Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Constantemente encontramos la misma interrogante misteriosa en artículos de política latinoamericana: ¿por qué Argentina siendo a principios del siglo XX un país del primer mundo acabó en pocos años convertida en un país subdesarrollado, sumido en el caos y la crisis? Una pregunta similar puede formularse frente a Cuba, que a la llegada del castrismo era un país bastante adelantado, con un elevadísimo nivel cultural que llegaba a todos los confines del continente mediante sus obras, arte, música, radio y TV. Cuando los comunistas usurparon el poder el 1 de enero de 1959, Cuba ya tenía 25 canales de TV y hoy tiene solo 4. ¿Qué pasó?
Tanto en Argentina como en Cuba, al principiar la segunda mitad del siglo pasado, se asentaron los "ideales" de la "justicia social" por parte del peronismo y del castrismo, respectivamente. En Cuba adoptó la forma de una dictadura comunista férrea y descarada, mientras que en Argentina la convulsión social de izquierda marcó la pauta hasta finales del siglo tras el regreso del peronismo al poder. Fruto de esos cambios de política y mentalidad, Argentina pasó a ser un país en permanente crisis mientras que Cuba pasó a la categoría de paria mundial pues le debía a todo el mundo, y al que no le debe hoy es porque le ha perdonado la deuda, como ocurre con Europa y México. Cuba recibió limosnas para sobrevivir; de parte de la URSS en sus primeros 35 años, y luego de Venezuela en los últimos 15. No obstante, Cuba y su régimen comunista de partido único sigue siendo la adoración de la izquierda latinoamericana, como lo es el peronismo para los argentinos.
Argentina se ha salvado del default gracias a sucias triquiñuelas con su deuda, como las ejecutadas por Néstor Kirchner sin una pizca de escrúpulos ni dignidad, además de la ayudita de Hugo Chávez quien le compró sus bonos basura por más de US$ 8 mil millones, comprando así la conciencia del kirchnerismo. Pero Argentina sigue firme cuesta abajo en la rodada. Las restricciones económicas de los argentinos son dignas de una novela de ficción kafkiana, muy cercana ya a lo que padecen los venezolanos. Y hablar de Venezuela hoy resulta ocioso. Ya es mundialmente conocida la espantosa crisis que atraviesa, a pesar de toda su riqueza petrolera y con los más altos precios del petroleo en toda la historia. También cabe preguntarse por Venezuela ¿qué hace que un país tan inmensamente rico pase hoy desabastecimiento, inflación, falta de divisas, falta de empleo, parálisis de la producción, etc.? La respuesta es nuevamente la misma: la izquierda.
Pero ¿qué tiene la izquierda que pese a los calamitosos fracasos en la gestión sigue cosechando adeptos? Se trata de un caso de psicología social. La izquierda encandila a la gente por su discurso de bondad. Ellos quieren la felicidad de todos. Su mensaje es de justicia social y ayuda a los más pobres. Es como una bella cruzada de niños exploradores que salen a ayudar a las ancianas a cruzar las calles. Hablan de igualdad y de solidaridad. Son los defensores de todos los valores humanos. Sin embargo, en los hechos, la izquierda no ha generado más que crisis social, miseria y atraso. ¿Cuál es el truco?
La explicación es muy simple. La política no es beneficencia ni idealismo. Nadie puede garantizar ayuda social de manera permanente e infinita. Nadie puede pretender ocuparse de la vida de los demás para darle solución a sus problemas de existencia. Eso es menos que una utopía: es simple estupidez. La idea de que el Estado debe garantizar la salud, la educación, la vivienda y el sustento de toda la sociedad es impracticable. Es mejor no intentarlo ni plantearlo. Es un disparate. Pero es lo que le gusta a la gente.
