jueves, 21 de septiembre de 2017

El eterno cuento de las reformas en el Perú


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero

“Nada nos va a detener en las reformas” dijo el presidente Kuczynski y se oyeron aplausos. Sin embargo algunos seguimos preguntándonos de qué reformas habla el presidente. Hay una enorme distancia entre el discurso oficial y la realidad. Acá nos hemos acostumbrado a conformarnos con el discurso, el cuento y la pose.

En un país donde se repiten los mismos discursos, la palabra más mencionada es “reforma”. Sin embargo nunca cambiamos la fórmula de darle al Estado el control de la sociedad. Cada vez que alguien hace una “reforma” lo que hace es crear un nuevo organismo estatal. El raciocinio sigue esta línea: ¿hay un problema en la salud? Créase la Superintendencia de Salud. ¿Hay un problema en el transporte? Créase la Superintendencia del Transporte. ¿Hay un problema con el empleo? Créase la Superintendencia del Empleo. ¿Hay un problema con la universidad? Créase la Superintendencia de la Universidad. Esas son las famosas “reformas” que nos imponen en este país. ¿En serio creen que eso es una reforma?

Nuestro problema básico es la gestión del Estado, pero toda “reforma” consiste en reforzar el poder del Estado. Disculpen, pero no entiendo nada. Desde mi punto de vista, cualquier reforma, para ser tal, tendría que ir en el sentido contrario al típico pensamiento estatista fracasado, en vez de seguir con el pensamiento mágico moderno. En otras épocas para cada problema se erigía un templo y se establecía un ritual, hoy se levanta un ministerio o superintendencia y se establecen nuevos trámites y multas. ¿Una vez más: en serio creen que eso es una reforma?

Es patético escuchar siempre el mismo discurso fracasado, repetido una y otra vez como si fueran ideas novedosas y revolucionarias. Los demagogos siguen llenándose la boca con la palabra “reforma” mientras siguen satanizando el libre mercado, el afán de lucro y la empresa privada, orientan a la gente hacía el parasitismo social y la dependencia del Estado. Los jóvenes son adoctrinados en el reclamo de “derechos” cuando ni empleo tienen, y creen que la sociedad les debe algo y que su "derecho" es recibir servicios gratuitos y gollerías tanto del Estado como de la empresa privada. Los acostumbran a creer en el dios Estado.

Por su parte, el progresismo predomina a base del “buenismo social"; es decir, de la defensa de causas “justas y nobles” que no son más que boberías insufribles. Nos llevan al debate de cursilerías idiotas, como las famosas lenguas originarias o la importancia vital del cine, la interculturalidad o la memoria. Y todo eso consiste en una sola cosa: sacarle plata al Estado. Ese es el gran negocio. Hasta la corrupción progresista resulta más fina porque se trata de una argolla de nobles que enmascara su festín como estudios, consultorías, asesorías y publicidad que no sirven para nada.

Los tiempos cambian pero seguimos en lo mismo. Los gobiernos pasan y el Estado crece sin control, la burocracia se incrementa con cada gobierno, el presupuesto aumenta cada año mientras los servicios públicos siguen igual de malos o peores. La corrupción pública no solo aumenta, sino que roba cada vez más y con métodos más sofisticados. Pero seguimos hablando de reformas. ¿Qué reformas? Solo crecen los programas sociales, las políticas públicas, el gasto público, las oficinas públicas, etc. Cada vez que hablan de reformas le sale un nuevo tentáculo al Estado y hay tontos que aplauden la "reforma".

He llegado a la conclusión de que toda reforma es solo una nueva manera de seguir robando sin hacer nada, es el discurso de los políticos embaucadores, la palabrita mágica para que la gente siga pagando impuestos y mantener monstruos burocráticos, adefesios estatales como la refinería de Talara. ¿Por qué Petroperú no vende su suntuoso edificio para financiar su nueva refinería en lugar de pasarnos la cuenta? Si fuera una empresa privada haría eso; pero como es una empresa pública, la tenemos que mantener con nuestro dinero.

Sin embargo mucha gente se indigna cuando se habla de privatizar, de achicar el Estado, de reducir el gasto público y transferir responsabilidades y gestión a los sectores privados. Eso les horroriza pero no el desastre del Estado. Como decía Murray Rothbard, “las funciones del Estado se dividen en dos: aquellas que se pueden eliminar y aquellas que se deben privatizar”. Las verdaderas reformas necesitan un cambio de chip mental, otra manera de pensar. El principal problema del subdesarrollo es la manera subdesarrollada de pensar. Si eso no cambia, no hay reforma alguna.

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