Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Lo que pasa en el Perú es digno de una novela de mafia y política. Algún día se escribirá la verdadera historia del Perú en el siglo XXI y habrá que mostrar la manera perversa en que una mafia se apoderó de los tentáculos del poder, llegando a controlar el gobierno, a través de un tonto útil, la prensa, a través de la mermelada, es decir, de la publicidad estatal, y las redes sociales, a través de cuentas que adoctrinan a los infantes con memes, mitos y mentiras, generándoles el odio hacia un sector.
Si yo tuviera que escribir esa historia tendría que remontarme hasta el golpe del general Juan Velasco Alvarado, porque ese fue el inicio de todo este escenario perturbador. En primer lugar, porque fue él quien usó como uno de sus pretextos para dar su golpe a la democracia, el desprestigio de los partidos políticos, a quienes calificó de corruptos y vendepatrias. Desde luego, los líderes de los principales partidos, el Apra y Acción Popular, fueron expatriados. Ese fue el inicio de una larga tarea de demolición de los partidos políticos en el Perú.
Al final de la dictadura militar, el Apra y AP volvieron al poder, pero en medio de la peor crisis económica de la historia y agravada por el ataque terrorista de la izquierda. Con Haya de la Torre y Fernando Belaunde muertos, estos partidos languidecieron ante la falta de nuevos liderazgos. La consecuencia de la demonización y descabezamiento de los partidos políticos fue la aparición de los outsiders. En 1990 la segunda vuelta se dio entre dos outsiders: Vargas Llosa y Fujimori. De hecho, Fujimori era otro enemigo de los partidos políticos a los que les añadió el mote de "tradicionales".
La diferencia de los partidos "tradicionales" y los nuevos partidos que iban surgiendo ante cada proceso electoral, fue que estos últimos eran solo combis electorales repletas de trepadores sin ideas ni escrúpulos. Así fue como llegaron al poder Alejandro Toledo, Ollanta Humala y PPK. Pero otro fenómeno paralelo al debilitamiento de los partidos políticos fue el fortalecimiento de otra clase de organizaciones civiles llamadas ONG, principalmente en la izquierda.
La desaparición de partidos políticos fue seguida de la aparición de poderosas ONG de izquierda, que empezaron a tomar el control de la agenda política. De este modo ocurrió algo insólito: la izquierda no necesitaba ganar directamente las elecciones para gobernar. Lo hacía indirectamente a través de sus ONG, que prestaban diversos servicios a diferentes estamentos del Estado. Más tarde, incluso dotarían de ministros a diferentes gobiernos amigos, mediante los cuales ejecutarían los planes y programas políticos de la izquierda, imponiendo, por ejemplo, el informe de la CVR como parte del currículo escolar, y más tarde incluso la ideología de género.
Pero todo este remanso caviar de pronto se vio alterado en las elecciones del 2016, cuando Fuerza Popular, el partido liderado por Keiko Fujimori, arrasó en las elecciones y ganó mayoría absoluta en el Congreso. La alianza contra natura de la izquierda con PPK para salvar el poder, no fue suficiente. La mayoría fujimorista desde el Congreso supo dar la batalla ante la hegemonía de la izquierda. Para empezar, sacaron al engreído ministro de Educación, Jaime Saavedra, ídolo de la caviarada. Ese fue el primer golpe al ojo al orgullo caviar, y lo que encendió las alarmas.
La guerra estaba declarada. Pero Keiko Fujimori no es política diestra. Ni siquiera es política, a decir verdad, ya que carece de doctrina. Es solo un agente político que se hizo cargo del legado de su padre sin mayor experiencia en las lides políticas. De allí el discurrir sinuoso de la bancada fujimorista, que nunca tuvo un norte definido. Votaba las más aberrantes leyes populistas y anti mercado, apoyando muchas veces iniciativas de la izquierda. Su rol político se concentró en derribar a PPK, como ya lo había hecho con el gabinete Zavala, apelando a la lucha contra la corrupción.
