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viernes, 25 de mayo de 2018

El FMI y el no-liberalismo


Por: Erick Yonatan Flores Serrano
       Coordinador General

Desde hace mucho tiempo, los que estudiamos filosofía política hemos tenido que soportar juicios absurdos y críticas muy elementales sobre lo que es y lo que no es el liberalismo. Muy a menudo, la gran mayoría de personas -bajo la influencia de intelectuales y académicos que poco o nada saben sobre estas cosas- acusan al liberalismo de ser el responsable de la existencia de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y/o el Banco Mundial, instituciones que nada tienen que ver con el ideario que John Locke, a través de su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, ofreciera al mundo en los últimos años del Siglo XVII. Locke es el padre del liberalismo clásico y, si bien es cierto que existen diversas corrientes de pensamiento dentro del liberalismo, ninguna de estas puede identificarse con las instituciones antes mencionadas.

Cuando uno habla liberalismo, al tratarse de una ideología que alberga muchas corrientes de pensamiento, es imposible hablar del liberalismo como algo uniforme e invariable en el tiempo. El liberalismo clásico de Locke tiene matices bastante marcados frente al liberalismo de Mises. Hayek no defiende necesariamente las mismas ideas que defiende Bastiat. Friedman representa un liberalismo bastante peculiar si lo comparamos al de Ayn Rand. Y así podría seguir mencionando autores que, producto de sus ideas y el contexto histórico donde se desarrollan, varían mucho en varios aspectos. Sin embargo, pese a la enorme diversidad que existe dentro del liberalismo, es posible encontrar -como denominador común y muy en términos generales- que la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada, es el elemento central y característico de todas la corrientes de pensamiento que se precien de ser liberales. Los grados pueden variar pero la defensa de estos tres aspectos son la clave para ir entendiendo lo que es y lo que no es el liberalismo.

Dicho esto -que no tendría que ser ninguna novedad porque con estudiar algún manual sobre historia de las ideas, bastaría para tener claro este asunto-, resulta muy curioso que existan personas que todavía crean que los liberales, por ejemplo, defendemos la existencia del Fondo Monetario Internacional, que en uno de sus últimos informes, menciona que la reserva fiscal del Perú es bastante limitada y -como no podría ser de otra forma- recomienda que el gobierno peruano incremente la recaudación a través del aumento de los impuestos, todo con la única intención de mantener la calidad del gasto social y de infraestructura. El FMI a favor de incrementar el impuesto a la renta, que no es otra cosa que una adaptación de los impuestos progresivos que Marx y Engels recomendaban para hacer estallar el sistema capitalista en el Manifiesto del Partido Comunista.

El FMI puede ser una institución que podemos encasillar en cualquier ideario pero no en el liberalismo. Pero como la gran mayoría de personas siempre encuentra más fácil creen en mitos que informarse y estudiar las cosas, hoy tenemos un grueso número gente que, a la par de indignarse -con justa razón- por las consecuencias que estas instituciones causan en las economías de los países, muestran una profunda ignorancia al tratar de vincularlas con el liberalismo.

Parafraseando a Rothbard, el padre del anarcocapitalismo, no es un crimen ser un ignorante en filosofía política que -después de todo- es una disciplina compleja, lo que sí es bastante irresponsable, es tener una opinión radical y vociferante estando en estado de ignorancia. Este es el gran drama que padecemos a día de hoy pero también representa el gran reto de nuestro tiempo. Es imperativo que nosotros, los luchadores por la libertad, comencemos a derribar todos los mitos que hoy anidan en la mente del buen salvaje para así evitar el surgimiento del buen revolucionario, ese personaje nefasto que -siendo sinceros- nada bueno le ha traído al mundo en toda la historia.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Doctrinas en contra de la libertad


Escribe: Dante Bobadilla Raírez

Fuente: El Montonero

Una enseñanza básica que debería proporcionarse a los niños es que nosotros somos los autores y responsables de nuestros actos y nuestro destino, y que solo necesitamos un ambiente de libertad para progresar. Pero esta es una idea subversiva, que atenta contra el establishment cultural, político y religioso, el cual enseña justamente lo contrario. No es casual que la gente viva pidiendo más Estado y más control, ni verlos adorando dictadores en espera de su generosidad. Sería mejor si las personas tuvieran una filosofía de la vida en vez de una religión, pues resulta más importante entender cómo funciona este mundo, antes que perderse en ideas de cómo es otra vida o un mundo fantástico con seres imaginarios. Lo que necesitamos es entender este mundo y esta vida, y saber cómo lidiar con la realidad. El marxismo pretendió ser esa filosofía de la vida, pero se degradó por tratar de construir el paraíso terrenal mediante una guía suprema, sin respetar la libertad del individuo.

Una filosofía de la vida debe enseñar a valorar la libertad. Y esto implica eliminar la idea de un guía supremo. La evolución de la vida es un gran ejemplo de cómo se consigue el progreso y la perfección sin ninguna intervención suprema. Lo que se necesita es suficiente libertad para que el esfuerzo individual y la variabilidad lleguen a ofrecer algunos buenos productos, que al final prevalecerán por sus propios méritos. La ciencia es difícil de entender porque contradice el sentido común y hasta la experiencia cotidiana. Cuando se dijo que el Sol no giraba alrededor de la Tierra nadie lo creyó. Tampoco aceptan que la vida resulte de simples copias genéticas mutando todo el tiempo y sometidas a la selección natural a lo largo de millones de años. Pero así es la realidad y no hay método más eficiente y simple que ese.

La idea de que todo existe gracias a un gran creador, y que las cosas ocurren porque alguien misteriosamente las guía, es muy fuerte, natural e intuitiva. Además de conveniente. Surge del sentido común. Esta misma idea, aplicada a la política, nos conduce a la búsqueda de un dictador que, desde un Gran Estado, planifique la vida y se haga cargo de todos. Tener un guía supremo ocupándose de la vida ofrece más seguridad y comodidad. Es un efecto psicológico iluso. En los hechos, el Estado no puede controlar mucho, pero lo que sí hace es cercenar la libertad poco a poco. El resultado final es siempre injusticia y degradación social.

Los enemigos de la libertad abundan. Andan disfrazados y engañan con melosos discursos de justicia social. La principal ofensiva ideológica contra la libertad es el igualitarismo. Nos quieren convencer de que la igualdad equivale a justicia. La relamida “lucha contra la desigualdad” es el nombre moderno de la vieja pobretología que ya aparece en la Biblia y es, por un lado, una descontrolada e ineficiente filantropía con dineros públicos y, por otro, la excusa perfecta para otorgarle poder al Estado que, en nombre de la “justicia social”, limitará a los más eficientes otorgando privilegios a los considerados “vulnerables”. Este accionar es alabado por altruista, pero los resultados son invariablemente negativos. Y no pueden ser de otra manera porque se está falseando la realidad y anulando a los más productivos. El maquillaje y las prótesis inventadas por los políticos para equilibrar la sociedad nunca han logrado mejorarla sino todo lo contrario: llevan a la mediocridad y miseria general. Las pruebas abundan.

Lo único que logra generar progreso es la libertad, con el accionar de los individuos tomando decisiones personales. A más libertad, más desarrollo. Es una ecuación simple que parece una fórmula matemática, pero curiosamente muchos no la aceptan. ¿Han visto la cantidad de enemigos del libre mercado? Adoptan poses de gurús académicos para decir panfletadas como “el mercado no es perfecto”, como si algo lo fuera. El mercado no es otra cosa que la sociedad misma. Los enemigos del libre mercado son enemigos de la libertad. Es cierto que la libertad tiene sus riesgos. ¿Qué cosa no tiene riesgos? Pero es mucho mejor correr los riesgos de la libertad que sucumbir ante la esclavitud abrazando la ilusión del Gran Estado regulador.

Preocupa el hecho de que no exista en nuestro sistema educativo nada que le permita a la gente valorar la libertad ni adoptar una filosofía realista de la vida. De hecho la ciencia anda relegada. Solo tenemos diferentes doctrinas de dirigismo supremo, empezando por el implacable adoctrinamiento religioso desde el nido hasta el último año escolar, para pasar luego al marxismo cultural en la universidad. Mientras no brindemos una adecuada formación científica y filosófica para entender la vida y el mundo de un modo realista, valorando la libertad y la acción humana, las personas seguirán sucumbiendo ante la irresponsabilidad, y abrazando doctrinas iluministas, salvadoras y totalitarias.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Cómo crear ciudadanía liberal


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero

Crear ciudadanía se ha convertido en una de las letanías favoritas del progresismo. Se puso de moda con la ex alcaldesa Susana Villarán que lo repetía cual conjuro mágico, dando a entender que era una de las principales metas de su gestión. Mientras que a muchos nos provocaba hilaridad, pocos se detuvieron a pensar en el significado de la frase que hoy vuelve a repetirse en boca de los precandidatos de izquierda. ¿Qué cosa significa “crear ciudadanía”? 

