Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Una vez más la historia y la realidad se encargan de arrojar al tacho de basura un proyecto de izquierda. En esta ocasión no ha tardado tanto. La nueva aventura bautizada como "socialismo del siglo XXI" llega ya a su fin en medio de un mar de petrodólares y con toda su retórica estridente y sus líderes de pacotilla elevados a la categoría de dioses. Lo que estamos viendo ahora en Venezuela es la debacle de la más moderna versión de la izquierda delirante. Aunque cargaba con las mismas perversiones mentales de antaño lucía la única novedad de haber llegado al poder por los votos y no por las armas, como dictaba su programa original.
Hace medio siglo la izquierda inició su camino de locura empuñando las armas, dispuesta a destruir lo que llamaba el "Estado burgués". Intoxicados por ideología aberrante, no solo despreciaban al Estado sino al sistema democrático, y prácticamente a todo lo que había en este mundo, desde la empresa privada y la iglesia hasta la cultura del consumismo. Todo era malo y nefasto, fruto de una cultura del pecado que había que incinerar en el fuego purificador de la revolución para fundar un nuevo mundo con un nuevo hombre. Ese lírico objetivo lo justificaba todo, incluyendo el asesinato masivo, pues las vidas humanas no significaban nada comparado con el paraíso de la tierra prometida del socialismo redentor. Había que pagar el precio.
La demencia de izquierda consistía en creer que la lucha armada era la gran solución para lograr el establecimiento de un nuevo orden económico y social que, según su trasnochada visión, sería el mundo perfecto, donde reinaría la justicia social. Así fue como empezaron la carnicería salvaje de las guerrillas, el sabotaje y el terrorismo a gran escala, llenando de sangre y muerte varios países del continente, incluyendo el Perú. Todo estaba plenamente justificado por una ideología abstrusa que giraba en torno de entelequias como "pueblo", sustentada en una retórica barata repleta de palabrejas repetidas hasta la náusea, como "justicia social". Entre tanto los grandes genocidas de izquierda, como el Che Guevara, eran endiosados y convertidos en objeto de culto. Todo eso fue parte de la epidemia más grande de imbecilidad y estupidez que haya dominado jamás el continente latinoamericano.
También hubo otra izquierda que, sin renegar de su doctrina de violencia, decidió "hacerle el juego a la burguesía" e infiltrarse en el "Estado burgués" para combatirlo desde adentro. Así fue como varios líderes de izquierda se hicieron diputados y senadores. La izquierda infiltrada no hizo más que obstaculizar la misión de las FFAA en el combate a las guerrillas y al terrorismo, así como interceder por terroristas o promover leyes que entorpecían la acción policial y el tratamiento judicial de los terroristas bajo la excusa de los derechos humanos. Por fortuna estos desquiciados fueron derrotados en todos lados y muchos de ellos encarcelados. Sin embargo, poco después la debilidad de los nuevos estados democráticos facilitó que muchos fueran excarcelados para disfrutar de una nueva vida de lujos en el exilio dorado. En el Perú formaron rápidamente la CVR con el objetivo fundamental de limpiar la imagen de la izquierda, tergiversar la verdad del terrorismo y enjuiciar al Estado y al gobierno de Fujimori convirtiéndolos en los "verdaderos terroristas".
La izquierda tuvo mucho éxito entre los jóvenes con el argumento falaz de que somos esclavos del capitalismo, de las empresas privadas y del "imperio norteamericano". Más que un aporte del marxismo esto fue una maquinación del comunismo soviético, montado hábilmente en medio de la Guerra Fría. Así fue como esa gran masa de idiotas que configuró la izquierda latinoamericana, ansiosa de "revolución histórica" y "lucha por la liberación del pueblo" se tragó el cuento de que la lucha era contra los EEUU, y se convirtieron en soldados del imperio soviético que realmente esclavizaba países enteros sin mostrar ningún respeto por la especie humana. Ya habían construido el vergonzoso muro de Berlín para impedir que la gente huyera del paraíso comunista y ametrallaban sin escrúpulos a los que osaban cruzarlo. Las personas del bloque socialista quedaron apresadas en sus propios países y sometidas a una dictadura feroz, sin derechos elementales.
Cuba se sumó a la lista de países esclavos del bloque soviético. No necesitaron construir ningún muro pero la gente igual se lanzaba al mar infestado de tiburones para escapar de ese infierno maldito del comunismo. Se hizo común que los artistas y deportistas cubanos de gira internacional desertaran pidiendo asilo, por lo que esas giras se redujeron a lo indispensable y siempre acompañadas por seguridad del Estado. Además el régimen castrista recurrió al chantaje para evitar las deserciones: los parientes del disidente eran sometidos a "tratamiento especial" en Cuba, tanto por parte de las turbas adiestradas por el régimen para delatar y castigar la disidencia, así como por el propio gobierno. La casa de los disidentes y desertores era cubierta de pintura y basura, los familiares eran llamados "gusanos" y cambiados a los peores empleos.
