En un acto sin precedentes, los otorongos han salido a gruñirle al Defensor del Pueblo, Eduardo Vega, por atreverse a afirmar que Nadine Heredia no puede ser candidata. Tanto Vitocho como Teófilo Gamarra le han dicho al Defensor que no se meta en lo que no le incumbe. Así como se lee. ¿Es esta la relación que debe mantener el Congreso de la República con la Defensoría del Pueblo? Es decir ¿es este el nivel en que deben desenvolverse las relaciones entre dos instituciones del Estado?
Hay que tener presente que el Defensor del Pueblo no ha dado una opinión. Se ha limitado a repetir lo que la ley dice. Y lo ha dicho textualmente: según la ley orgánica de elecciones la primera dama está impedida de postular. Esa no es ninguna opinión. Es lo que la ley dice. Quiere decir que los congresistas encargados de dar las leyes son los primeros en zurrarse en ellas. Así es como estamos en este país. ¡Qué nivel!
Otra cosa curiosa es que se ocupen del Defensor del Pueblo, a quien nunca le prestan atención alguna. Pero bastó que hablara de la postulación de Nadine para que todos volteen a mirarlo. Estamos ya acostumbrados a ver a la Defensoría metida en casi todos los escenarios, desde un incendio hasta un proceso electoral. Nadie sabe en realidad de qué se ocupa la Defensoría del Pueblo. Básicamente es un organismo decorativo, uno de los peores aportes que hizo la Constitución del 93 junto con la revocatoria. Pero allí está, haciendo lo que buenamente se le ocurre al Defensor, desde las estadísticas de los conflictos sociales hasta invocaciones a la buena conducta.
Resulta extraño pues que se ocupen de lo que hace o dice la Defensoría del Pueblo, ya que es tan solo una especie de costoso jarrón chino que adorna el Estado para mostrar la apariencia de país civilizado. Pero incluso esas precarias apariencias son pisoteadas sin rubor por los propios representantes del Estado, apenas choca con los intereses mezquinos de una de las peores especies de nuestra política: los trepadores, improvisados y chupamedias del Congreso de la República, a quienes solo les interesa seguir succionando la mamadera del fisco, aunque tengan que pasar por encima del Estado de Derecho y prostituir la legislación.
Latinoamérica es una región endémica en tiranos y aspirantes a dictador. Pero también lo es en arrastrados y chupamedias de la política que salen de la nada para rodear a cualquier tirano que les arroja prebendas. Y están dispuestos a todo para sostener a su amo. Son iguales en todos los países de la región. Estamos hartos de esta escoria en la política. Ya es hora de señalarlos claramente y advertirles que no los dejaremos actuar. Los tiranos y dictadores son tan despreciables como esa lacra de adulones y parásitos que son su sustento político en el Congreso y otras instituciones, incluyendo algunos medios.
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