Dante Bobadilla Ramírez
En toda campaña electoral los astros empiezan a alinearse hacia la “centro-izquierda”, posición favorita de cualquier aspirante político en este país. Todos quieren lucir su lacito de “izquierda” en la solapa y sacar del bolsillo su discurso a favor de los pobres. Nadie dice representar a la derecha, ni siquiera a la “centro-derecha” aplicando la misma fórmula desinfectante. Otros incluso apuestan por un anodino centro. Y esto pese a que un segmento mayoritario de la población prefiere votar por un candidato de derecha, según reciente encuesta, y a pesar de que los pobres ya son una minoría de la población. No obstante, el circo político ofrece la misma función de equilibristas de centro-izquierda tratando de entretener a los pobres. Keiko se declara de "centro-izquierda" y PPK, de izquierda, e incluso lo demuestra haciendo alianzas con esos sectores. Una vez más constatamos que mientras la realidad cambia, las mentalidades permanecen inamovibles.
Una de las cosas más ridículas de la política peruana es que la derecha no existe oficialmente. Nadie admite ser de derecha. Destacados opinólogos y políticos repiten hasta el aburrimiento que “la democracia necesita de una izquierda bien representada” pero jamás dicen lo mismo de la derecha, como si la democracia solo necesitara de la izquierda para vivir. ¿Y dónde está la derecha? ¿Quién la representa? Si uno mira a la derecha no ve a nadie, está vacía porque todos se han corrido a posar en el centro, empujándose incluso para salir más allá, hacia el lado izquierdo. No sería raro ver a PPK abrazando a Hugo Blanco. Nada es descabellado en la política peruana.
Curiosamente el Perú es el país donde la izquierda está más desprestigiada y donde nunca logró consolidarse institucionalmente. Hoy sigue siendo lo mismo que hace medio siglo: un conglomerado de iluminados hablando de unidad desde su propio tótem. Lo máximo que han logrado es establecer ONGs, que también son las entidades más desprestigiadas y odiadas en el país por su funesto papel en la tergiversación del relato histórico del terrorismo que asoló el país, por el maltrato de los militares y por su rol activo en los constantes conflictos sociales que desestabilizan al país, y que constituyen la nueva forma de guerra popular contra el Estado, mediante la cual confrontan la ley y al Estado de derecho, reemplazándolos por el asambleísmo popular, en busca de imponer sus posturas con violencia desbordada en lugar de votos. Es lo que siempre hizo la izquierda.
Pero lejos de distanciarse de la izquierda por lo que significa, nuestros políticos insisten en posar como luchadores de izquierda. La situación no deja de ser penosa y hasta ridícula. Políticos cuajados, identificados cabalmente como de derecha, salen disfrazados, cual monas con falditas y labios pintados, para pasar por señoritas de izquierda. Así caen en la trampa de la zurda, que se pasó décadas estigmatizando a la derecha para convencer a todos que ser de izquierda es lo correcto. Ya es hora de revertir esta absurda idea. Toca reivindicar a la derecha.
Necesitamos una derecha libre de complejos y traumas. Quienes deberían vivir con traumas son los de izquierda que nos llevaron al holocausto del terrorismo, y sin embargo salieron libres de polvo y paja gracias al informe de la CVR. La izquierda aún está plenamente identificada con la violencia social. Tampoco hace falta posar en la izquierda para hablar de los pobres, aunque esa no debería ser la base del discurso político. La izquierda ha sido siempre el disfraz y la pose de los demagogos que buscan la imagen de Robin Hood, de luchadores por los pobres y enemigos de los ricos. Tradicional guión político que los candidatos escenifican sobre sus estrados, como aún lo sigue haciendo Ollanta Humala. Son políticos del montón fabricados por costosos asesores de campaña con ideas baratas. Los tiempos ya no están para eso.
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