Como ya sabemos, la izquierda es un sector intensamente ideologizado. Esto significa que para un progre la realidad no es lo que es sino que todo carga con un significado especial, con una cualidad intrínseca que se reparte entre lo bueno y lo malo. Al final de cuentas, una ideología es, en principio, una guía de valores para distinguir lo bueno y lo malo. A continuación viene un plan de acción para reformar el mundo y hacer que todo sea bueno, según esa escala. Allí es donde empiezan las divergencias entre los soñadores de la izquierda: ¿cómo construir un mundo maravilloso donde todo sea perfecto? Unos creen que el mundo injusto se destruirá por sí solo debido a sus contradicciones internas, dando paso inexorablemente al paraíso socialista. Otros, más impacientes, prefieren acelerar el proceso avivando las contradicciones internas para que se auto-destruya más rápido. Esto quiere decir provocar el caos y la agitación social predicando el odio al sistema. Luego están los que prefieren recurrir a la dinamita y al fusil para eliminar a los enemigos del cambio y destruirlo todo rápidamente.

Pero nada de esto puede lograrse si la gente no está convencida de que el mundo es injusto. El primer paso de toda revolución progre es convencer a la gente. Marx hablaba de la conciencia de clase, es decir, la clase trabajadora tenía que ser consciente de su rol de explotados y de su número, que les daba la capacidad para iniciar una revolución y cambiar el orden. De allí surge la necesidad de la conciencia social, primer paso para el logro de la revolución socialista. Con el paso del tiempo esta conciencia de clase ha terminado siendo simplemente “ciudadanía”. Si uno trata de descifrar su significado a partir del uso que le da el progresismo, se refiere a la creación de una sociedad parásita, cuya única conciencia social es la de estar dotada de infinitos derechos exigibles al Estado. De no recibirlos apropiadamente, tienen también el derecho de emprender una petit revolución hasta conseguir el reclamo social.

Lo cuestionable es que la creación de ciudadanía consiste en formar parásitos dependientes del Estado en lugar de dueños de sí mismos. Se ha impuesto la tesis de que toda persona adquiere derechos en el instante mismo de la concepción. De hecho, el presidente Humala ha ofrecido programas sociales a lo largo de todas las etapas de la vida, desde la concepción hasta la muerte. Hay una curiosa alianza de extremos en esta tesis.

Nosotros creemos que la verdadera ciudadanía pasa por formar personas libres e independientes, capaces de determinar su existencia por encima del Estado. Los verdaderos ciudadanos deberían ser capaces de cuestionar al Estado que ellos sustentan con su trabajo, capaces de cuestionar su crecimiento, limitar su tamaño y gasto, puesto que son ellos quienes lo mantienen. El verdadero ciudadano es consciente de que a más Estado más problemas porque crecen la corrupción y el abuso de poder. A más Estado más trámites y mayores costos para los ciudadanos. A más Estado menos libertad para la sociedad. Un verdadero ciudadano se preocupa de que el Estado aumente, no solo en organismos públicos y burocracia sino también en la profusión de leyes intervencionistas y regulatorias. 

La verdadera ciudadanía implica exigirle al Estado que cumpla con sus obligaciones básicas, como la seguridad y la infraestructura, y exigirle al mismo tiempo que no intervenga en la vida de las personas. Debemos enseñar desde la escuela que el ciudadano es libre y que el Estado es el garante de esa libertad, no es su tutor ni su padre, ni su dios. Es solo un conjunto de empleados mantenidos por los ciudadanos, a quienes les debe atención esmerada y respeto.

jueves, 20 de agosto de 2015

Las apropiaciones de la izquierda


Por: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero

La principal característica de la Guerra Fría no fue solo la tensión por la amenaza nuclear, sino la incesante batalla ideológica entre los bandos de un mundo bipolar. Esta batalla la perdió el mundo libre. Si bien el muro de Berlín cayó por el desplome de la economía comunista, el mundo capitalista quedó infectado con el virus de las ideas que la URSS supo insuflarle pacientemente. La izquierda le arrebató sutilmente a la derecha liberal capitalista casi todas sus banderas, incluso el término liberal, por lo que los liberales tuvieron que inventarse el neologismo “libertario”. Al final, casi todas las causas del mundo libre acabaron en manos de la izquierda.

La guerra ideológica giró alrededor de los derechos humanos, un concepto que al comunismo le producía urticaria. La estrategia soviética para combatir los valores del mundo libre fue simple: redefinir los conceptos y contraponer nuevos valores. Crearon el relativismo como tendencia intelectual, lo que llevó a la confusión general; luego cuestionaron valores occidentales como la libertad mediante la oposición de otros valores considerados superiores, tales como la igualdad. A la democracia representativa le opusieron la democracia participativa. A los derechos individuales le opusieron los derechos sociales. Al final de esta guerra ideológica, EEUU, el principal promotor y representante del mundo libre y democrático, acabó siendo visto como el villano, mientras que el comunismo genocida quedó como el lado bueno de la historia.

La izquierda es además dueña del relato histórico a través de su industria narrativa, que empieza por los abundantes sociólogos y antropólogos financiados por ONGs convertidas en editoriales, y finaliza con el montaje de obras de arte de pintura, cine y teatro, expuestos en salas y museos construidos por la misma izquierda. La mayoría de los burócratas de organismos internacionales son de izquierda, responsables de las guías mundiales de políticas públicas destinadas a los países subdesarrollados, tan afectos a recibir estas directrices y ponerlas por encima de todo. Nosotros, especialmente.

El resultado de la debacle ideológica liberal es que hoy la izquierda es la dueña de casi todas las causas, incluyendo los DDHH. A su manera, claro está. Instituciones creadas para defender a las sociedades del comunismo genocida, hoy son usadas por la izquierda para juzgar a los gobiernos que combatieron al terrorismo de izquierdas. Y al amparo de este desquiciado escenario, algunos ex guerrilleros y terroristas han accedido al poder por las urnas, otros se pasean campantes posando como próceres, mientras los gobernantes que los combatieron pagan sus culpas en la cárcel o con su memoria desprestigiada. Genocidas como el Che Guevara son mostrados cual santones de la justicia. Las nuevas generaciones ignoran la verdad del comunismo y se rinden ante su discurso.

Los DDHH a cargo de la izquierda han perdido todo su sentido original. La charlatanería con que alimentan su activismo ha prostituido el concepto. El mensaje del pueblo al Estado no es más un “respétame y déjame ser” sino un simple “hazte cargo de mi”. Los “derechos sociales” son solo demagogia populachera irresponsable y delirante, forjadora de una sociedad parásita que exige prebendas, privilegios tan solo por su naturaleza social. Ya no se pide respeto y libertad sino dinero. Se exige igualdad sin hacer méritos ni competir en la vida. Y en medio de ello, la derecha ha abandonado la defensa de los derechos que deberían ser parte de la agenda liberal, dejando que la izquierda se apodere de todo. El derecho elemental a la libre autodeterminación de las personas es, al contrario, atacado para defender unos valores abstractos y difusos que más parecen pretextos ridículos mezclados con aroma de moral religiosa. Nos estamos derrotando solos.

domingo, 28 de junio de 2015

El "derecho" al matrimonio homosexual


Escrito por: Tim Sowell / Liberalismo.org 

En todos los estados de nuestro país donde el tema del matrimonio homosexual se llevó a referendo, los electores votaron en contra, como era de esperar. De todos los falsos argumentos a favor del matrimonio homosexual, el más falso de todos es que es un problema de igualdad de derechos. El matrimonio no es un derecho que el gobierno le concede a los individuos. Es una restricción de los derechos que ya tienen. Las personas que simplemente viven juntas pueden hacer todos los acuerdos que les parezcan entre ellos, sean heterosexuales u homosexuales. Pueden dividir sus pertenencias 50-50 o 90-10 o de cualquier otra forma que quieren, Pueden hacer su unión temporal o permanente o sujeta a cancelación en cualquier momento.

