Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Una vez más se desarrolló la llamada "Marcha por la vida", el corso organizado por el Episcopado de Lima, es decir, por el propio cardenal Juan Luis Cipriani, y cuenta con el apoyo de varias iglesias evangélicas o cristianas. En la marcha puede verse la experiencia y capacidad de organización que tienen las iglesias, además de fondos, y que involucra parroquias, conventos, colegios religiosos, etc. Gran parte de la marcha se compone de jóvenes y niños, además de activistas vinculados a la iglesia. Según informa el cardenal, la marcha de este año ascendió milagrosamente a 800,000 personas. No dudamos que el próximo año anunciarán un millón.
Pero hablemos de lo que significa esta marcha. En primer lugar es una manifestación religiosa. De eso no hay que dudar. Es una manifestación callejera que la derecha clerical lleva a cabo para hacer alarde de su número frente a las izquierdas, y mostrarse como una potencial fuerza electoral. Así es como lo plantean en sus anuncios de las redes sociales. Incluso ya han dado a conocer un manifiesto claramente político, donde advierten que no votarán por candidatos que no se declaren pro vida y pro familia. Así que estamos advertidos.
Leyendo con calma el histérico "Manifiesto por la vida, la familia y los valores del Perú", debemos preguntarnos si estas personas están cuerdas, porque eso de plantear que el Estado claudique ante la iglesia y adopte los fines y principios que dicta la religión, es como si volviéramos a la Edad Media. Aunque no dudo que toda esta gente aun permanece en esa época. He visto a varios alucinando ser cruzados en sus imágenes de perfil.
Me parece bien que hagan alarde de su número en la marcha, pero tendrían que tomar en cuenta que más de la mitad son adolescentes y niños que no votan. El otro factor es que la iglesia en realidad carece de poder para inducir al voto. Eso ya está demostrado históricamente. Recordemos cuando el cardenal Vargas Alzamora sacó a pasear al Señor de los Milagros para que no voten por Fujimori. Al final, el candidato impulsado por un puñado de evangélicos salió elegido, pese a las invocaciones del cardenal y de la poderosa iglesia católica. Demás está mencionar las veces en que ganaron candidatos apoyados por la izquierda, pese a las misas y cadenas de oración del rebaño de la iglesia.
Son evidentes pues las intenciones políticas de la Iglesia Católica, o por lo menos del sector liderado por el cardenal Cipriani. El manifiesto pobremente redactado y publicitado por el Episcopado, es una clara declaración política de este sector que pretende imponernos su ideología de la vida y la familia, con sus consignas de fe basadas en la Biblia.
Desde un punto de vista liberal, debemos considerar a estos sectores extremistas de derecha como otra versión totalitaria y colectivista, que pretende controlar el Estado para imponer a toda la sociedad sus pautas de vida, de acuerdo a una moral social derivada de la religión. No hay pues en este sentido, diferencia alguna con la izquierda dogmática, totalitaria y colectivista. Ambos pretenden imponerle a la gente sus modos de vida y su moral social. A nadie le interesa un pepino la libertad de las personas y su libre albedrío para decidir por su propia cuenta y peculio acerca de su propia vida, cuerpo, salud y destino como seres humanos.
No estamos interesados en apoyar a ninguna masa de histéricos que pretende decidir por nosotros. Sean de izquierda o de derecha. Menos aun si ambos sectores procuran pervertir la educación para introducir sus mitos, doctrinas y evangelios. Ya hemos visto cómo ambos manipulan a los niños, adolescentes y jóvenes, a quienes embaucan con dulces propuestas como "defendamos la vida". Un eslogan que es tan simplón como ridículo, pero sirve como anzuelo para pescar incautos, del mismo modo en que la izquierda utiliza lemas como "equidad de género". Ambos sectores se disputan a los pobres, a los que menos tienen, a los sin voz, a los más indefensos, a los inocentes, etc.
Para un liberal la única causa que importa es la libertad. Hay que respetar no solo la vida de las personas sino su libertad, y en particular, su libertad para decidir sobre si mismo y sobre su destino. No valen cuentos y excusas que invocan derechos y valores. A nadie le pueden obligar a ser o hacer lo que no quiere con su propia vida. El totalitarismo de izquierda y de derecha pretende decidir por todos, y quitarles a las personas la capacidad de decidir, apelando a subterfugios y supuestos valores superiores extraídos de una ideología colectivista o metafísica. Es decir, sacrificar al individuo en aras de un supuesto bien común o de un valor ideal exaltado desde la doctrina idolatrada.
La sociedad solo será mejor cuando cada persona tome las decisiones que más le convenga para sí misma. En cambio la sociedad empeora y se degrada cuando es el colectivo o la asamblea la que decide por todos, eliminando a las personas su carácter individual para convertirlos en simples piezas de una maquinaria social que funciona en masa. Este es el peligro al que nos llevan las posturas dogmáticas de la izquierda marxista y de la derecha cristiana. Unos veneran al Estado poderoso que rige la vida de la sociedad con fines altruistas para el bien común, y otros veneran a la Iglesia que es el otro Estado que rige la vida de la sociedad con fines altruistas para complacer a Dios. ¿Cuál es la diferencia? Desde el punto de vista de la libertad, ninguno.
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