Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Esta semana se caracterizó por la sorprendente subida de Julio Guzmán en las encuestas, llegando al 5% y superando a Toledo y Verónika Mendoza, que no es decir mucho tampoco. Por lo mismo, el señorito Guzmán fue asediado por la prensa apareciendo en cuanto programa de entrevistas existe. Lo bueno de todo esto es que nos ha permitido ver que Julio Guzmán es un mar de contradicciones y un experto en la improvisación, dice una cosa y luego se desdice con la facilidad de una quinceañera, enfrenta las preguntas con una sonrisa exagerada, más insípida que pisco sour de cortesía.
Los advenedizos de la política tienen la peculiaridad de improvisar respuestas y, por lo mismo, entrar en contradicciones. La mayoría de las preguntas son cuestiones en las que jamás han meditado ni tienen, por tanto, una posición firme al respecto. No es raro tampoco comprobar que sus declaraciones contradicen incluso el mamotreto que ha presentado como plan de gobierno, el que sin duda mandó hacer a un comité de genios reclutados en su entorno. Escuchar a Guzmán es como un flashback de Ollanta Humala desmarcándose de su plan de la gran transformación y tratando de agradar a todos los auditorios.
Digamos que hasta allí es normal ver a cualquier improvisado trastabillar en las entrevistas mientras busca alguna idea apropiada a la circunstancia. Pero otra cosa es oírlo decir disparates monumentales como que el Estado es laico y que debe darle dinero a todas las religiones por igual. Primero, el Estado no es laico por ningún lado. Constitucionalmente mantiene un cordón umbilical con la Iglesia Católica a la que está obligado a prestar su colaboración, para no mencionar los usos y costumbres que han oficializado el fetichismo religioso en los actos públicos, y la sujeción religiosa a santos patrones en las llamadas "instituciones tutelares de la patria". Por último, tenemos una pléyade de congresistas que más parecen representantes del Vaticano o del cielo, y que hacen las leyes en base a la Biblia y a la voz del cardenal, antes que atendiendo la realidad social.
Pero si Julio Guzmán cree que el Estado es laico ¿cómo puede pretender que el Estado les dé dinero a todas las religiones? ¿No debería ser todo lo contrario y cortar cualquier vínculo con las iglesias? Al menos no ha repetido el disparate de Verónika Mendoza, una muchacha aquejada mentalmente con la atrofia del igualitarismo progre, y que pretende igualar a todas las religiones sin medir nada. Pretende incluso que el Estado les reparta dinero a todas las iglesias por igual, "sin discriminación". La verdad es que perdemos tiempo escuchándolos.
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