El matrimonio es una restricción. Si mi esposa compra un automóvil con su propio dinero, según las leyes de California, automáticamente yo soy dueño de la mitad del mismo, esté o no esté mi nombre en el título. Sea la ley buena, mala o indiferente, es una limitación de nuestra libertad para disponer de las cosas como nos parezca. Esta es sólo una de las muchas decisiones que las leyes matrimoniales sacan de nuestras manos. Oliver Wendell Holmes dijo que el fundamento último de la ley no es la lógica sino la experiencia. Las leyes matrimoniales han evolucionado a través de siglos de experiencia con las parejas de sexos opuestos, y de los hijos que resultan de esas uniones. La sociedad afirma sus intereses en las decisiones restringiendo las opciones de las parejas. La sociedad no tiene los mismos intereses en el resultado de una unión entre personas del mismo sexo. Transferir todas esas leyes a las parejas del mismo sexo tendría tanto sentido como transferir las reglas del béisbol al fútbol.

¿Por qué entonces los activistas homosexuales quieren ver restringidas sus opciones con las leyes matrimoniales, cuando pueden perfectamente hacer sus propios contratos con sus propias provisiones y realizar todo los tipos de ceremonias que les parezcan para celebrarlos? El asunto no son los derechos individuales. Lo que los activistas están buscando es una aprobación social oficial de su estilo de vida. Pero esto es justamente la antitesis de la igualdad de derechos. Si usted tiene un derecho a la aprobación de otra persona, entonces esas otras personas no tienen derecho a sus propias opiniones y valores. No se puede decir que lo que hagan “adultos de mutuo acuerdo” es un asunto estrictamente privado que no le interesa a nadie y, al mismo tiempo, decir que todo el mundo está obligado a darle su aprobación.

La retórica de la “igualdad de derechos” se ha convertido en la vía para conseguir privilegios especiales para todo tipo de grupos, así que probablemente fuera inevitable que los activistas homosexuales también emprendieran ese camino. Ya han conseguido conseguir mucho más dinero para combatir el sida que para otras enfermedades que matan muchas más personas. Es hora de frenar que esos juegos de palabras sobre derechos iguales sigan conduciendo a privilegios especiales para cualquier grupo, y el matrimonio homosexual ofrece una oportunidad tan buena como cualquier otra.

Incidentalmente, ni siquiera está claro cuantos homosexuales realmente quieren casarse, aunque sus activistas lo estén empujando. Lo que los activistas realmente quieren es el sello de aprobación de la homosexualidad como forma de propagar su estilo de vida. Estilo de vida que se ha convertido en letal en la época del sida. Ya han triunfado en una medida notable en las escuelas públicas, donde se le ha puesto el título de “educación sobre el sida” u otros títulos a programas de promoción de la homosexualidad. En algunos casos, activistas homosexuales llegan a visitar las escuelas, no sólo para promover la homosexualidad como una idea sino inclusive para repartirles a los muchachos las direcciones de centros homosexuales locales.

No hay límites para que lo que la gente está dispuesta a hacer cuando se les permite.Nuestras escuelas están fracasando lamentablemente en educar a nuestros hijos al nivel de otras naciones. Que el tiempo que no tienen para enseñar a leer, escribir y sacar cuentas lo tengan para promover la homosexualidad es realmente escandaloso. Y seguirá sucediendo mientras los padres no rechacen el chantaje del pensamiento “políticamente correcto” y no opongan una decidida resistencia. Todo grupo de intereses especiales tiene un incentivo para sacarle algo a la sociedad en su conjunto. Algunos se contentan con desviar parte del dinero de los contribuyentes para si mismos. Otros, sin embargo, quieren desmantelar parte de la estructura de valores que hace viable una sociedad. Quizás no quieran echar abajo toda la estructura sino sólo la parte que obstaculiza su estilo. Pero cuando innumerables grupos empiezan a desmantelar las partes de la estructura que no les gustan pudiéramos estar rumbo a todo tipo de colapsos sociales. Los hemos visto en la historia y lo hemos visto en otras partes del mundo en nuestra propia época.

www.elvisocc.or

sábado, 31 de mayo de 2014

Liberales de catecismo


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

El liberalismo es una corriente de pensamiento que se fundamenta en la libertad. Pero básicamente en la libertad del pensamiento. No solo en la libertad de mercado. Esta libertad de pensamiento implica, como es obvio, la libertad para expresarlo, lo que deriva en la libertad de expresión y prensa. La defensa de la libertad de pensamiento no solo consiste en rechazar la censura sino que empieza por rechazar cualquier sistema de creencias dogmáticas. Lo que incluye ideologías políticas y cualquier otra que pretenda erigirse como guía en la vida y el pensamiento de las personas. No importa si vienen disfrazadas como ideologías salvadoras, liberalizadoras, éticas y morales, pues todas se disfrazan así. 

Dicho esto debemos preguntarnos cuál debe ser la posición de un liberal frente a las religiones, ya que todas ellas son ideologías de salvación fundadas en dogmas, rituales y códigos de ética y moral que van más allá de lo privado, abarcando muchas formas de expresión social y pública que llegan hasta la política. Siempre se defienden las religiones alegando que se trata de la "libertad religiosa", es decir una especie de libertad personal para abrazar un dogma y vivir bajo su sistema de creencias. El problema es que las religiones han traspasado la esfera de lo privado para llegar a lo público y hoy hacen política abiertamente.

Desde luego un liberal tendrá que defender la "libertad religiosa" como se defienden otras libertades, pero ¿qué pasa si estas religiones actúan en el ámbito político oponiéndose a ciertas libertades (y derechos derivados de tales libertades) que el Estado pretende reconocer? El liberal tendrá que decidir entre las libertades y los dogmas de fe religiosos. Llegados a este punto ¿puede considerarse liberal quien prefiere defender los dogmas de fe por encima de las libertades y derechos ciudadanos? 

El nacimiento del liberalismo tuvo mucho que ver con desembarazarse de la influencia religiosa en la política. Un gran logro de los padres de la patria norteamericana fue establecer la separación del Estado y la Iglesia, básicamente -y felizmente- porque en EEUU no había Iglesia rectora. Los colonos había escapado del totalitarismo religioso en busca de libertad para ejercer su fe a su manera. Tras doscientos años EEUU es hoy una feria de sectas religiosas unidas mayormente por la Biblia y el cristianismo, donde algunas han logrado ya un fuerte posicionamiento político haciendo peligrar los fundamentos liberales de su nación. 

En el Perú jamás existió separación entre Estado e Iglesia y hoy dicha separación no es más que pura retórica. Pero mientras que el liberalismo propugna dicha separación en los hechos, existen sectores religiosos interesados en reforzar la influencia de la Iglesia en el Estado y la política. Lo curioso es que estos defensores de la Iglesia, quienes actúan como acólitos de la curia y comulgan con los dogmas de fe son los que hoy pretenden darnos lecciones de liberalismo. Por supuesto que carecen de firmes ideas liberales y solo actúan impulsados por su instinto de adoración y adulación a sus jerarcas clericales. 

De este modo llegamos a observar en el segmento liberal el penoso espectáculo de columnistas que no se diferencian en nada de los clásicos escuderos de nuestros partidos chicha, donde los personajes más destacados lo son porque se limitan a defender a su líder contra viento y marea. El franelismo al cardenal no se diferencia en nada del que observamos en los diversos chupamedias de jerarcas políticos de medio pelo convertidos en dioses por una costra de trepadores carentes de valores democráticos y liberales. Está muy bien que quieran ser franeleros y dogmáticos de fe, pero que no vengan a darnos lecciones de liberalismo.

domingo, 23 de marzo de 2014

La santa marcha


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

No me gustan las marchas a menos que se trate de protestar contra un gobierno que ha dejado de ser democrático limitando las libertades, copando todo el poder, eternizándose en el gobierno mediante triquiñuelas, tomado por la corrupción, imponiendo con autoritarismo y prepotencia un modelo político totalitario y además generando miseria a la sociedad. Bajo esas condiciones creo que toda persona está obligada a marchar para defender su vida, su país y su futuro. Pero marchar buscando imponer una posición dogmática al resto de la sociedad carece de sentido y es repudiable.