En lo único que fueron buenos los comunistas fue en montar espejismos. El país era cubierto de gigantescos carteles que pregonaban el éxito del socialismo, mostraban a sus líderes como dioses y el lenguaje se llenaba de clichés revolucionarios. Sin embargo la realidad era insobornable. Todos los países comunistas sin excepción decayeron hacia la miseria. Cuando la URSS, la madre nodriza del sistema, reventó como una pompa de jabón, el bloque entero se vino abajo. En la China solo la muerte de Mao Tse Tung permitió dar un giro hacia la racionalidad y abandonar la locura del comunismo. Para mediados de los 80 el 60% del mundo estaba gobernado por un régimen socialista de algún tipo, desde los modelos tribales africanos hasta los islámicos de oriente medio.
La pesadilla del comunismo acabó formalmente el 9 de noviembre de 1989 cuando la gente derribó el muro de Berlín. Una fecha que la historia ya ha registrado como un hito de la existencia humana. Entonces pareció que al fin el mundo recuperaba la cordura. Los principales países eran gobernados por gente sensata que rectificó sin miedo los errores de la izquierda delirante. Tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher se convirtieron en líderes indiscutidos del mundo. También Mijail Gorvachob, el último jerarca soviético jugó un papel fundamental con las reformas radicales que impuso en la URSS. Algo tan simple como la libertad de expresión fue suficiente para que la URSS estallara por sí sola. Por fin parecía que el mundo entraba en razón y superábamos una era absurda de enajenación mental ideológica.
Pero como la estupidez humana es infinita y Latinoamérica es el paraíso de los idiotas, poco después salió a la luz un nuevo experimento socialista conocido como "socialismo del siglo XXI". La iniciativa surgió de un esperpento humano llamado Hugo Chávez, digno representante de la casta de lunáticos gobernantes que han hecho famosa a Latinoamérica. Una mezcla de cómico ambulante y dictador caribeño con uniforme militar y delirios de grandeza histórica, un charlatán empedernido que llenaba su ignorancia con frases de cliché. Saltó a la fama tras un intento de golpe a un gobierno democrático en un país con una larga tradición democrática como Venezuela. Liberado de la cárcel se presentó a las elecciones y gracias a sus encendidos y desaforados discursos ganó la presidencia jurando no ser socialista, respetar la empresa privada y no pretender quedarse en el poder. Al final hizo todo lo contrario.
Hugo Chávez Frías se inscribe en la linea de gobernantes típicos de una Latinoamérica de fábula. A partir de la intrascendencia real de su persona y sus limitaciones intelectuales, pero gracias a la incandescencia de su verbo y una mente delirante como únicos recursos, supo erigir un mito y una marca política que trascendió sus fronteras. La suerte estuvo de su lado en todo momento. Ya dueño del poder y como todo buen militante de izquierda desató sus delirios y las emprendió contra todo y contra todos. Nadie quedó libre de su crítica feroz ni de sus odios clasistas. Todo lo que había estaba mal y había que eliminarlo o cambiarlo. Todos eran enemigos del pueblo, desde los empresarios hasta la Iglesia. Pero sus delirios iban más allá de Venezuela pues también el mundo estaba mal y había que reformarlo. El enemigo, para variar, era EEUU.
Rescatado por sus compañeros de armas tras un intento de golpe empresarial, Hugo Chávez retomó el poder con más furia. El alza desmesurada del precio del petroleo que pasó de 9 dólares a 180 le dio la solvencia económica que necesitaba para hacer lo que le venía en gana. Y así lo hizo. Emprendió su locura socialista sin control. Se alió con Cuba para recibir asistencia política y fue armando su imperio socialista a base de apoyos económicos y petroleros a países de la región. No tuvo escrúpulos para comprar aliados con dinero en efectivo. Total, dinero era lo que le sobraba. Desde el principio se encargó de capturar a la gallina de los huevos de oro: PDVSA. Con la chequera en mano Hugo Chávez estatizaba cuanta cosa le venía en gana, desde empresas hasta tierras.
Las estatizaciones fueron usadas como parte del show y propaganda política. Lo hacía en vivo, durante su programa televisivo llamado por teléfono al director de un banco para darle el ultimátum. También paseándose por las calles y señalando los edificios a estatizar. Hizo famosa su frase: ¡exprópiese! Su objetivo era tener el control absoluto de toda la economía en sus manos, para lo cual fabricó la ley más absurda de la economía: la ley de costos y precios justos. Inició la construcción de viviendas para repartirlas entre la población, abrió hospitales con médicos cubanos para atender gratuitamente a los pobres, incorporó millones de personas a la planilla del Estado como pensionistas o empleados parásitos. Con todo eso aseguró una amplia base social que lo empezó a idolatrar y le aseguraba los triunfos electorales.
