Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El 2016 empieza con vientos de esperanza por ser un año electoral, y podemos ser optimistas por varias razones. En primer lugar porque hoy no existe ninguna amenaza izquierdista en el horizonte y parece que no surgirá, no tienen cuadros. Nadie en el manicomio de la izquierda luce un perfil medianamente decente para encandilar a las masas. Tampoco lo tuvo Ollanta Humala, pero fue un monigote hábilmente fabricado por el chavismo desde el 2003, quedando con un pie adentro en el 2006. A partir de allí fue fácil armar una campaña larga apuntando al 2011, fundada en la demagogia asistencialista, la histeria del odio antifujimorista, y el apoyo final de una derecha oportunista y sin patria.
En el presente no existe nada parecido. Es más, ya ni siquiera existe el chavismo. La ola izquierdista que infectó Latinoamérica al inicio de este siglo está en declive, no solo por la muerte de Hugo Chávez sino por la debacle del modelo chavista basado en el despilfarro de petrodólares que ya dejaron de fluir. El imperio bolivariano soñado y financiado por Hugo Chávez dejó de ser una amenaza. El socio brasileño se hunde en los juicios de corrupción. La sociedad con el peronismo kirchnerista se evaporó. Venezuela languidece en la peor crisis de su historia. Incluso la vergonzosa dictadura de los Castro en Cuba ha dejado de encandilar a los jóvenes milenials; y solo los muy imbéciles siguen apoyando ese patético régimen. Todo esto significa que la gusanera de la izquierda nacional está sola y sin recursos, y tendrá que bailar con su propio pañuelo, que es lo que más les duele a estos parásitos.
Sin el peligro de la izquierda lo que queda es contener a los demagogos baratos, los saltimbanquis improvisados y los eternos trepadores angurrientos. Tal vez hasta se pueda hacer una campaña de ideas y no tanto de propuestas ridículas como crear más ministerios y programas sociales. Por desgracia el modelo asistencialista es muy poderoso y marca la pauta de la mentalidad política. Un panel de gurús expertos opinólogos en RPP soltó la disparatada tesis de que ahora le toca a la clase media porque está "desatendida electoralmente". No sería raro que empiecen proponiendo programas sociales para la clase media o plantear intervenir en el mercado para facilitarles las cosas, como abaratar las tarjetas de crédito o hasta pagarles las deudas.
Esta es la clase de ideas baratas que hay que confrontar en la campaña. No se puede permitir que la campaña gire en torno de ofrecimientos concretos de bienestar dirigidos a sectores específicos porque todo eso significa un Estado más grande, con su correlato de mayor gasto y corrupción. Debemos exigir que los candidatos se focalicen en la reforma del Estado, que significa reducirlo y hacerlo más eficiente. Lo que necesitamos es que el Estado mejore, no solo en el nivel del Congreso sino en el Poder Judicial, una mejor policía que garantice mayor seguridad. Todo eso beneficia no a un sector sino a toda la población, y esa es la clase de medidas que necesitamos con urgencia. El Estado es por ahora el mayor obstáculo para el crecimiento del país, pues está repleto de regulaciones absurdas y de organismos burocráticos corruptos e ineficientes.
El reto político de hoy es reformar el Estado y hacerlo más chico y eficiente. No queremos más cuentos asistencialistas ni más apoyos directos. Necesitamos mayor libertad y que el Estado deje de ser un estorbo y una carga para todos.
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