Por un lado tenemos a líderes políticos que por irresponsabilidad o simple imbecilidad se lanzan a coger las banderas de lo que llaman "justicia social". Muchos creen firmemente que el Estado es una vaca que se puede ordeñar infinitamente para regalarle a la gente todo lo que necesita. Realmente hay estúpidos que creen eso. Hay muchos. Y están rodeados de asesores que le dan forma académica a sus delirios, acuñando conceptos ridículos como redistribución de la riqueza, inclusión social, equidad, etc. También cuentan con el apoyo de organismos burocráticos internacionales repletos de sociólogos y abogados de izquierda que se ganan la vida diseñando campañas de fantasías ridículas como la lucha contra la desigualdad.
Por otro lado tenemos a una clase social parásita en espera de que el Estado se haga cargo de ellos. Nada es más fácil que sentarse a la vera del camino en espera de que llegue la asistenta social, nos empadrone y más tarde nos llegue el almuerzo del día. El parasitismo social que generan muchos programas sociales ha generado falta de trabajadores en muchos lugares. Hay empleo pero falta gente dispuesta a trabajar. Nadie quiere trabajar si sabe que el Estado le regalará la comida y la pensión. Según todos los estudios publicados ningún programa social ha logrado reducir la pobreza en ninguna parte. Solo ha servido para generar corruptelas, clientelismo y parasitismo.
Pese a todo la izquierda tiene su encanto. Su discurso es encantador. Sus palabras brillan como joyas en la oscuridad. Sus promesas tienen el sabor de la miel. Sus conceptos sociales engalanan la poca inteligencia de quienes lo emplean con soberbia académica. Ser de izquierda es cool. Ser de izquierda es estar a favor de los pobres, los desamparados, los que menos tienen, los marginados, los sin voz, los excluidos. Poco a poco el Estado en manos de esta mentalidad se va convirtiendo en una gigantesca agencia de ayuda social donde todos los ministerios se ocupan de programas sociales. El gasto social crece y no da resultados. Pero como ocurre en Venezuela y Argentina, los favorecidos por la plata del Estado lucharán a muerte por sostener el sistema. Y como ocurre en Chile ahora, votarán por quien les prometa dinero público.
Por un lado tenemos a líderes políticos que por irresponsabilidad o simple imbecilidad se lanzan a coger las banderas de lo que llaman "justicia social". Muchos creen firmemente que el Estado es una vaca que se puede ordeñar infinitamente para regalarle a la gente todo lo que necesita. Realmente hay estúpidos que creen eso. Hay muchos. Y están rodeados de asesores que le dan forma académica a sus delirios, acuñando conceptos ridículos como redistribución de la riqueza, inclusión social, equidad, etc. También cuentan con el apoyo de organismos burocráticos internacionales repletos de sociólogos y abogados de izquierda que se ganan la vida diseñando campañas de fantasías ridículas como la lucha contra la desigualdad.
Por otro lado tenemos a una clase social parásita en espera de que el Estado se haga cargo de ellos. Nada es más fácil que sentarse a la vera del camino en espera de que llegue la asistenta social, nos empadrone y más tarde nos llegue el almuerzo del día. El parasitismo social que generan muchos programas sociales ha generado falta de trabajadores en muchos lugares. Hay empleo pero falta gente dispuesta a trabajar. Nadie quiere trabajar si sabe que el Estado le regalará la comida y la pensión. Según todos los estudios publicados ningún programa social ha logrado reducir la pobreza en ninguna parte. Solo ha servido para generar corruptelas, clientelismo y parasitismo.
Pese a todo la izquierda tiene su encanto. Su discurso es encantador. Sus palabras brillan como joyas en la oscuridad. Sus promesas tienen el sabor de la miel. Sus conceptos sociales engalanan la poca inteligencia de quienes lo emplean con soberbia académica. Ser de izquierda es cool. Ser de izquierda es estar a favor de los pobres, los desamparados, los que menos tienen, los marginados, los sin voz, los excluidos. Poco a poco el Estado en manos de esta mentalidad se va convirtiendo en una gigantesca agencia de ayuda social donde todos los ministerios se ocupan de programas sociales. El gasto social crece y no da resultados. Pero como ocurre en Venezuela y Argentina, los favorecidos por la plata del Estado lucharán a muerte por sostener el sistema. Y como ocurre en Chile ahora, votarán por quien les prometa dinero público.
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