerse eternamente. No solo el petroleo bajó sino que el mismo Hugo Chávez sucumbió al cáncer. La fabulosa fortuna que Venezuela obtuvo en la primera década de este siglo, no gracias al socialismo chavista sino al capitalismo que elevó los precios de las materias primas, fue estúpidamente dilapidada por el fantoche de Chávez que se creyó eterno y que se ocupó más en formar su propio imperio personal que en desarrollar su nación.
Hoy Venezuela es un país paralizado, irónicamente sin reservas, empeñado a la China y Rusia, dependiente de Cuba, sumido en la inflación, el desempleo y la escasez. La sociedad está harta de las colas y de la falta de futuro. Los que pudieron se largaron del país hace rato y formaron una colonia en Miami, al igual que los cubanos y argentinos. Así como existe la pequeña Habana que empezó en Brickell y hoy se extiende ya por toda la calle 8, así como la pequeña Haití en el NE de la Second Avenue, así como se formó en la última década la pequeña Argentina en Miami Beach, hoy existe ya la pequeña Venezuela en El Doral. Estas formaciones de inmigrantes son una señal clara de la decandencia de un país. Ocurrió también con los peruanos que emigraron en la década de los 80 y llegaron a Patterson en New York.
La reacción internacional a la crisis de Venezuela no ha sorprendido en lo más mínimo. Los huérfanos de Chávez han salido a condenar la violencia callejera y a proclamar su apoyo a la democracia, es decir, al régimen de Maduro, aunque no es lo mismo. No se puede llamar democracia a un régimen en el que el partido de gobierno, el PSUV, controla con sus militantes a todos los poderes del Estado, incluyendo el Concejo Nacional Electoral, el Ministerio Público y el Tribunal Supremo de Justicia. Claro que todos estos rasgos de la democracia chavista no llaman la atención de los demócratas latinoamericanos, quienes incluso acuden a Cuba para firmar proclamas a favor de los derechos humanos. Tampoco la izquierda peruana ha tenido un ápice de honestidad para condenar en Venezuela todos los rasgos de autoritarismo y dictadura que no se cansan de condenar en el fujimorismo.
Las protestas callejeras en Venezuela protagonizadas por los jóvenes, al margen de cualquier liderazgo político, son la última esperanza de la verdadera democracia latinoamericana y del pueblo venezolano. Es una llama que se ha prendido y que convendría mantenerla encendida hasta que incendie la pradera. Si las fuerzas legales e ilegales del régimen chavista logran acallarlas y apagar esa flama, ya nada podrá detener la locura socialista, salvo, claro la propia realidad, cuando todo finalmente colapse.