Como discípulo aplicado del castrismo, Hugo Chávez aplicó la receta cubana de control total del Estado. Convirtió al Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, en réplica del Partido Comunista de Cuba y lo utilizó para copar todos los poderes del Estado con sus militantes, desde el Congreso hasta el Tribunal Supremo de Justicia y el Concejo Nacional Electoral. Era realmente ridículo que la dictadura cubana fuera el modelo a seguir en una supuesta democracia, como se empeñaban en llamar a lo que había en Venezuela. De hecho la democracia dejó de existir. Lo único que valía en Venezuela era la voluntad de Hugo Chávez, como ocurrió en Cuba cuando Fidel Castro se impuso como dictador absoluto y como ocurrió en la URSS, en la China de Mao, en Corea del Norte y en cualquier país gobernado por un demente del socialismo.
El resultado final de ese esperpento llamado "socialismo del siglo XXI" no podía ser otro que el desastre. Las miles de empresas estatales no rinden. Algo que cualquiera con dos dedos de frente sabe bien, sobre todo luego de haber observado la caída del comunismo mundial y el desastre cubano. La espantosa burocracia generada se convierte en una incontrolable plaga de corrupción generalizada. Los rígidos controles de la economía estatizada asfixian al país en trámites absurdos, escasez de divisas y desabastecimiento. Pese a la garantía económica que ofrece la inagotable riqueza petrolera, el aberrante esquema de una economía estatizada y controlada hacen inviable la existencia y el desarrollo del país.
Llamar democracia a lo que hay en Venezuela es tan falso y ridículo como llamar democracia al régimen cubano cuya dictadura ya superó el medio siglo. Pero la izquierda ha perdido hace tiempo el sentido del ridículo y de la realidad. Apelan al relativismo para estirar los conceptos hasta que les cubran la desnudez y la vergüenza. En la última cumbre de la CELAC (ese adefesio inventado por Hugo Chávez para eludir a los EEUU y meter a Cuba, pese a su condición de dictadura) no han tenido empacho en afirmar que cada país es libre de montar su experimento social y político sin que nadie se entrometa, pase lo que pase. La doble moral no les impidió entrometerse en Paraguay y en Honduras cuando los presidentes monigotes del chavismo fueron removidos de sus cargos mediante procedimientos constitucionales, pero ahora exigen en voz alta respeto por la autonomía venezolana invocando la no intervención en asuntos internos. Llaman golpismo a las legítimas protestas de un pueblo harto de miseria, controlismo estatal, falta de libertad y cansados de burocracia corrupta.
Por ahora puede que el socialismo del siglo XXI en Venezuela logre mantenerse en pie gracias a dos factores clave: la represión brutal a cargo de la GNB y las bandas civiles armadas como los tupamaros; y la indiferencia y cobardía de los gobiernos de la región, sobornados por dinero chavista, como Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú. De otro lado, EEUU es un país dependiente del petroleo venezolano y difícilmente se atreverá a montar un bloqueo económico como lo hizo con Cuba alegando falta de democracia. En tales condiciones el pueblo venezolano está realmente solo. No queda más que esperar un milagro como que algún sector de la FANB deponga al dictador mediante un golpe de Estado, algo que es poco realista dado el nivel de dependencia que los militares tienen de la corrupción del régimen.
En el peor de los escenarios Venezuela podría mantener su actual situación de crisis indefinidamente, como ha ocurrido en Cuba. Poco importa ya que las empresas empiecen a cerrar e irse de Venezuela. En los últimos doce años han cerrado o se han ido de Venezuela cerca de diez mil empresas. Mientras tengan el dinero del petroleo y la complicidad de los militares, el régimen puede mantenerse a tiros. Los muertos se irán sumando y pronto empezarán a ser ocultados. Ante la pasividad internacional el régimen de Maduro cobrará más fuerza y nada impedirá que inicien una represión masiva incluyendo campos de concentración. Los líderes de oposición serán defenestrados de sus cargos y encarcelados uno a uno. Finalmente quedará una dictadura sin máscara. Y entonces veremos si Latinoamérica se indigna o le sigue el juego con retórica barata de corte diplomático, como la que ha permitido hasta ahora la existencia de la funesta dictadura cubana.
Lo cierto es que el pueblo venezolano, por lo menos esa mitad que no vive de las dádivas del chavismo, está a merced de la represión. Los guardias chavistas no tienen escrúpulos para disparar a los edificios desde donde suenan los cacerolasos y se escuchan los insultos contra la dictadura. El lumpen chavista motorizado actúa con total impunidad contando con la complacencia del régimen y la GNB. Ellos son los que disparan a mansalva asesinando a cualquiera solo para dejar el mensaje claro de que no tolerarán oposición ni marcha alguna en contra de Maduro. Igual que en Cuba, la sociedad venezolana acabará acostumbrada a la miseria, la escasez, las amenazas y dádivas del gobierno, sometida a un régimen totalitario liderado por un lunático. Es decir, la imagen propia de cualquier socialismo.