Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero
Aunque suene absurdo, defender la libertad es una tarea difícil que pocos estamos dispuestos a realizar. A la mayoría de la gente no le gusta la libertad. En especial la libertad de los demás. Claman por leyes que prohíban toda clase de cosas, exigen la intervención del Estado, añoran un dictador que imponga lo que ellos consideran “justicia”, culpan a otros de su mala suerte y piden derechos a costa de otros. En el fondo les aterra la libertad de poder decidir y ser responsables de su propia existencia, porque la libertad implica responsabilidad. Uno debe responder por sus actos. Y esto es lo que intimida a la mayoría de la gente. Por eso prefieren no ser libres sino ser “liberados” de esa responsabilidad. Y allí es cuando nace la izquierda totalitaria.
En el siglo pasado, tras la terrible experiencia del comunismo, el nazismo y el fascismo algunos pensadores analizaron el problema del desprecio a la libertad y el amor a las tiranías. Erick Fromm expuso los fundamentos psicoanalíticos del miedo a la libertad. Años después el fenómeno se repitió en Latinoamérica y Jean-Francois Revel analizó la tentación totalitaria, incluyendo a la dictadura velasquista. Ahora el fenómeno se repite con una nueva versión de tiranuelos, disfrazados esta vez de demócratas, pero con el mismo libreto engañabobos alrededor de la dignidad, la justicia y la igualdad.
Curiosamente hay quienes justifican estas dictaduras de izquierda. No hablan de libertad sino de “liberación”. Bajo esta óptica el ser individual desaparece y se enfocan en “el pueblo”. No es el hombre individual quien merece ser libre por sí mismo sino los pueblos. Para que esta tesis funcione necesitan una grave amenaza mundial y utilizan a los EEUU. Proponen luchar por la “liberación del pueblo” y combatir al “imperialismo yanqui”. Se trata de un cuento para niños que funciona a la perfección. Todo buen tirano la utiliza, desde Mao hasta Maduro. No tiene pierde. El pueblo es la doncella prisionera en la torre a manos del malvado imperialista, el líder de izquierda es quien la libera tras una lucha heroica.
Esta historia gusta a la gente porque evoca sus emociones infantiles más profundas y porque los libera de su responsabilidad. No son responsables de su miseria ni de su progreso. No tienen que hacer nada sino esperar la acción magnánima del líder que los hará libres y les dará el sustento. El discurso de izquierda convierte al individuo en víctima para ofrecerle luego su liberación, aunque en realidad lo convierte en esclavo. Algo parecido a la religión que hace del hombre un pecador para luego ofrecerle la salvación a cambio de ser prisionero de la fe. El mecanismo es el mismo. Y por eso la izquierda está llena de profetas y mesías.
Ahora tenemos expresiones totalitarias menores como el fascismo pulpín de nuestros días. Jóvenes que culpan a la TV de su propia incultura, a las empresas de su falta de oportunidades laborales sin analizar su propia empleabilidad, que exigen derechos como si el mundo les debiera algo, y que salen a marchar exigiendo acatamiento a sus berrinches que alucinan como lucha social. Pretenden imponer su moral al mundo: censurar las corridas, programas de TV, prensa, etc. La propuesta simple de la libertad individual para decidir no les agrada. Prefieren sentirse víctimas de un “sistema” al que quieren derribar a pedradas. El viejo cuento de siempre. No son más que aprendices de dictadores con el mismo discurso liberador.
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