Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
No hay nada que festejar al inicio de este año, a poco de cumplir el bicentenario de la independencia. El país está convertido en un circo, donde el presidente se dedica a hacer piruetas para divertir a las galerías. Está obsesionado con agradarle al populacho, y es capaz de cualquier cosa para ganarse los aplausos de la gente.
El último exabrupto presidencial fue el retorno apresurado desde Brasil, apenas a cuatro horas de llegar para cumplir con el protocolo de la investidura de Bolsonaro. ¿Qué motivo su inesperado cambio de planes de Vizcarra y el desaire al nuevo presidente de Brasil? Un cambio de fiscales decidido por el Fiscal de la Nación, hecho dentro de sus atribuciones.
Seguramente un extranjero que lea esto se preguntará ¿qué tiene que hacer el presidente de la República con las decisiones que toma el Fiscal de la Nación? Pues absolutamente nada. Pero el Perú es una República que resulta cada vez más difícil entender, ya que discurre por el sendero sinuoso de los exabruptos presidenciales. La decisión de Chávarry no era de su incumbencia, pero Vizcarra vio la oportunidad de brillar nuevamente en el escenario montando su show unipersonal.
De regreso al Perú ordenó a su ministro de Justicia que le redacte una ley para atropellar la autonomía del Ministerio Público, sacar al impertinente Fiscal dela Nación y a toda la Juta de Fiscales Supremos para nombrar a los que le gustaban a él. Así de simple. Un despropósito que, desde luego, fue aplaudido por las muchedumbres histéricas. Y es que hoy en el Perú ya no manda la Constitución ni la ley sino las calles.
Ahora somos una republiqueta bananera donde todo vale si es que el populacho aplaude. No sería raro ver al presidente Vizcarra tirándole tortazos en la cara a sus ministros para agradar a la gente. Está solo a un paso de eso. Ya es todo un cómico ambulante caminando por las calles, blandiendo su último decreto para traerse abajo al Ministerio Público, en medio del delirio de las masas idiotas.
Las cada vez menos voces pensantes que quedan en este país, le han advertido al presidente que su último decreto es otro mamarracho inconstitucional como el anterior, el del referendum. Pero como dije antes, acá ya nada de eso importa. La demagogia vuelve todo válido, si es que eso es lo que le gusta a la gente. Lo dijo claro el presidente: quien gobierna es el pueblo, él solo obedece.
Pero Vizcarra no solo envía proyectos de ley inconstitucionales, sino que los hace al mejor estilo de un dictador: urgiendo al Congreso a aprobarlo cuanto antes y bajo amenaza de disolución. Así es como anda este país. Pero todo parece estar bien porque el populacho aplaude. Le encanta el circo y el show del presidente, quien no se quita ni para dormir su disfraz de luchador anticorrupción.
La fórmula de Vizcarra es bastante simple: se ha dedicado a darle al pueblo el show de la lucha contra la corrupción en tres funciones diarias. Sabe que eso le gusta a la gente y está dispuesto a cortar cabezas en la plaza pública si hace falta. Con la excusa del apoyo popular, Vizcarra está convertido en un dictador, en todo el sentido de la palabra, pues ha supeditado todo al gusto de las masas. El mejor respaldo de sus actos ya no es la ley ni la Constitución sino la calle.
El perfil del dictador está claro. No solo tiene el típico respaldo popular del que siempre ha gozado todo dictador, desde Hitler hasta Fidel Castro, o para hablar en términos más propios, desde Velasco hasta Fujimori. No olvidemos que Fujimori nunca perdió una elección, y no necesitó hacer trampa. Es seguro que si Vizcarra convoca ahora mismo a elecciones generales y se presenta como candidato, las ganará sin ninguna duda, y por amplio margen.
Vizcarra no solo goza del apoyo popular de todo dictador que hace alarde de prepotencia y valentía, amenazando o avasallando a los otros poderes del Estado, sino que también cuenta con el respaldo casi unánime de los medios de comunicación, tanto informativos como columnistas. En estos tiempos los periodistas se pelean por ser el mejor adulón del presidente.
Pero además de la prensa, siempre aparece una fila de agachados chupamedias dispuestos a recibir la bendición del dictador y ponerse a sus órdenes. Es el caso, por ejemplo, del presidente del Congreso, quien no ha demorado nada en exigir a los congresistas que se apuren en tramitar el proyecto de ley llevado al Congreso por el propio presidente en persona y caminando por las calles.
Realmente es patético lo que vive el Perú en estos días. Todo el ridículo al que se ha llegado tiene el cándido envoltorio de una cruzada moral. ¿Desde cuándo se puede luchar contra la corrupción pisoteando las instituciones, la ley y la Constitución? ¿Desde cuándo el "todo vale" es el mecanismo para devolverle la institucionalidad al país? ¿Desde cuándo el presidente es el que todo lo sabe, el que todo lo puede, y tiene carta abierta para aplastar a cualquier institución del Estado?.
Claro que todo eso se hace invocando muy buenas intenciones. ¿Pero cuándo no ha sido así? Son las buenas intenciones las que han creado todos los infiernos en que viven millones de seres humanos, que pagaron muy caro su apoyo a dictadores iluminados que perecían saberlo todo, pero nunca pudieron hacer más que destruir lo que había. Por el momento no parece que el Perú sea capaz de escapar a la vorágine en que Vizcarra nos está conduciendo.