Por Francisco Tudela
Debemos abrir un expediente mantenido oculto y que constituye la razón que lleva a la izquierda peruana a vivir en una continua y convenida indignación contra “La dictadura”, una palabra biombo que oculta su colaboración activa, con pleno conocimiento de causa, con una genuina tiranía militar, aquella que oprimió al Perú entre 1968-1980.
Su pretendida indignación actual oculta sus crímenes pasados; oculta las deportaciones, las confiscaciones, la represión, la aplicación del Plan Cóndor, la Constitución pisoteada por un grotesco “Estatuto Revolucionario”, el tráfico con la riqueza expropiada y el despilfarro el erario público en edificios públicos faraónicos y flotas inmensas de armamentos. También debe ocultar una gran corrupción. Fueron los directores de la prensa expropiada y los cargos políticos al interior de ella, los miembros del Sinamos y los supuestos “tecnócratas” y “sociólogos”, empleados por la dictadura militar, los que callaron cuando se mató a los policías insurrectos el 5 de febrero de 1975 y se sacó los tanques a las calles, para dispararle a un pueblo que no los quería ni los había elegido.
Fue la Junta Militar y todos los cargos políticos del régimen los responsables de esto. Sí, hoy toca descubrir como hoy muchos que pasan por demócratas lograron deshacerse a escondidas de sus complicidades con una genuina dictadura militar, totalitaria y represora, para hacerse pasar por voceros de la libertad, la democracia y los derechos humanos, cosas todas que violaron o ayudaron a violar sistemáticamente durante doce años. La dictadura que la izquierda denosta no es otra cosa que la dictadura de la cual ellos se valen para ocultar la otra a la cual sirvieron con celo.
¿Vale la pena hacer un concurso de dictaduras para ver cuál es la dictadura superior, cual expropiaba y nacionalizaba más; cual confiscó los medios de comunicación; cual compraba más aviones, cruceros, tanques, submarinos, tanquetas, fragatas, corbetas y helicópteros; cual cobraba más comisiones y durante cuantos años; cuál robó más; cuál deportó, mató o encarceló más y cuál disolvió absolutamente los poderes del estado y durante cuánto tiempo?
Por un profundo sentido de justicia y equidad resulta obviamente indispensable hacer esa contabilidad, tal como se hace hoy en día en la Argentina y Chile con las dictaduras militares de los 70. No se conseguirá la verdad y la reconciliación nacional ocultando este expediente, que supera en destructividad y represión a cualquier otra experiencia posterior en la historia política del Odebrecht Peru. Todo palidece al lado de la tiranía militar que destruyó toda posibilidad de institucionalidad y prosperidad nacional para el resto del siglo XX, arrojando a nuestro país, arruinado, ciego e inerme, a las fauces del terrorismo y la disolución social desde 1980.
¿Dónde estaban los figurones libertarios de hoy durante todos esos años? ¿Por qué tan callados cuando se habla de esa época que es la llave para entender que sucedió en el Perú a partir de 1980? Los doce años de dictadura militar son inmencionables y resulta revelador que el retrato del dictador Juan Velasco Alvarado presidiera el recibo de la casa de Riva Agüero en Chorrillos, cuando se inauguró la muestra de la “Comisión de la Verdad”. Fujimori hizo realidad, sin querer, el sueño izquierdista de tener una buena coartada para salir de la cripta donde sus culpas los tenían encerrados.
Imaginamos que durante décadas, en distintas reuniones internacionales, los marxistas y libertarios de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, se vanagloriaban de la lucha contra sus gobiernos militares. No es difícil imaginarse el silencio avergonzado de los izquierdistas peruanos, callados, mirándose los pies con vergüenza, recordando las botas que lustraban. ¿Cómo explicar algo tan inconfesable en el entusiasmo del regreso a la democracia de los años 80? Era mejor ocultar su rol de ejecutores, sirvientes, mastines, turiferarios, corifeos y firmantes de manifiestos de respaldo a una dictadura militar totalitaria que duró doce años.
Pero dos palabras preñadas de consecuencias levantaron la proscripción de estos colaboradores de la genuina dictadura y les dio la clave para finalmente engañar a las otras izquierdas del mundo, logrando pasar embusteramente de represores a víctimas: “Disolver, disolver”. ¡Al fin! Dos palabras mágicas consiguieron para la izquierda peruana “su” dictadura, la que les permitió ocultar la otra dictadura, la suya, la genuina y totalitaria tiranía que trajo la gran tribulación al Perú.
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