La respuesta de la mafia caviar no demoró ni el canto de un ruiseñor. El chacal encargado del aniquilamiento de Keiko Fujimori fue el fiscal José Domingo Pérez, un peón de la ONG roja IDL, a quien le proporciona información clasificada y de quienes recibe expedientes ya armados. No fue difícil hallar el camino desde la aparición de la frase "aumentar a Keiko para 500" en el celular de Marcelo Odebrecht. La estrategia legal se armó a la velocidad de un rayo, mediante allanamientos, citaciones masivas y extorsión de testigos.
El juez elegido para consumar la felonía legal fue el tristemente célebre carcelero Richard Augusto Concepción Carhuancho, quien saltó a la fama por encarcelar a la otrora poderosa pareja presidencial Ollanta Humala y Nadine Heredia. Se equivocaron quienes aplaudieron esa felonía. En especial los fujimoristas, olvidando las injusticias que padecieron muchos militares y colaboradores del régimen de los 90, durante la histérica cacería de brujas montada por la caviarada tras la caída del fujimorato. Lo más sensato era apegarse a la sana doctrina jurídica de respeto a la libertad, la presunción de inocencia y el juicio debido. Algo que acá ya se ha perdido por completo.
Ya en la fase de detención preliminar se evidenció el contubernio entre juez y fiscal, cuando un abultado expediente de 4,200 folios fue evaluado por el juez en menos de 4 horas, para redactar en el acto una resolución express de 150 páginas ordenando la detención de Keiko Fujimori, con los mismos argumentos del fiscal, que en realidad eran de IDL.
En esta segunda fase, el de la prisión preventiva, la asociación delictiva entre juez y fiscal se hizo aun más evidente. Esta parejita Pérez-Concepción se creen intocables y todopoderosos, al punto en que el juez tuvo la desfachatez de limpiarse el trasero con la resolución del Tribunal Constitucional que impone límites claros a la prisión prevetiva, y luego el fiscal llegó al delirio de salir a la calle y gritar ante los medios que el Fiscal de la Nación, Pedro Chjávarry, tiene que largarse.
Es que uno ya no sabe en qué clase de país está, francamente. Todo esto es de película de terror. Muy apropiado para el día de Halloween. El resultado es que la mafia caviar logró meter presa a Keiko Fujimori por tres años. Y no es que sea culpable de nada. Solo la van a seguir investigando. Además de todo esto, han recusado a la sala que anuló la detención preliminar para que no exista forma de que salga libre y han montado una campaña de desprestigio contra una de sus magistradas. El mismo fiscal Pérez la acusó de ser miembro de la banda de "los cuellos blancos". La amenaza es clara: cualquiera que se atreva a retar el poder de la mafia caviar será despellejado públicamente.
La mafia caviar ya no necesita cerrar el Congreso. La pechada que le dio Vizcarra con ese mamarracho de reforma constitucional y obligando a un absurdo referendum, ya los debilitó bastante. La falta de muñeca política del fujimorismo quedó patente en esa pechada del Ejecutivo. Allí fue cuando empezaron a dar muestras de debilidad. Eso fue suficiente para que la caviarada arremetiera con todo y los arrasara del terreno político. El Congreso ya es un campo desolado, donde vagan confundidos los fujimoristas, sin explicarse todavía qué les pasó por encima. Han acabado pidiendo diálogo a sus enemigos, y recibieron un portazo de respuesta. La ingenuidad de estos pollos sin cabeza es total.
Hoy el poder lo detenta la mafia caviar. Tienen sus ONG maquinando y manipulando los hilos. De hecho controlan al gobierno. El tontolín de Vizcarra está en palacio solo porque se ha puesto de rodillas al servicio de la caviarada, y tanto él como su premier se han alineado al pedido caviar de la salida del Fiscal de la Nación, lo cual muy probablemente se dará en breve. Lo único que le falta por retomar a la mafia caviar es su control total sobre la Fiscalía. Por lo pronto tienen al gobierno comiendo de su mano, gracias al control de la prensa mermelera que presta su apoyo al gobierno, aunque este no haga nada por el país.
Mientras Vizcarra siga alimentando a los medios con plata del presupuesto, estos seguirán dándole su apoyo y armando sus encuestas para engreír y alimentar la vanidad del presidente. El tonto y el más tonto, Vizcarra y Villanueva, pueden gobernar tranquilos mientras sigan las instrucciones de las ONG y de la mafia caviar. Así es como anda el Perú en estos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario