Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El cambio de Constitución es parte fundamental de la psicosis reformista que persigue y atormenta a todo progresista en Latinoamérica, sin excepción. Todos los países caídos en manos de la izquierda trasnochada han sido llevados por sus delirantes gobernantes a cambios de Constitución. Básicamente se trata de marcar el inicio de un nuevo orden universal, una nueva era histórica que nace de la gloria de su maravilloso mandato. Y desde luego, las constituciones progresistas son piezas magistrales de la más encendida e indigesta huachafería retórica, donde el verbo alcanza su máximo grado de estridencia, proclamando las más alucinadas bondades de un mundo maravilloso.
En estos días, la presidenta chilena Michelle Bachelet acaba de anunciar que va hacia el cambio de la Constitución alegando una escusa muy curiosa: la actual Constitución fue hecha en una dictadura. Es exactamente lo mismo que alegan acá los progresistas. Evidentemente se trata de una mera escusa, pues no hay razón para cuestionar una Constitución hecha, en el caso de Chile, por una comisión de notables y revisada luego por otros, aprobada por referendum y modificada más tarde por regímenes democráticos. Más aun cuando la Constitución ha servido como marco para el desarrollo más vertiginoso que haya experimentado Chile en su historia, dejando atrás incluso a sus vecinos. ¿Qué necesidad tendría Chile para cambiar su Constitución estando a un paso de alcanzar el estatus de país desarrollado precisamente gracias a su articulado?
En Chile no hay más razones que el odio de la izquierda a una Constitución que nació del régimen del general Pinochet. Un odio irracional que se extiende incluso a todo lo que Chile ha logrado gracias al impulso surgido en esa dictadura. Por tanto, es hora de desmontar esos logros. Y es lo que el régimen de la señora Bachelet con sus aliados comunistas han emprendido con vigoroso empeño. Es obvio que la Constitución tiene que caer. Por ahora se estudia la forma más conveniente de manipular el asunto para lograr una Constitución ajustada al socialismo del siglo XXI.
En el Perú la izquierda parece estar muy lejos de alcanzar sus sueños. Al menos por ahora no son nada en el espectro electoral. La candidata Verónika Mendoza ya anunció su deseo de cambiar la Constitución por haber surgido de "la dictadura de Fujimori". Craso error. La Constitución actual surgió de un Congreso Constituyente que tuvo las mismas credenciales democráticas que el Congreso Constituyente de 1931 y de la Asamblea Constituyente de 1978, por cuanto surgió del voto popular. Y su necesidad histórica era indiscutible debido a la fractura social de nuestro país, que se desangraba en una crisis económica perniciosa y en el riesgo del totalitarismo iluminado y criminal de una izquierda terrorista y genocida. Los cambios de Constitución deben obedecer a la fuerza de las circunstancias históricas y no a los caprichos ideológicos o a los odios mezquinos de un grupo de iluminados en el poder temporal de un país.
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