La "marcha por la vida" que hemos visto ayer ha sido una fiesta de adolescentes convocada por la Iglesia Católica mediante su amplia organización de colegios y parroquias. La gran mayoría de estos jóvenes solo ha aprendido a repetir los eslógans y consignas que les imparten los organizadores de la marcha, además de sus vistosos polos de ocasión. Allí estaban mezclados entre  jóvenes y niños las monjas y los curas, además de la plana docente de los colegios católicos y la cucufatería de las parroquias. En buena cuenta, como lo ha dicho un analista, ha sido finalmente una demostración de poder por parte del cardenal Cipriani.

¿En qué se diferencia esta "marcha por la vida" de la "marcha por el agua"? Casi en nada. Ambos son convocados por sectores dogmáticos que buscan imponerle a toda la sociedad su particular visión de las cosas. Y ambos lo hacen escudados en falsos mensajes. Unos son simples antiabortistas y otros son antimineros. Esa es su esencia. Pero ambos se presentan con la máscara de la lucha por la vida. Lo que buscan es prohibir algo a todos para complacer su ideología.

Precisemos que los católicos no solo son antiabortistas sino que se oponen incluso a toda clase de método anticonceptivo, llegando al extremo ridículo de proscribir el uso del condón, medida sanitaria elemental en estos tiempos. Así que desde allí ya podemos obtener un perfil del dogmatismo de su posición. Los argumentos que emplean están contaminados de falacias llegando a manipular a las personas con toda clase de eufemismos absurdos, como llamar al embrión bebe, niño, ser humano, inocente, víctima, etc. Afirman que desde el instante mismo de la concepción ya hay una vida humana revestida con todos los derechos humanos que la ley concede. Yo creo que eso es una exageración pero es lo que más fácilmente convence a todos.

Más allá de las discuciones científicas y filosóficas en las que suelen enredarse muchas personas alrededor del concebido, la vida humana es en realidad un continuum. No es un simple organismo en ninguna de sus etapas intra o extra uterinas. Es mucho más que eso. No se puede pensar en vida humana sin incorporar condiciones existenciales. Después del útero se necesita un hogar, una familia, una comunidad, un ambiente donde prosperar hasta llegar a ser plenamente humano, incorporado a una cultura a la que se puede aportar. Todo eso es vida humana. Recién entonces podemos juzgar a un ser humano en concreto y decidir, por ejemplo, si es digno de estar libre en la sociedad y hasta de vivir entre nosotros.

Pero volviendo al concebido, lo único cierto es que en esa etapa solo cuenta con la decisión de la mujer. Ella y solo ella, en la soledad de su existencia, ante las razones de su embarazo, frente a su realidad y destino concreto, es capaz de decidir si puede ser madre y traer un hijo más al mundo. El resto es filosofía barata. Nadie está "a favor del aborto". Hay que repetirlo mil veces. El aborto es un acto extremo e infeliz. Pero nadie puede sentirse apto para juzgar la decisión de una mujer sola y desesperada, porque nadie, ni uno solo de los marchantes por la vida estará luego para ayudarla en su existencia. La vida humana no es un paraíso de felicidad, como lo pintan los marchantes católicos bien nutridos y contentos que marcharon ayer. Y por cierto, no vi ninguna mujer pobre, de las que viven en esteras rodeada de 8 hijos malnutridos. 

En toda discusión se incorporan valores. Pero es ridículo cuando la discusión gira solo alrededor de valores y no toma en cuenta los hechos concretos de la realidad. Tenemos hechos reales como los mil abortos diarios o los 400,000 abortos anuales que se dan en el Perú, más las 67 mil mujeres que llegan a los hospitales con complicaciones post abortivas por las que muchas mueren. Esa es una realidad que los católicos no quieren ver ni atender. Están ciegos con sus valores y dogmas. No ofrecen ninguna solución a estos problemas y creen que basta con dar una ley prohibicionista que penaliza y condena a la mujer. A lo largo de la historia las leyes prohibicionistas no han servido para nada y sus resultados han sido más bien contraproducentes. Revisen la historia.

Por otra parte, la derecha peruana acaba dividida por esta cuestión, pues una buena parte es mentalmente sumisa a la Iglesia Católica y acatan sus dogmas de fe, antes que cualquier principio liberal como la libertad y el respeto a la persona concreta, por encima de cualquier otra consideración, incluyendo cosas metafísicas como "el no nacido". El dogmatismo de fe y la sumisión a los dictados de la Iglesia hace que muchos acaben actuando como militantes de un partido totalitario. La misma Iglesia Católica termina pareciéndose a un partido político ansioso por tomar el poder y dar leyes que impongan su doctrina a toda la sociedad.

Sin duda que la derecha está dividida. Hay una parte -en la que me incluyo- que simplemente no concibe que el liberalismo acabe como rabona de la Iglesia Católica y asuma sus dogmas de fe como principios políticos. El liberalismo ha luchado siempre por la separación de la Iglesia y el Estado, y ese ha sido uno de sus principios elementales. Respetamos la fe y las creencias de las personas como parte de la defensa de la libertad. Por ello mismo defendemos que cada persona sea libre de asumir sus decisiones en función a sus propios valores. La mujer no puede ser vista como una máquina de parir sin condiciones ni derechos, ni amenazada por tomar sus propias decisiones. No usamos la  ciencia para justificar creencias de fe ni valores morales sino para ayudar a las personas y para mejorar las condiciones de existencia de la humanidad.



lunes, 27 de enero de 2014

El capitalismo se vuelve socialista


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Durante las Olimpiadas o quizá en algún Mundial de fútbol alguien alguna vez comentó preocupado ¿cómo hacer para que los países que nunca ganan las medallas de oro en los deportes ni la copa FIFA la ganen? Yo nunca he oído semejante preocupación ni anhelo. Por eso me llama la atención que en el Foro Económico Mundial de Davos, adonde concurren los principales empresarios del mundo y algunos más, se acabe discutiendo qué hacer para que los que no alcanzan la riqueza la alcancen. ¿Tiene esto sentido?

La diferencia radica en que los deportes usualmente muestran una competencia directa entre personas y es más evidente para todos que quienes ganan son los más capacitados. Nadie reclama porque han visto que todos han competido con las mismas reglas y el arbitraje ha sido neutral. En las sociedades esta competencia es igual pero usualmente nadie se la imagina. Todo lo que hace la gente es oír el discurso de la "injusticia social" que predica insistentemente que las reglas favorecen a unos pocos porque tienen mucho, lo cual es falso. Esto sería como decir que las reglas de las Olimpiadas están mal porque solo uno gana y tres suben al podio.

El éxito en cualquier escenario es siempre el resultado de una competencia. Los políticos deben preocuparse de que las condiciones y las reglas sean claras y estables, de que la gente no tenga obstáculos para surgir, que exista la suficiente libertad para el emprendimiento de cualquier persona, que haya seguridad jurídica y física y que se garantice la propiedad que las personas consiguen con su esfuerzo, trabajo y talento. Si esto es garantizado, el trabajo político está hecho. El resto depende de las personas.

Por desgracia la cantaleta progresista que cuestiona "el modelo" o "el sistema" donde unos pocos tienen mucho confunde a los tontos. Ese burdo afán socialista que muchos llevan dentro -incluyendo al Papa-  los hace anhelar el igualitarismo social y han sido convencidos de que la "desigualdad" es un problema que debemos combatir. Por desgracia no hay manera de combatir la desigualdad más que pervirtiendo el modelo de éxito, destruyendo el escenario virtuoso que hace que todos emerjan y mejoren sus condiciones, aunque al final sea cierto que unos pocos tengan mucho. 

El progresismo nos lleva mucha ventaja. Su prédica bienintencionada gana mentes con más rapidez con la que podemos demostrar que su modelo de ayuda social igualitarista solo conduce al fracaso y la miseria. Y lo peor de todo es que hasta los más ricos han empezado a caer en el socialismo, como lo acabamos de oír en Davos. La lucha del liberalismo ya no solo será contra la izquierda sino incluso contra la derecha.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El matrimonio gay y otros cuentos


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Era cuestión de tiempo para que la discusión del matrimonio gay se presente formalmente en el Perú. Todo parece indicar que ya empezó a partir de una propuesta legislativa del congresista Carlos Bruce, aunque el tema se contrabandea con el novedoso concepto de "unión civil no matrimonial". Detrás de la idea aparecen las clásicas monsergas alrededor de aparentes derechos y la supuesta y relamida "protección del Estado", planteada como urgente necesidad que todo lo justifica y cura. El asunto en realidad es complejo porque va más allá de lo meramente jurídico, involucrando conceptos que se manosean muy alegremente y que incluso pretenden ser redefinidos a la mala, solo por un prurito de progresismo.

