Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Mario Vargas Llosa, el otrora esforzado promotor del candidato Ollanta Humala, volvió a aparecer pero no para dar cuentas del desastre de gobierno que ayudó a llevar al poder, sino a lo mismo de siempre: para brindar una nueva dosis de su enfermizo antifujimorismo, sumado ahora a un súbito antiaprismo, con lo cual adquiere ya todos los perfiles del progresismo local. Sin embargo, no dijo que apoyaría a algún iluminado de la izquierda sino a PPK, lo que debe haber molestado a la zurda.
Parece que los años, los premios ni las otoñales aventuras amorosas lo han ayudado a superar su trauma antifujimorista. Vargas Llosa habla como si estuviésemos en peligro de regresar a los 90 y no de ingresar al 2016. En un impresionante gesto de cobardía sigue llamando a Keiko Fujimori "la hija del dictador", como si la señora no tuviera vida propia, no fuera más que eso o tuviera culpa de ello. Es curioso que en una sociedad macerada en feminismo histérico acostumbrada a lanzarse sobre cualquiera que se exprese mal de una mujer, nadie se digne a criticar al escritor por sus reiteradas groserías contra Keiko y por llevar la política al nivel de un lio de borrachos machista de cantina.
Mario Vargas Llosa ha terminado sus días como el más infame representante de la política barata, fundada exclusivamente en revanchismos enfermos y enarbolando el hacha para destruir al oponente no con ideas sino con métodos arteros como la difamación, la manipulación de la verdad y el oportunismo. Lo demostró al renunciar al diario El Comercio porque este apoyaba a Keiko Fujimori, y luego se pasó a La República, el diario cloaca de izquierda, donde se hacía la campaña más sucia de la historia contra Keiko Fujimori apoyando abiertamente a Ollanta Humala. Entonces fue cuando a Mario Vargas Llosa se le cayó la máscara de prócer y perdió su pose de moralista político cuando dijo renunciar a "El Comercio" por su falta de objetividad y neutralidad. Pero acabó en un pasquín donde la mentira es cotidiana y su columna se luce al lado de Jason Day y Claudia Cisneros.
Al decir que estamos por elegir entre la dictadura y la corrupción, Mario Vargas Llosa pierde hasta el sentido de la realidad. ¿Cómo se puede sostener que Keiko es "la dictadura"? Solo sufriendo un grave trauma histórico que lo incapacita para ver el presente y el futuro. Al mismo tiempo resulta ridículo que Vargas Llosa acuse a Alan García de corrupción mientras calla en todos los idiomas la actual corrupción de este régimen que ayudó a llegar a palacio, y hoy está hundido hasta el cuello en acusaciones e investigaciones fiscales. ¿Se puede ser más cínico? ¡Ya es el colmo!
Es una lástima que Mario Vargas Llosa, teniendo tanto prestigio mundial, no alcance el nivel de un patricio, de un guía espiritual que orienta a un pueblo por el camino de la concordia y la paz, instándolos a reflexionar señalando los principios. En cambio, Mario se ha quedado en la categoría de un incendiario de la política, un simple oportunista que opina con el hígado, cegado por la bilis y los fantasmas del pasado. De esos tenemos a montones acá y no necesitan tener un Nobel para despotricar en una columna. Es la especialidad más usada en la prensa chicha de izquierda. No necesitamos más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario