Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
"Ahora la calle manda. Si queremos podemos pedir el cierre del Congreso" dice emocionado un líder juvenil en RPP, con más delirio que razón, tal como han sido las protestas juveniles en los últimos días. Así están las cosas en el Perú. Una ridícula ley laboral que creaba un régimen especial y temporal para facilitar la contratación de jóvenes sin empleo fue manipulada por demagogos, satanizada por la izquierda parásita y convertida en causa de lucha por el rojerío. Apenas olieron el caos, salieron de sus agujeros con sus gastadas banderas rojas a gritar sus viejas consignas. Hasta despertaron los dinosaurios de la CGTP que dormían el sueño de los justos en su cómodo retiro laboral. También fue una nueva ocasión de posar para los infaltables figuretis del mundo caviar farandulero y mediático convertidos en activistas de todas las causas nobles.
La histeria juvenil apoderada de las calles parece ser la que gobierna el país. Sesudos congresistas que votaron a favor de la ley convencidos de sus bondades recularon ante el griterio y cambiaron su voto asustados. "¿Qué quieren? ¿Que haya muertos?" se justificaba Lourdes Alcorta. El resultado final fue la derogatoria de la ley. El gobierno perdió y los jóvenes quedaron como héroes de una supuesta "jornada de lucha por los derechos laborales", que es como alucinan su fiesta semáforo en la vía pública. Lo real es que los jóvenes no ganaron absolutamente nada porque en los hechos seguirán sin empleo y sus supuestos "derechos" seguirán en el papel. Pero ¿a quién le importa la realidad? Acá lo único que importa es el floro y la pose. Los chicos solo quieren divertirse. Hasta podrían corear sus verdaderas consignas: ¡Abajo la dura realidad! ¡Vivan las utopías!
Nadie ha ganado absolutamente nada con todo este alboroto insensato. Quizá todos hemos perdido algo. El gobierno sigue quedándose sin congresistas y los que le quedan divagan sin rumbo. Son robots manejados a control remoto por Nadine mediante mensajes de texto. El Ejecutivo se parece cada día más a una pandilla de desadaptados que se dedican a molestar al vecindario. Los ministros Urresti y Cateriano son matones del Twitter ocupados en atacar al Apra y al fujimorismo sin ningún rastro de decencia ni decoro, atropellando incluso la dignidad de mujeres. En cualquier país decente estos ministros estarían de patitas en la calle. ¿Dónde se ha visto que un ministro insulte al líder de la oposición y siga durmiendo tranquilo? La escoria del nacionalismo nos ha llevado tan abajo que ya no somos capaces ni de reaccionar con hidalguía ante las inmundicias de sus ministros que han hecho de la política un chiquero irespirable.
Y como si esto fuera poco, la labor indigna de estos ministros matones es compartida con el propio Ollanta Humala quien cada vez que abre la boca le sale una condena al pasado. Por su lado, Ana Jara está pintada en la pared. Desde que la sacaron de su labor de organizadora de espectáculos de Nadine ha perdido la razón y vive en la depresión. Es la loca de la casa a la que nadie hace caso.
El Congreso es como un barrio de malhechores donde nadie se atreve a cruzar de noche. Casi todos tienen un alias y muchos están a un paso de caer en manos de la ley. No hay liderazgo alguno. Reina el desconcierto. Están sumidos en insultos, chismes y vendettas sin ninguna intención de emprender debates serios sobre reforma alguna. Andan más preocupados en subirse a alguna combi electoral para el 2016 y el transfuguismo es la orden del día. El Apra y el fujimorismo están hartos de los ataques irracionales de Ollanta Humala y solo quieren sentarse a ver cómo naufraga el gobierno. Si hace falta arrojarle un peso para que acabe de hundirse lo harán, sin ninguna duda. Las comisiones que investigan las fechorías de los amigos del gobierno tienen la última palabra.
Ahora que la oposición tiene mayoría en el Congreso debería ser hora de arreglar cuentas, empezando por pedir la cabeza de esos impresentables de Urresti y Cateriano. También es hora de que se vaya el canciller que no ha hecho más que meter la pata. Pedir la vacancia de Ollanta sería excesivo si no se cuenta por lo menos con el dictamen firme de una comisión investigadora que aporte pruebas claras de la incapacidad moral del presidente. Ese es el único camino de la vacancia. Mientras tanto habrá que apuntalar a este gobierno con un gabinete nuevo y ministros independientes designados por consenso, si no quiere verlos censurados el primer día. Ollanta va a tener que aprender rápidamente una técnica básica de la política que hasta ahora no ha practicado: el diálogo y la concertación.
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