Lo curioso de este tema es que cuenta con la aprobación unánime de la progresía y la controversia entre los liberales. Algunos incluso nos tachan negando nuestra condición de liberales, pues sienten que los derechos deben ser iguales para todos, sin distinción. Pero, como dije, el tema no es solo una cuestión de derechos. Hay muchos conceptos implicados y no todos pertenecen al ámbito del derecho, e incluso el de "derecho" debe ser revisado porque hay toda una confusión al respecto. Los derechos con los que todo liberal se siente obligado son los naturales, los relacionados a la vida, la libertad y la propiedad. Esos son derechos inalienables que deben ser defendidos principalmente contra el Estado, que es el mayor violador. Sobre estos derechos proclamamos igualdad absoluta entre todos los seres humanos.

El problema del mundo moderno es que las ideas se han enredado demasiado en el último siglo. Y quienes más han contribuido a enredarlas han sido los progresistas, es decir, la izquierda mundial. Una tarea formidable del progresismo durante el siglo pasado fue demoler los valores y conceptos de nuestra cultura. Así fue como pervirtieron el concepto de democracia para hacer del comunismo una "nueva democracia". Recordemos que la Alemania comunista se llamaba "República Democrática Alemana" y que Cuba se ufana de practicar la "auténtica democracia" con un solo partido y prensa controlada. Pero el progresismo no se han limitado a falsear el concepto de democracia.

Lo mismo ocurrió con el concepto de derechos. De los originales derechos humanos que había que obligar a los gobiernos a respetar, pasamos a novedosos derechos que son otorgados por el Estado. El comunismo siempre detestó los derechos humanos porque asume que las personas están al servicio de la sociedad y que el rol del Estado es velar por toda la sociedad como masa. Por tanto replantearon el concepto de derechos y nos vendieron la idea de que los derechos son los que otorga el Estado. Pero eso es falso. No existe ningún derecho real que derive del Estado. Los servicios que un Estado brinda a la población no se convierten en "derechos". Los derechos son los que se defienden del Estado y no los que recibimos del Estado.

Sin embargo la progresía ha prostituido completamente el concepto de derecho bajo la tesis de que el Estado tiene por misión igualar a la sociedad y darle servicios a quienes no pueden pagar por ellos. Esto puede ser una gran idea, pero de allí no se deriva que toda persona tenga "derecho" a que el Estado le brinde ciertos servicios. Esta falsa tesis ha provocado que todos vean al Estado como un padre protector y como una madre con unas tetas lecheras muy generosas que todos ansían succionar. La única consecuencia de eso es la corrupción, la degradación paulatina de los servicios y de la calidad de vida y, finalmente, la crisis del Estado, con lo cual los supuestos "derechos" desaparecen como pompas de jabón. Ese camino solo conduce a la ruina.

Hoy, nuevos progresistas nos dicen que el matrimonio es un "derecho" y que, por tanto, en aras de la igualdad habría que concedérselo también a los homosexuales. Se ha puesto de moda ya que cuando alguien pretende imponer algo a todos lo que hace es convertirlo en "derecho". Se trata de un truco. ¿De dónde sacaron la ridícula idea de que el matrimonio es un "derecho"? Aclaremos ese cuento. El matrimonio es una vieja institución humana, una creación sociocultural que el Estado licencia mediante un trámite que las personas realizan voluntariamente y que también (y cada vez con mayor frecuencia) deshacen. Casarse no es un derecho ni una obligación. Es solo una opción. Si el Estado ha establecido una especie de contrato formal es para regular la vida familiar que emerge naturalmente de las uniones entre hombres y mujeres, por tanto ese contrato legal que asume el mismo nombre de la institución social llamada "matrimonio" tiene mucho sentido real, y cuenta con raíces muy profundas en la especie humana. La protección de ese nucleo en donde prolifera nuestra especie ha sido una cuetión de supervivencia. No es ninguna invención de algún genio progresista. Desde ese nucleo familiar surgieron las sociedades y la cultura.

Lo que viene ocurriendo en la actualidad es que el matrimonio ha dejado de tener vigencia. Por tanto y dado a que existe una gran cantidad de parejas conviviendo sin casarse, el Estado ha decidido otorgarle a estas las mismas prerrogativas de las parejas casadas, de tal modo que en la actualidad carece ya de sentido casarse. Es exactamente lo mismo estar o no estar casado, tanto por los hijos como por los bienes. Entonces está más claro todavía que el matrimonio no es ningún derecho ni una obligación. Es solo una opción voluntaria y hoy, innecesaria y hasta cursi. Miles de parejas convivientes así lo confirman. ¿Entonces a qué viene tanta cantaleta con los gays? Para no hablar del sinsentido total que de por si ya es un matrimonio entre homosexuales.

Se alude a los derechos de sucesión de los bienes comunes. Pero esto, nuevamente, nada tiene que ver con un matrimonio. Hay matrimonios -muchísimos, incluyendo el mío- bajo el "régimen de separación de gananciales", que quiere decir que lo mio es mio y lo tuyo es tuyo. Es la opción más inteligente para todo el mundo, pues así se ahorran las molestias a la hora de comprar, vender o transferir propiedades. Pero resulta que ahora nos vienen con el cuento de que es "indispensable" que el Estado extienda su manto protector hacía estas parejas gays, cuyos bienes no pueden ser heredados por su pareja en caso de muerte. Pero ese es otro problema muy fácil de resolver sin tanto ruido.

En realidad más es el ruido que las nueces. En los hechos está comprobado que las uniones gays son muchísimo más inestables que las heterosexuales. Siempre se tiene la opción de agarrar un papel y escribir un testamento si desean legar bienes. No hay nada que las personas no puedan solucionar por su propia cuenta o no debería haberlo. Esta idea de que el Estado tenga que meterse en la vida íntima de la gente y regular hasta las uniones y legados es propio de una película de terror socialista. Es como El Proceso de Kafka. Lo que debemos exigir es que el Estado no se inmiscuya en la vida personal, íntima y familiar con el cuento de promover o proteger. Ahora pretenden dictarnos hasta lo que podemos comer por nuestro bien.

En este país el Estado ya se ha tomado demasiadas atribuciones con la excusa de la protección, limitando la capacidad de decisión y la libertad de las personas. Los liberales no solo debemos defender la desregulación de la economía sino que también -y sobre todo- deberíamos defender la desregulación de la vida personal, íntima y familiar. Por ejemplo, no deberían imponer las trabas que actualmente existen para el divorcio. Las personas deben ser libres de tomar sus decisiones. Lo que el Estado debe hacer es respetarlas. La tesis de que el Estado "protege" la familia es simplemente una infantil fantasía. Las personas no viven sus vidas en función de lo que el Estado quiere.

Tampoco podemos admitir que se juegue alegremente con los conceptos e instituciones, como si se tratara de bailes de moda que pueden modificarse para beneficiar, por ejemplo, a los discapacitados. El matrimonio no es un baile, es una vieja institución social surgida naturalmente en la especie humana, en todas las culturas, alrededor de la unión de un hombre y una mujer con la intención de procrear familia. Es la procreación lo que le otorga el carácter místico y gravitante a la unión formal de un hombre y una mujer, y es todo lo que le confiere sentido a la figura del matrimonio. En muchas culturas la infertilidad anula el matrimonio. La idea de matrimonio va indisolublemente ligada a la de familia porque es el resultado natural de la unión entre hombre y mujer. Por ello carece totalmente de sentido hablar de "matrimonio homosexual". Es una aberración conceptual. 

Desde luego, nadie puede oponerse a que dos personas convivan y hagan con sus vidas lo que les plazca, pero eso es algo muy diferente a manosear los conceptos y las instituciones socioculturales. Es curioso comprobar que quienes hoy defienden el aberrante concepto de "matrimonio gay" son los mismos que ayer combatían el matrimonio por caduco, afirmando -equivocadamente como todo lo que dicen- que fue una creación de monarquías para negociar sus bienes y su poder. Nada más falso. El ataque progresista a los valores y conceptos de nuestra cultura occidental por intereses políticos e ideológicos globales, ha minado la comprensión de las personas. Ya nadie sabe lo que es realmente democracia, derecho, Estado, familia, matrimonio, etc. Y hoy resulta paradójico que tengamos que explicarlos y defenderlos. Atacar nuestra propia cultura es tan grave como destruir el ecosistema. Y eso es lo que no se percibe.

