Por: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero
La principal característica de la Guerra Fría no fue solo la tensión por la amenaza nuclear, sino la incesante batalla ideológica entre los bandos de un mundo bipolar. Esta batalla la perdió el mundo libre. Si bien el muro de Berlín cayó por el desplome de la economía comunista, el mundo capitalista quedó infectado con el virus de las ideas que la URSS supo insuflarle pacientemente. La izquierda le arrebató sutilmente a la derecha liberal capitalista casi todas sus banderas, incluso el término liberal, por lo que los liberales tuvieron que inventarse el neologismo “libertario”. Al final, casi todas las causas del mundo libre acabaron en manos de la izquierda.
La guerra ideológica giró alrededor de los derechos humanos, un concepto que al comunismo le producía urticaria. La estrategia soviética para combatir los valores del mundo libre fue simple: redefinir los conceptos y contraponer nuevos valores. Crearon el relativismo como tendencia intelectual, lo que llevó a la confusión general; luego cuestionaron valores occidentales como la libertad mediante la oposición de otros valores considerados superiores, tales como la igualdad. A la democracia representativa le opusieron la democracia participativa. A los derechos individuales le opusieron los derechos sociales. Al final de esta guerra ideológica, EEUU, el principal promotor y representante del mundo libre y democrático, acabó siendo visto como el villano, mientras que el comunismo genocida quedó como el lado bueno de la historia.
La izquierda es además dueña del relato histórico a través de su industria narrativa, que empieza por los abundantes sociólogos y antropólogos financiados por ONGs convertidas en editoriales, y finaliza con el montaje de obras de arte de pintura, cine y teatro, expuestos en salas y museos construidos por la misma izquierda. La mayoría de los burócratas de organismos internacionales son de izquierda, responsables de las guías mundiales de políticas públicas destinadas a los países subdesarrollados, tan afectos a recibir estas directrices y ponerlas por encima de todo. Nosotros, especialmente.
El resultado de la debacle ideológica liberal es que hoy la izquierda es la dueña de casi todas las causas, incluyendo los DDHH. A su manera, claro está. Instituciones creadas para defender a las sociedades del comunismo genocida, hoy son usadas por la izquierda para juzgar a los gobiernos que combatieron al terrorismo de izquierdas. Y al amparo de este desquiciado escenario, algunos ex guerrilleros y terroristas han accedido al poder por las urnas, otros se pasean campantes posando como próceres, mientras los gobernantes que los combatieron pagan sus culpas en la cárcel o con su memoria desprestigiada. Genocidas como el Che Guevara son mostrados cual santones de la justicia. Las nuevas generaciones ignoran la verdad del comunismo y se rinden ante su discurso.
Los DDHH a cargo de la izquierda han perdido todo su sentido original. La charlatanería con que alimentan su activismo ha prostituido el concepto. El mensaje del pueblo al Estado no es más un “respétame y déjame ser” sino un simple “hazte cargo de mi”. Los “derechos sociales” son solo demagogia populachera irresponsable y delirante, forjadora de una sociedad parásita que exige prebendas, privilegios tan solo por su naturaleza social. Ya no se pide respeto y libertad sino dinero. Se exige igualdad sin hacer méritos ni competir en la vida. Y en medio de ello, la derecha ha abandonado la defensa de los derechos que deberían ser parte de la agenda liberal, dejando que la izquierda se apodere de todo. El derecho elemental a la libre autodeterminación de las personas es, al contrario, atacado para defender unos valores abstractos y difusos que más parecen pretextos ridículos mezclados con aroma de moral religiosa. Nos estamos derrotando solos.
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