Por: Alejandra Ramos Jaime,
economista por la Universidad Autónoma de Coahuila
Hace una semana publiqué una encuesta en Facebook sobre la aprobación tan popular de la prohibición de bolsas plásticas, popotes, recipientes, empaques plásticos y de unicel. Tal como lo esperaba, el resultado fue un arrasador “Sí: Deben prohibirse”, con más del 60% de aprobación. No es de extrañar que a la gente le encanten este tipo de medidas, sin importarles incluso que los vayan a afectar a ellos mismos. Pero las prohibiciones están mal encaminadas. En principio toda prohibición es mala, por una simple y sencilla razón: ni el gobierno ni todos los que opinamos conocemos bien los costos – económicos y ambientales– de tal decisión. Es la medida más facilista y populachera que los políticos pueden adoptar para quedar bien con el vulgo.
Imaginen un escenario hipotético donde el plástico no existiera. Y no sólo que no existiera, sino que nunca hubiera existido antes. Suponiendo un consumo similar al actual, millones de toneladas de desechos orgánicos serían generados diariamente: bolsas de papel de un solo uso, popotes de aluminio, empaques desechables de cartón, etcétera. La prensa nos alarmaría sobre la cantidad de árboles talados, la inmensa cantidad de agua utilizada en la industria del papel y cartón, la alta tasa de extracción de minerales escasos, entre otros problemas. Imaginen, luego, que alguien descubriera un material que prometiera reducir en cinco veces el uso de agua; en dos veces, fuentes de energía no renovable; en tres veces, la emisión de gases de efecto invernadero. Un material maleable, higiénico, resistente y que, además, ¡no requeriría la tala de un solo árbol! Olas de consumidores preocupados por el ambiente y la conservación de recursos naturales irían a consumirlo y sería mal visto utilizar bolsas de papel, por ejemplo, que costaran recursos valiosos y bosques.
El invento, afortunadamente, ya existe: el plástico. La campaña en contra del plástico nos ha hecho olvidar sus múltiples beneficios, incluso ambientales. De acuerdo a los recursos utilizados, una bolsa de papel debe ser utilizada al menos siete veces para ahorrar el impacto ambiental de su fabricación con respecto a una bolsa plástica. Por su parte, una bolsa de tela debe ser utilizada más de 350 veces para compensar el impacto ambiental. Y en cada uso de bolsas de papel y de tela hay desgaste y consumo de recursos valiosos.
El plástico no solo responde a la comodidad de los consumidores. Los empaques plásticos de algunos alimentos permiten extender su vida útil y facilitar su distribución. En la carne, un empaque plástico al vacío extiende su vida de cuatro a 30 días. Un pimiento en una bolsa plástica perforada extiende su caducidad de cuatro a 20 días. Una botella plástica pesa 10 veces menos que una botella de vidrio. Las ventajas permiten que los alimentos sean más fáciles de transportar y requieran menos combustible; que sean más duraderos y más fáciles de almacenar, con lo cual hay menos costos de refrigeración, almacenamiento y desperdicio de recursos. Y esos ahorros se traducen, además, en bienes más accesibles económicamente para personas de menos ingresos.
Los plásticos son mucho más baratos que sus sustitutos por una razón: en su proceso de fabricación han logrado ser eficientes y utilizar muchos menos recursos –los cuales, sabemos, tienen un costo–. Cada empresa que analiza el empaque o servicio de sus productos está considerando ser lo más eficiente posible para extender sus ganancias. Las empresas toman en cuenta el combustible que hará falta para hacer llevar su mercancía a su consumidor final de acuerdo al peso; toman en cuenta los costos de energía en que incurrirán para mantener sus productos refrigerados o frescos. Son estas decisiones, en conjunto junto con el sistema de precios, las que nos transmiten información y nos vuelven mucho más eficientes y… ecológicos.
Con esto no quiero incitarlos a correr a su supermercado, tomar las bolsas y popotes, usarlos y arrojarlos al mar solo porque son baratos. Encontrar desechos plásticos en los océanos, ríos, alcantarillas o calles es un problema de administración de basura y sucede no solo con botellas o bolsas, sino con pañales, baterías, desechos electrónicos y metálicos. Para el gobierno es mucho más sencillo prohibir sin analizar previamente los costos o aceptar su responsabilidad sobre el monopolio que mantiene en la recolección, administración de basura y sobre todo la defensa y delimitación correcta de la propiedad privada en donde se puede o no disponer la basura. ¡Nuestra falla está en la disposición y manejo al ser un producto no degradable fácilmente!
En nombre del medio ambiente, los invito a cambiar el debate desde la coerción y la limitación de libertad a uno sobre la eficiencia y productividad en el uso de nuestros recursos. Después de todo, no hay nada más ecológico que aquello que es eficientemente producido, consumido y desechado.
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