Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
De nunca acabar el desfile de oenegés que presentan su "informe" sobre las "violaciones de ddhh en las protestas" ocurridas en el Perú en diciembre y enero. Con la de Amnistía Internacional ya van ocho, si no me equivoco. La primera fue de IDL, donde se denunció la muerte de puros inocentes que no estaban haciendo nada, y que solo pasaban por allí cuando les cayó una bala. El último es de Amnistía Internacional que, como los demás, repite todo cual copia, pero resalta -más que los anteriores- el componente "racista" de la "masacre", como si el gobierno tuviera la culpa de que la izquierda utilice a los campesinos en sus protestas.
No debería sorprendernos esta andanada de oenegés acusando al Estado y al gobierno por haber defendido el estado de derecho, la ley y el orden, así como los derechos de los ciudadanos, ante lo que fue una verdadera asonada terrorista muy bien organizada y financiada, y cuya violencia desmedida no solo dejó cuantiosas pérdidas económicas y perjuicios al Estado y a privados, sino también cerca de treinta muertos, directamente ocasionados por el accionar de las turbas de salvajes que bloquean carreteras, apedrean buses y camiones, incendian todo a su paso y amenazan a la población que quiere trabajar y vivir en paz. Pese a todo esto, las oenegés de "ddhh" solo muestran preocupación por los derechos de los vándalos y terroristas. Ninguna mención hacen a los derechos de los 30 fallecidos debido a los bloqueos (un bebe entre ellos) y a la convulsión social generada por estos vándalos, ni mucho menos a los más de 500 policías heridos por las huestes salvajes de la izquierda. Ya ni para qué mencionar los derechos de propiedad afectadios por las fábricas incendiadas, buses quemados y los vuelos paralizados por meses.
No debería sorprendernos, digo, porque así es como actúa la izquierda. Ya lo vimos en la época del terrorismo, cuando por un lado estaban las huestes de salvajes actuando en el campo en tareas de terror, pero en otro lado estaban sus aliados, las oenegés de "ddhh" que siempre estaban obstaculizando la labor del Estado con denuncias jurídicas, los políticos que desde el Congreso citaban a declarar a los generales encargados de la lucha contra la subversión, o creaban comisiones investigadoras en las que se les exigía dar a conocer sus planes operativos contra la insurgencia así como los nombres de los militares que conformaban los destacamentos.
A diferencia de aquellos días aciagos en los que el terrorismo de la izquierda tenía en jaque al Estado y a la población, hoy la izquierda tiene mucha más experiencia y amplitud en su accionar, están mejor organizados y financiados, sus oenegés han crecido y cuentan con un andamiaje internacional que incluye medios de prensa muy poderosos. El progresismo es dueño de amplios sectores de prensa, de los tradicionales y "alternativos". A eso hay que sumarle el apoyo directo de presidentes de izquierda que se han sumado a la guerra retórica contra el gobierno de Dina Boluarte, apelando de la manera más cínica a la mentira, como ya es costumbre en la izquierda.
Nadie puede negar que la izquierda lleva ventaja. Su organización es impecable. Tiene en el campo a dirigentes expertos, charlatanes ideologizados y enfermos de odio, capaces de organizar a sectores de indígenas ignorantes, motivándolos con los cuentos más burdos a ir a la guerra contra el gobierno o contra Lima. Eso ya lo vimos en el famoso baguazo, cuando los nativos fueron perversamente azuzados por politiqueros del humalismo para que rechacen el TLC con EEUU, que era una campaña de Ollanta. El resultado fue una matanza donde 22 policías murieron y ningún politico azuzador fue encausado como instigador. El único "culpable" señalado fue Alan.
Muchos de estos dirigentes azuzadores cobran un sueldo del Estado porque son maestros, al estilo de Pedro Castillo, cuya labor es el sindicalismo pagado por el Estado. Otros son simples aspirantes a políticos que quieren surgir como líderes mediante la agitación popular. El mismo Ollanta y su desquiciado hermano Antauro son ejemplos de esta clase de dementes, ya que surgieron a partir del andahuaylazo.
Lo remarcable en estos días es que se ve un interés muy notorio por utilizar al campesinado. En especial a campesinas. No es difícil advertir que estos campesinos son fáciles de engañar y de contratar, pues se ha visto cómo les pagan para ir a las protestas. Estos pobres campesinos no tienen idea de las consignas que gritan luego de haber sido entrenados. Claudia Toro lo demostró palmariamente infiltrándose en las marchas y haciéndoles repetir cualquier tontería a los marchantes. Toda esta gente arriada como ganado por la izquierda carece de los más mínimos conceptos políticos, pero marchan pidiendo nueva Constitución.
Luego están los cuerpos de vándalos encargados de presentar batalla a la policía, incendiar locales y asaltar aeropuertos. En este frente no es inusual encontrar jóvenes, incluso menores de edad. Ya hemos visto cómo la izquierda adoctrina incluso a niños para usarlos en el frente de lucha. Hoy los vemos marchando y cantando "Dina asesina", bien adoctrinados por los maestros del Sutep y del Fenate. Así que nadie debería sorprenderse de que entre los muertos en las trifulcas hayan menores de edad y -obviamente- campesinos.
Fuera de este escenario de guerra directa, donde se emplean jóvenes, campesinas y campesinos ignorantes y adoctrinados, está el frente mediático de la izquierda que se encarga de contarle a la población una narrativa que convierta la asonada terrorista en "estallido social", que transforme a los vándalos y terroristas urbanos en "manifestantes" y a la subversión en "legítima protesta". A su lado están los políticos que cuentan el cuento del "golpe de la derecha", "Dina asesina", etc. Y por último, la red de oenegés que se encargarán de judicializar al gobierno, mientras los presidentes de izquierda desprestigian al régimen. Y ante todo este panorama debemos preguntarnos ¿cuál es el plan de reacción?