Las instituciones sociales surgen de manera natural en una cultura, no son inventadas por políticos geniales y generosos. Tampoco debemos caer en el juego de los que enarbolan causas de lucha política que en su fanatismo pretenden ir más allá de lo que justifica su causa. Los homosexuales son personas comunes y corrientes, y como tales gozan de todos los derechos humanos. Si hay un peligro que los amenaza de manera especial, pues tendrán que ser protegidos de manera especial, pero de allí a sostener absurdos como la supuesta "igualdad" de las parejas homosexuales con las heterosexuales dista un buen trecho que solo se salta cuando el delirio y la estupidez se ha apoderado del debate. Y lamentablemente quienes más chillan son los activistas fanáticos y los ignorantes.

Los argumentos planteados por el congresista Carlos Bruce son falacias totales. Decir que el Estado debe "promover" la estabilidad de las parejas es una burda fantasía. Eso está muy lejos de ser una posibilidad real. El Estado carece de la capacidad para promover nada entre las parejas, y menos de manera "emocional y psicológica" como ha sido curiosamente planteado. Eso es pura charlatanería que deja en evidencia la falta de argumentos reales. Tratemos a los gays como personas normales y defendamos sus derechos como los de cualquier otro. Démosles la libertad de hacer con sus vidas y sus bienes lo que les plazca sin necesidad de pervertir instituciones ni falsear conceptos. Los problemas sociales de estigmatización y acoso, en general, deben ser combatidos con educación y no con fanatismo. En resumen, mi posición es que la tolerancia e incluso la defensa de los gays no tiene que pasar necesariamente por tergiversar los conceptos ni alterar las instituciones sociales.

martes, 16 de julio de 2013

DE LA CIUDAD AL CAMPO


Por Elvis Occ

De mi infancia recuerdo los libros sobre comunismo que mi padre, un sindicalista, leia asiduamente y el libro de Jose Ingenieros que me nutrio por algun tiempo. En mi adolescencia nuevamente tuve otro encuentro con la izquierda, a travez de un grupo cultural del barrio, que impartia clases de marinera y huaylas a los chibolitos. Los maestros eran universitarios comunistas, todos lo sabian. El dirigente del barrio era un ayacuchano serio y enjuto, aparte de...tambien comunista. Cuando cursaba el segundo de secundaria, un dirigente de MIR me propuso fundar una celula roja en el colegio. LLegado a la Universidad, hasta los dementes de Sendero Luminoso intentaron reclutarme. En conclusion, nunca vi un solo dirigente, militante o simpatizante de los entonces partidos de derecha caminando mi barrio, trabajando con su gente, implementando bases, cooperando con alguna obra u organizando un campeonato relampago de fulbito. Hasta el dia de hoy, solo meses antes de las elecciones se asoman con obsequios y terminada las elecciones se van.

Si la gente vota como vota es tambien en parte responsabilidad de los politicos que abandonaron al sector mas humilde a su suerte y a la izquierda. Cuando los marxistas no son la alternativa solo queda lo demas, y lo demas son una banda de oportunistas y politicos bisagra, esos que llegan pobres y salen ricos. Todo esto que relato no es una observacion nueva. Uno de los mas brillantes politicos de esta parte del mundo lo descubrio a principios de los 80s y fundo un partido para contrarestar , pelear y recuperar el territorio perdido frente a la izquierda. ¿Campo de batalla? El sector pobre y humilde del pais -de abajo hacia arriba- y despues la clase media. 

Equipos de entusiastas jovenes se diseminaron a lo largo del pais, llegando a las escuelas, universidades, pueblos jovenes, y caserios alejados. Llevaban socorro, ayuda y asesoramiento a los lugares mas humildes y a las gentes mas necesitadas. En poco tiempo se instituyo un cuerpo de servicio comunitario que dio la oportunidad a muchos jovenes de ganar experiencia profesional mediante el servicio voluntario. En menos de una decada -hoy tomaria mucho menos- sorteando trabas y maledicencias, dicha agrupacion de derecha se gano la gratitud y reconocimiento de su pueblo.

Eso es lo que debemos hacer peruanos! Predicar liberalismo entre liberales es una soberana estupidez! Asi no es como el catolicismo avanzo en America. Ciertamente que asi no fue como el marxismo se disperso por el mundo. Hasta los Mormones la tienen clarita! Debemos pasar de las palabras a los hechos. Tenemos que recuperar el territorio perdido frente a la izquierda. Tenemos que predicar alli donde la izquierda ha demonizado a la Derecha. Creanme que en Starbucks o facebook no se avanzara mucho, esto no es California. Sorry!

En 1991 Jaime Guzman Errazuriz fundador de la Union Democratica Independiente-UDI fue asesinado por un grupo terrorista de izquierda, mientras salia de la Universidad Catolica de Chile, donde era profesor de Derecho Constitucional. No vivio para ver al primer presidente electo de su partido -Sebastián Piñera- pero si vio a la UDI constituirse como una institucion de derecha respetada y querida en las barriadas humildes del mapocho, y fortalecida en la clase media. Hoy por hoy, la derecha en Chile es vista como una alternativa politica estructurada, con cuadros e ideologia propias. Jaime Guzman y sus muchachos, a la inversa de Mao, fue de la ciudad al campo, a los barrios, a donde estan los emprendedores, a donde esta la derecha popular. 

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viernes, 5 de julio de 2013

Vacunemos contra el comunismo


Por: Felipe Cortijo

La ideología de izquierda en el Perú es una enfermedad infecto contagiosa muy peligrosa, todo lo que se acerca ella o convive con ella degenera en “comunismo”. No existe antídoto eficaz que permita la curación de esa enfermedad crónica, no hay remedio posible a esa maldad. Si alguien tuvo la mala suerte de conocer el abecedario básico del marxismo, en la Universidad, o lo que es peor, de muy niño en la escuela o en la academia, deberá ponérsele en cuarentena. Aléjese inmediatamente, su vida esta en verdadero peligro, y la vida de muchos con usted.

No estoy siendo dramático en absoluto, una vez que usted tiene contacto con panfletos y pasquines marxistas, la curiosidad ya no tiene límite. Ud se volverá adicto más temprano que tarde, pues la lectura de algunos clásicos del marxismo como el “Manifiesto del Partido Comunista”, o ese mamotreto llamado “El Capital”, tienen la cualidad de despertar la fe en las utopías irrealizables. Se vuelven un nuevo credo, una nueva religión, un dogma que vende las renovadas indulgencias, a cambio de convertirse en un ateo materialista. Le prometerán la dulce esperanza de un nuevo cielo llamado “justicia social”, que ellos saben bien que no existe, pero por el cual tiene que hacerse penitencia y mortificar el cuerpo con buena dosis de descarnado odio, hipocresía y mala fe hacia todo lo que es progreso y bienestar. Si es necesario tendrán que destruirlo todo, tendrán que desaparecerlo todo, así se ingresa a la secta de “Sendero Luminoso”.

La miseria es una condición natural para ellos, desde allí pregonarán pueblo por pueblo, como San Pablo, la buena nueva: “Todos podemos ser iguales, quitémosle a los ricos y démosle a los pobres, no debe haber ricos, no necesitamos de los ricos. ¡Proletarios del mundo, uníos!”. Y cómo no convencerse con esta lógica todopoderosa del marxismo: si no hay diferencias todos seremos iguales, y aparecerá el comunismo, todo será de todos, todo será común, nadie será dueño de nada, y dicen que seremos felices. Lo que nunca dicen es que a través de la historia universal ya se intentó innumerables veces este experimento imposible, y nunca, léase bien, nunca se consiguió la ansiada felicidad comunista, ese sueño, esa utopía, esa mentira irrealizable. Ejemplos palpables de una sociedad “evolucionada” hacia la ideología de izquierda lo vemos en Cuba, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, países mediocres y pobres que quieren establecer el comunismo por la fuerza, por encima del derecho ciudadano.

