Por: Erick Yonatan Flores Serrano
Director del Instituto Amagi - Huánuco
Donald Trump, el actual presidente de los Estados Unidos, es uno de los personajes más controversiales en todo el mundo. Siempre está en el ojo de la tormenta. Cualquier cosa que haga -o deje de hacer- genera un revuelo mediático que casi nunca se ha visto con otros mandatarios americanos. Para algunos es un héroe (una escueta minoría de personas) y para otros, villano (la gran mayoría de personas); pero lo cierto es que Trump nunca pasa desapercibido en estos tiempos y es evidente que no se trata de una casualidad.
Hace un par de días, a través de la publicación de unas fotografías que mostraban a varios niños encerrados en los famosos centros de detención familiar -espacios que diseñó el gobierno para tratar de controlar el número de inmigrantes- se generó una manifestación de indignación a nivel mundial. El rechazo y el repudio que se generó a partir de este hecho recayeron sobre los hombros del actual presidente norteamericano, que ante la presión mediática internacional, finalmente firmó una orden ejecutiva para que cese la separación niños y padres en la frontera.
Al margen de la forma en que se ha conseguido este hito (lo ideal hubiera sido que Trump decidiera tomar acciones al respecto sin la necesidad de la presión internacional), resulta muy curioso que la indignación mundial solo se haya fijado en Trump y no así en sus antecesores, porque tanto la política migratoria de los Estados Unidos, así como la existencia de estos centros de detención familiar, no son exclusivas de la administración de Trump. Su origen está mucho más atrás en la historia pero parece que hay una especie de moda en culpar al presidente de los Estados Unidos de todos los males del mundo.
Quizá no haya ningún problema cuando la gente muestra su indignación frente a la política migratoria de los Estados Unidos, es comprensible que a muchos no les guste, pero no deja de llamar la atención lo selectiva que puede ser la indignación mundial porque hoy el mundo llora por los niños que han sido separados de sus padres pero ayer no importaba mucho que digamos. Durante el periodo de Obama, por ejemplo, este asunto casi no despertó ninguna molestia en la gente y, paradójicamente, Obama fue el presidente de los Estados Unidos que más inmigrantes deportó en toda la historia. Así lo confirman los datos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos, que contabiliza más de 2 millones y medio de personas deportadas entre el 2009 y el 2016.
¿Con qué moral alguien que defiende a los inmigrantes detenidos en los Estados Unidos hoy puede indignarse y odiar a Trump, cuando nada decía respecto a Obama, el responsable del mayor número de deportados en toda la historia de los Estados Unidos? La hipocresía y la doble moral parecen ser el pan de cada día, a estas personas no es que les moleste la política migratoria de los Estados Unidos, lo que les molesta es Trump. No luchan, ni se indignan por los inmigrantes separados de sus hijos, se indignan porque se trata de Trump. Y dejando la hipocresía y la doble moral de lado, estas personas deberían de estar contentas porque el gobierno que detestan, hoy ha tomado cartas en el asunto y ha decidido encarar un problema que los gobiernos anteriores jamás se atrevieron ni siquiera a mirar.
A final de cuentas no es un pecado estar en contra de Trump, creo que sobran motivos para rechazar muchas de las cosas que él representa y este servidor se cuenta entre sus detractores; lo que es vergonzoso es que, con la excusa de la defensa de los inmigrantes en los Estados Unidos, se termine vendiendo una insana manifestación de odio hacia los Estados Unidos y, específicamente, hacia Donald Trump.
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