Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Realmente cansa este cargamotón progresista contra las universidades privadas, porque, como siempre, se trata solo de enjuiciar y condenar la actividad privada, los negocios, el lucro, etc. Crítica demoledora a la que se suman incluso exitosos empresarios progresistas, siempre que no toquen su rubro, claro está. Lo que se quiere es dar la idea de que todo lo que hace la actividad privada es mala porque se basa en el lucro. Allí está el mismo congresista Daniel Mora condenando al neoliberalismo como el causante de todos los males, el presidente Ollanta Humala criticando las universidades que se abren como negocio. ¿Es realista toda esta campaña histérica contra la actividad privada en las universidades? Desde luego que no. Veamos.
Que hay malas universidades lo sabemos, pero no de ahora sino de hace tiempo. Empezaré por donde tengo memoria. En los años 70 había que ser muy misio para meterse a la UNMSM sabiendo que ibas a terminar la carrera en más de diez años por los paros, huelgas, marchas, pleitos, escaramuzas, tomas de local, balaceras y demás problemas que había en esos tiempos. Las universidades públicas eran antros de comunistas donde se enseñaba marxismo en todas las carreras, en salones de lunas rotas y paredes pintarrajeadas con lemas subversivos. Cuando viví todo eso me largué de allí en menos de un año.
Afortunadamente ya habían algunas universidades privadas y eran una gran alternativa. Gracias a una ley de los 60 surgieron las universidades de Lima, San Martín de Porres, Inca Garcilaso, del Pacífico y Ricardo Palma. Todas ellas empezaron funcionando en viejas casonas y con pocas carreras. El campus de la USMP y la URP quedaba fuera de la ciudad y eran una pampa con aulas de triplay. Así empezaron. La mayoría de sus docentes provenían de San Marcos o la PUCP. Medio siglo después la mayoría de ellas se halla consolidada, con la sola excepción de la Garcilaso que cayó en manos de una mafia corrupta. Pero no cabe duda que tales universidades privadas fueron un gran alivio en una época en que la subversión comunista se había apoderado de las universidades públicas, y estaban muy venidas a menos.
La situación no fue muy diferente hasta los años 90. Recién entonces se logró imponer el orden en las universidades públicas eliminando los focos infecciosos comunistas y recuperándolas para la misión que deben tener, que es formar profesionales y no subversivos. Dado que la oferta universitaria no había crecido en 30 años el gobierno dio una ley que propició la inversión privada en la educación. Pero es a partir del año 2002 que empieza la creación de universidades, que en muchos casos es solo la conversión de viejas instituciones al formato de universidad, como fue el caso de la prestigiosa Escuela de Periodismo Jamie Bausate y Meza. Lo mismo pasó con IDAT. O sea, no es que surgieron de la nada.
Si se ha producido un boom en la creación de universidades en los últimos diez años deberíamos alegrarnos. Lógicamente no se puede esperar que en menos de diez años, estas universidades se conviertan en las instituciones prestigiosas que hoy son las que ya han cumplido medio siglo. Toma mucho tiempo crear la institución universitaria. No es solamente un edificio. Hay mucho que hacer y se hace a lo largo del tiempo, al igual que cualquier organismo que crece y desarrolla. Por eso es que toda esta cantaleta estúpida en contra de las universidades privadas no tiene ningún sentido.
Sin duda que hay malas universidades en este momento. Pero son públicas y privadas. Y ese problema no se resuelve con una ley que pretende instaurar un régimen estatista para poner las universidades bajo la dirección del Estado y normando lo que los privados deben hacer con su dinero y sus autoridades. Es lo que se está planteando con esa nueva ley entrometida. Es decir, la misma mil veces fracasada tesis de que la dirección centralizada de un ente estatal repleto de burócratas es la gran solución a cualquier problema de la existencia humana. Idea relamida, gastada y absurda que da vueltas en el cerebro de todo progresista.
Si algo se debe hacer por parte del Estado es reestructurar el escenario de la educación superior para que los egresados del colegio tengan una gran variedad de opciones formativas, y no como ahora que ya no hay nada más que universidades. Y esto es culpa del propio Estado que en cada ley exige "formación universitaria" como requisito, desplazando a tanta gente bien formada en institutos. Antiguamente muchas profesiones como contabilidad, administración, economía, entre otras, se aprendían en institutos y no hacía falta más que 3 años de formación básica para empezar a trabajar. De pronto empezó a idealizarse la formación universitaria y muchas universidades ofrecieron estas carreras pero en 5 años. En realidad era solo pérdida de tiempo y de dinero. El resultado fue que los institutos empezaron a desaparecer. Todos querían ser universidad para cobrar más y por más tiempo. Incluyendo el Instituto de Bellas Artes.
Es imposible seguir en el esquema actual en que los egresados del colegio prácticamente no tienen ninguna otra opción que ingresar a una universidad. Y generalmente para formarse en una profesión de mando medio. Eso no tiene ningún sentido. Las universidades se han degradado al nivel de escuelas ocupacionales y se han olvidado, con razón, de hacer ciencia e investigación, pues en su nuevo rol no cabe ni hace falta. Lo que se requiere es diseñar el esquema general de la formación ocupacional en la educación superior, que debería realizarse en institutos, separándola de la función de formación e investigación científica que debe primar en la universidad. En este momento la confusión es tal que ya nadie sabe qué es ciencia.
En resumidas cuentas, la cantaleta progre contra las universidades privadas carece de sentido. La nueva Ley Mora es un mamarracho que no soluciona absolutamente nada. Al contrario, solo uniformizará la mediocridad.
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