Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
No me gustan las marchas y menos la igualdad. No creo que las cosas deban implantarse porque unos marchan más que otros o porque hay que creer a la fuerza en la ideología de la igualdad, aunque esté en contra de la realidad y del sentido común. Las cosas deberían darse porque son justas y necesarias. Las decisiones no pueden tomarse en función de la histeria colectiva y menos someterlas a la decisión de una masa ignorante y prejuiciosa, dominada por creencias arcaicas y podridas en una doble moral.
La causa gay se hace difícil por la interferencia de diversos factores en ambos lados. El debate sobre el reconocimiento legal de la unión homosexual para su acceso a ciertos beneficios muy concretos, se distorsiona por el griterio de una masa histérica de creyentes atizada por las iglesias cristianas como si fuera una guerra santa. ¿Cuál es la razón para que estos fanáticos de la fe se opongan? Las respuestas son tan insólitas como estúpidas. Por ejemplo: "Dios creó a Adan y Eva". Es decir, los argumentos (si se puede llamar así a la estulticia) de la Iglesia se sustentan, para variar, en la Biblia.
Por su parte los homosexuales tampoco ayudan mucho a su causa con esos despliegues estrambóticos de lo que se llama "la cultura gay". Y menos aun si van a insistir en el exhibicionismo besándose a la vista de todos. El exhibicionismo es de mal gusto sea que se trate de heterosexuales o gays. Cualquier pareja es amonestada y retirada de ciertos ambientes cuando insisten en su apasionamiento público. Las telenovelas que caen en el mal gusto de mostrar besos muy apasionados con intercambios de lengua son criticadas, y esas escenas son censuradas en muchos países. Así que no es cuestión de "discriminación" si echan a dos gays besándose en público. La íntimidad de la pareja debe ser eso: íntimidad.
Como siempre, la verdad está en el medio de todo ese circo de lunáticos de la fe y de exhibicionistas y payasos de la cultura gay. El debate de la unión civil va a darse de todos modos y hay tres proyectos para ser discutidos: el de Carlos Bruce, el de Julio Rosas y el de Martha Chávez. De todos modos algo tendrá que salir de allí. Esperemos que se avance algo. La solución está en debatir con argumentos válidos las necesidades concretas del mundo real y actual, sin apasionamientos, prejuicios ni mucho menos anacronismos bíblicos. Tanto la histeria religiosa como la huachafería gay deberían quedar fuera de la escena.
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