Esta es la ideología de izquierda, su origen es el cansancio del hombre en su búsqueda de la felicidad, la descomposición de su pensamiento frente al choque con la dura realidad. La decadencia de sus ideas que ya no soportan frustraciones, esa ilustración desmedida que deriva en una psicosis social llamada anarquismo, socialismo, progresismo y comunismo. Son tan sólo una enfermedad social, son personas como Susana Villarán, Rocío Silva Santisteban, Manuel Dammert o Nicolás Lynch que a pesar de pertenecer a la clase social más alta de Lima, en donde nunca supieron de pobreza, encontraron en la Universidad las condiciones y el clima necesarios para contraer la enfermedad del marxismo. Son decadentes, están deformados y enfermos, han tomado como suyos lo peor de las ideas políticas en el mundo, su bandera es la “justicia social”, y sus métodos para conseguirla pueden variar, desde la agitación política y la protesta callejera hasta llegar al crimen. ¡Vacunemos contra el comunismo!.

lunes, 1 de julio de 2013

FRENTE AMPLIO DE DERECHA...ENTONCES?


Por: Elvis Occ

Hace mucho vivió un campesino que tenia tres hijos. Los tres muy capaces, mas sin embargo peleaban todo el tiempo. Testarudos y orgullosos como eran, cada vez que había una discusión o riña dejaban de hablarse. El padre agobiado por tantas peleas decidió darles una lección e ideo una tarea.

La tarea era ir al monte y traer un manojo de leña. Los chicos obedecieron a su padre y una vez en el monte empezaron a competir para ver quién recogía más leños. Y otra pelea se armó. Cuando regresaron a casa, el padre les dijo que juntaran las varas en un atado y trataran de quebrarlas. El mas fuerte ganaría la prueba. Y así lo intentaron los dos chicos. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces el campesino deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente.

- ¡Se dan cuenta! les dijo el padre. Si uds. permanecen unidos como el haz de varas, serán invencibles ante la adversidad; pero si están divididos serán vencidos uno a uno con facilidad. Cuando estamos unidos, somos más fuertes y resistentes, y nadie podrá hacernos daño. Qué difícil de entender es eso para nuestra Derecha y que fácil lo es para la izquierda que se acaba de unir bajo el Frente Amplio de Izquierda.

Tenemos una amplia gama de representantes de la Derecha local, desde mercantilistas, pasando por liberales, libertarios, keynesianos, revolucionarios de escritorio, intelectuales con verbo catedrático y hasta anarcocapitalistas, y su versión picapiedra: los temibles chicos malos de la extrema derecha. Contraria a todas las expectativas. Seguimos desunidos porque unos alegan que el vaso está medio lleno y otros que está medio vacío o porque los mas místicos buscan desatar el nudo gordiano y otros mas pragmáticos, cortarlo de un tajo.

No se si lo han notado pero estamos llegando a un periodo histórico del país en el cual se tendrá que separar los hombres de los chibolos, la verborrea de los hechos concretos, los convencidos en sus ideas de los arqueólogos de la verdad. Si no nos unimos en un solido haz, no solo la izquierda, cualquier otro grupo bien organizado (inclusive criminal) nos quebrará como las varas de leña, una a una. Unidos seremos invencibles de lo contrario, a llorar como una nena lo que no pudimos defender como hombres. Reflexionemos... mejor aun convoquemos a una alianza estratégica de derecha! El país, nuestros padres, tus hijos, te lo reclamaran o agradecerán algún día.

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martes, 9 de abril de 2013

SUECIA DESARMA SU ESQUEMA SOCIALISTA


El gobierno de Ollanta Humala pretende obligar a las empresas petroleras que acepten a Petroperú como socio minoritario en sus exploraciones. Osea solo cuando ya se ha descubierto que hay petroleo! Como dirían en el barrio: Petroperú estará misma gallina vieja, se sentará pero no pondrá nada. Otro si digo: al más puro estilo cebiche mixto: camarón con concha. Aquí un relato de lo que sucede en el otro extremo del mundo, en el mundo sensato: Suecia. Muchachos antes que los caviares les vean la cara y manipulen, lean por favor.

Emilio Cardenas/www.economiaparatodos.com

El nuevo gobierno de centro sueco se propone realizar una serie de reformas que incluyen la eliminación del impuesto a los bienes personales, la creación de incentivos tributarios que estimulen la inversión y la privatización de activos en manos del sector público. En septiembre del año pasado, una coalición de partidos políticos de centro derrotó al socialismo sueco y accedió al gobierno de su país con mayoría parlamentaria propia. Cumpliendo con sus promesas electorales, el joven primer ministro, Fredrik Reinfeldt, de 42 años, puso rápidamente en marcha la estrategia para concretar algunas reformas que afectan a los cimientos mismos de la estructura socialista que Suecia fue edificando a lo largo de varias décadas.

A diferencia del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, Reinfeldt acaba de anunciar que derogará el impuesto a los bienes personales, cuya tasa, en Suecia, es del 1,5% anual. Para Solá, la reciente adopción del mismo tributo en la provincia que administra, que no existía hasta ahora, tiene un sentido simbólico: el de redistribuir la riqueza. Para Reinfeldt, la derogación de ese impuesto tiene también un sentido simbólico, aunque muy distinto. Diametralmente opuesto. Pese a que, en términos de ingresos, el mencionado impuesto a la riqueza no es importante cuando se lo compara con otros tributos y a que sólo el 2,5% de los contribuyentes suecos lo pagan, la experiencia de Suecia sugiere que este tipo de impuesto ha provocado a lo largo de los años una distorsiva fuga de capitales y una dramática caída de la inversión en esa nación.

Para muchos, el impuesto a los bienes personales reduce los incentivos a la inversión, a punto tal que entre todos los miembros de la Unión Europea, en las cifras que miden el porcentaje de la actividad económica en manos nacionales, Suecia está ubicada en un lamentable 18° lugar. Esto es natural, porque —frente a un impuesto como el que ahora será abolido— los emprendedores prefieren que el capital sujeto al mismo, en lugar de aumentar, se reduzca, para bajar la carga fiscal. Luego de abolir el impuesto a los bienes personales, con absoluta coherencia, el gobierno de Reinfeldt se propone también ofrecer a los inversores, particularmente a aquellos que pertenecen al universo de las pequeñas y medianas empresas, incentivos tributarios importantes, que estimulen la inversión. Reinfeldt y Solá pertenecen, obviamente, a universos intelectuales bien distintos.

En paralelo con lo antedicho, Reinfeldt anunció que en los próximos tres años privatizará buena parte de los activos que hoy están en manos del sector público, esfuerzo del que espera obtener unos 21.800 millones de dólares para el erario común. La privatización será abierta y todos los inversores extranjeros, cualquiera sea su origen, podrán participar en ella. En la actualidad, el gobierno sueco participa en 57 empresas o grupos distintos, que hoy emplean a unas 200.000 personas. Esto que incluye el 19,5% de Nordea (el más grande banco regional), el 45,3% de TeliaSonera (la empresa telefónica local), el 6,7% de OMX (la operadora de la Bolsa local), el 21,4% de SAS (la aerolínea de bandera sueca), además de una participación en V&S (el fabricante de licores, entre los cuales está el conocido vodka Absolut). El gobierno tiene también participación en propiedades inmuebles y empresas farmacéuticas.

El calendario para las privatizaciones programadas todavía no se conoce, pero el gobierno está trabajando activamente en el respectivo programa, que pronto se dará a conocer. La Suecia socialista parece así estar dando paso a lo que el primer ministro Reinfeldt llama “un país normal”. Nosotros, comparativamente, vamos camino a lo que Reinfeldt seguramente llamaría “un país anormal”, lo que es muy diferente.


viernes, 29 de marzo de 2013

Servicio Militar Obligatorio contra las cuerdas


Cierto sector que se considera liberal ha puesto el grito en el cielo contra el Servicio Militar Obligatorio porque estima que vulnera su doctrina fundada en la libertad. Creen firmemente que en este mundo nada debe ser obligatorio. En el mismo sentido se ha manifestado la izquierda, declarando que se vulnera la libertad consagrada en la Constitución y atenta contra los DDHH. También se han sumado los luchadores contra la discriminación porque entienden que la ley discrimina a los universitarios de aquellos que siguen estudios técnicos. Y aun están quienes afirman que la ley solo obliga a los más pobres a prestar el servicio.

