Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Un líder es aquel que tiene una visión clara y precisa de lo que necesita un país para surgir, y el coraje para hacerlo realidad. Pero quien maneja el poder con mano firme y dictatorial, y actúa como un dios magnánimo ofreciendo dádivas a la población con dinero público y privado, buscando el aplauso y la adoración de la gente, no es un líder sino un narcisita irresponsable. Un fantoche del montón.
Lo que nos sobra son fantoches que se trepan al poder para fotografiarse con la banda y su corte de adulones. Su máxima propuesta es un ministerio, un programa social, o inventar nuevos “derechos” a costa del presupuesto o de la empresa privada. Y a veces un referéndum para legitimarse o legitimar las barbaridades que impone.
No hay líderes. Miren la campaña municipal. Casi dos docenas de aspirantes sin ideas dando vueltas en lo mismo: transporte público, semáforos, inspectores, multas, etc. Y hasta persisten con la estulticia de las ciclovías. ¿Qué lleva a estos señores a obsesionarse con las ciclovías? ¿No ven que todas están vacías? Y para colmo, hay muchas que se han hecho quitando espacio a los autos y empeorando el tráfico.
Lamentablemente en la política prima la pose “progresista” y la ideología barata antes que el sentido de la realidad y de lo urgente. Prefieren clichés cursis como “una ciudad para ti”, y carecen de una visión de ciudad moderna del siglo XXI. No ven que Lima está rezagada más de medio siglo en infraestructura vial. Y para colmo tenemos una plaga de zombies enemigos del concreto combatiendo las pocas obras que se hacen.
Lima ya debería tener por lo menos tres extensas autopistas elevadas de tres carriles por lado que la atraviesen a lo largo y ancho para darle fluidez al tráfico. Una que parta de la Panamericana Sur, desde la desembocadura de Villa el Salvador, para enrumbar hacia el norte, pasar Circunvalación, empalmarse con la Panamericana Norte y seguir hasta el Zapallal. Otra que baje por la Carretera Central desde la salida de Chaclacayo hasta el Callao, por Javier Prado y La Marina, con un ramal por Faucett que se vaya hasta el aeropuerto y siga de largo hasta la Panamericana Norte. Obras de ese nivel es lo que necesitamos con urgencia, y no ridículas ciclovías. Y hay que comprometer al gobierno central para que se involucre con la capital.
Nunca entenderé por qué a los peruanos les cuesta tanto pensar en infraestructura. Es como una tara mental. No se puede escapar del subdesarrollo ni descentralizar el país sin carreteras y puentes. En muchos lugares todavía se cruza vadeando los ríos o en barcazas inestables. Vamos a llegar al bicentenario sin siquiera haber concluido la Panamericana como una autopista de doble carril por lado, que es lo mínimo que ya deberíamos tener. La Carretera Central es un suplicio pero nadie hace nada. Deberían hacer una vía alterna que vaya por la margen opuesta del Rimac y concluir el túnel trasandino, pero nada de nada. Las carreteras siguen matando gente cada mes.
En un país de gente confundida es difícil encontrar un líder con ideas claras, y con la voluntad y el coraje para emprender reformas. Solo mienten hablando de reformas. Si el presidente Vizcarra quisiera hacer reformas, tiene mucho trabajo por hacer. Debería ocuparse de la reforma del Estado que es lo que le compete, eliminando y unificando ministerios, reduciendo la burocracia y el gasto público, reestructurar la Policía Nacional para eliminar la corrupción y potenciar su eficacia, quizá volviendo a crear la policía de investigaciones. Debería hacerse una reingeniería total de las regulaciones existentes eliminando muchas de ellas, y anulando costos a los ciudadanos. Hay grandes reformas que el Estado necesita y que no son precisamente las payasadas que se están impulsando vía referéndum. ¡Póngase a trabajar, señor presidente!
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