En todas las argumentaciones se pueden leer falacias notables, desde las planteadas por la derecha seudo liberal hasta la izquierda derechohumanista y antidiscriminatoria de clara y conocida tendencia anti militar. En este sentido podemos decir que los extremos se unen. Con excepción de los liberales anarcocapitalistas, el liberalismo entiende que se requiere un Estado mínimo para poder vivir civilizadamente como nación y país. Por tanto, la existencia de un Estado implica aceptar un número de obligaciones para los ciudadanos, tales como pagar impuestos y respetar la ley y la autoridad en un régimen democrático. No es pues posible vivir en una sociedad civilizada sin admitir obligaciones.

Quienes rechazan el SMO por "atentar contra la libertad" actúan simplemente como fanáticos de una fe, no como liberales. La existencia de un Estado implica usualmente la existencia de FFAA, y por ende, la de tropa regular y preparada, lo cual es una garantía para la seguridad de toda la nación. Hay países donde el servicio militar es tan obligatorio del cual no se escapa nadie, como ocurre en Israel por razones propias de su situación histórica. Y nadie puede acusar a Israel de ser un país donde la democracia y las libertades se encuentren amenazadas. Por consiguiente, ningún liberal puede negar la necesidad de un servicio militar que bajo ciertas condiciones podría hacerse obligatorio para todos o ciertos ciudadanos.

En el Perú las FFAA han sido sistemáticamente satanizadas por la izquierda durante el último medio siglo. En el inicio de las aventuras marxistas la izquierda definió a las FFAA como "fuerzas represivas al servicio de la oligarquía y el imperialismo". Durante la guerra contra el terrorismo la izquierda presentaba a las FFAA como "violadores sistemáticos de DDHH" y esta es la imagen le imputan hasta hoy. De hecho la izquierda no tiene motivos para simpatizar con las FFAA porque fueron quienes los combatieron y detuvieron en su demencial aventura marxista bajo todas sus formas. Es fácil entonces entender por qué la izquierda se opone al SMO.

No vamos a negar que el SMO en el Perú adolece de muchas deficiencias, como todo lo que está a cargo del Estado. Las condiciones del SMO deben mejorar, pero eso no es argumento para oponerse al SMO. Hay que exigir que las condiciones mejoren, sin duda. Algunos proponen pagarles un sueldo mínimo a los reclutas. Eso dependerá de la caja fiscal. Pero no hay que olvidar que el recluta no solo presta un servicio sino que adquiere una preparación que le servirá en adelante de muchas formas. Es además alojado, vestido, alimentado y cuidado por la institución. Todo eso también tiene un costo. Es preciso dotar a los licenciados de las FFAA con mayores ventajas para la vida civil, como convenios con universidades o institutos tecnológicos. Eso es más fácil de hacer.

Respecto de si solo los más pobres están destinados a este servicio ¡tanto mejor! De este modo el costo que significa preparar a estos reclutas estará mejor destinado. ¿Qué otras opciones tiene el pobre? No muchas, y generalmente ninguna. Y si las FFAA pueden ofrecerle opciones a alguien que no tiene ninguna ¿por qué oponerse? No se les está causando ningún daño. Todo lo contrario. Así que toda esa histeria desatada en contra del SMO porque "atenta contra los más pobres" no tiene ningún sentido. Peor aun: es un disparate total, producto de la ignorancia y la mala fe.

El sorteo está hecho para que cualquier persona pueda ir al SMO. Pero obviamente si alguien se pone en sus trece y decide no cumplir ¿qué se hace? Solo quedan dos alternativas cuando se infringe una obligación con el Estado: se le mete preso o se le multa. Y la multa no es poca en este caso. No se puede decir pues, sin faltar escandalosamente a la verdad, que el SMO está diseñado para que solo los más pobres hagan el servicio. Ojalá fuera así para destinar mejor el costo de esa preparación, porque quienes luego tienen la opción de ir a una universidad probablemente desperdicien lo aprendido en las FFAA. 

Lo ideal sería que el servicio sea voluntario. Existe esta opción, pero las FFAA tendrían que promocionar el servicio como se hace en otros países, mostrando las ventajas y los atractivos que tiene. Evidentemente primero hay que hacerlo atractivo. Este es un esfuerzo que aun queda por hacer. Pero lo que no debemos hacer es sumarnos a una campaña de satanización del SMO y engañar a la gente con información falsa. El testimonio de la gran mayoría de personas que ha pasado por el SMO es positivo. Se trata de una gran experiencia para la mayoría y una experiencia que ayuda mucho, especialmente a los más pobres, aquellos que crecen en un ambiente desestructurado, sin valores ni horizontes. En tal sentido, el SMO es también un apoyo real que las FFAA pueden ofrecer a los más pobres.

viernes, 21 de diciembre de 2012

¿QUE SIGNIFICA SER LIBERAL?

por Carlos Alberto Montaner

El liberalismo parte de una hipótesis filosófica, casi religiosa, que postula la existencia de derechos naturales que no se pueden conculcar porque no se deben al Estado ni a la magnanimidad de los gobiernos sino a la condición especial de los seres humanos. Esa es la piedra angular sobre la que descansa todo el edificio teórico, y se le atribuye a los estoicos y al fundador de esa escuela, Zenón de Citia, quien defendió que los derechos no provenían de la fratría a la que se pertenecía o de la ciudad en la que se había nacido, sino del carácter racional y diferente a las demás criaturas que poseen las personas.

Antes de definir qué es el liberalismo, qué es ser liberal, y cuáles son los fundamentos básicos en los que coinciden los liberales, es conveniente advertir que no estamos ante un dogma sagrado, sino frente a varias creencias básicas deducidas de la experiencia y no de hipótesis abstractas, como ocurría, por ejemplo, con el marxismo.

Esto es importante establecerlo ab initio, porque se debe rechazar la errada suposición de que el liberalismo es una ideología. Una ideología es siempre una concepción del acontecer humano —de su historia, de su forma de realizar las transacciones, de la manera en que deberían hacerse—, concepción que parte del rígido criterio de que el ideólogo conoce de dónde viene la humanidad, por qué se desplaza en esa dirección y hacia dónde debe ir. De ahí que toda ideología, por definición, sea un tratado de «ingeniería social», y cada ideólogo sea, a su vez, un «ingeniero social». Alguien consagrado a la siempre peligrosa tarea de crear «hombres nuevos», personas no contaminadas por las huellas del antiguo régimen. Alguien dedicado a guiar a la tribu hacia una tierra prometida cuya ubicación le ha sido revelada por los escritos sagrados de ciertos «pensadores de lámpara», como les llamara José Martí a esos filósofos de laboratorio en permanente desencuentro con la vida. Sólo que esa actitud, a la que no sería descaminado calificar como moisenismo, lamentablemente suele dar lugar a grandes catástrofes, y en ella está, como señalara Popper, el origen del totalitarismo. Cuando alguien disiente, o cuando alguien trata de escapar del luminoso y fantástico proyecto diseñado por el «ingeniero social», es el momento de apelar a los paredones, a los calabozos, y al ocultamiento sistemático de la verdad. Lo importante es que los libros sagrados, como sucedía dentro del método escolástico, nunca resulten desmentidos.

Un liberal, en cambio, lejos de partir de libros sagrados para reformar a la especie humana y conducirla al paraíso terrenal, se limita a extraer consecuencias de lo que observa en la sociedad, y luego propone instituciones que probablemente contribuyan a alentar la ocurrencia de ciertos comportamientos benéficos para la mayoría. Un liberal tiene que someter su conducta a la tolerancia de los demás criterios y debe estar siempre dispuesto a convivir con lo que no le gusta. Un liberal no sabe hacia dónde marcha la humanidad y no se propone, por lo tanto, guiarla a sitio alguno. Ese destino tendrá que forjarlo libremente cada generación de acuerdo con lo que en cada momento le parezca conveniente hacer.

Al margen de las advertencias y actitudes anteriormente consignadas, una definición de los rasgos que perfilan la cosmovisión liberal debe comenzar por una referencia al constitucionalismo. En efecto, John Locke, a quien pudiéramos calificar como «padre del liberalismo político», tras contemplar los desastres de Inglaterra a fines del siglo XVII, cuando la autoridad real británica absoluta entró en su crisis definitiva, dedujo que, para evitar las guerras civiles, la dictadura de los tiranos, o los excesos de la soberanía popular, era conveniente fragmentar la autoridad en diversos «poderes», además de depositar la legitimidad de gobernantes y gobernados en un texto constitucional que salvaguardara los derechos inalienables de las personas, dando lugar a lo que luego se llamaría un Estado de Derecho. Es decir, una sociedad racionalmente organizada, que dirime pacíficamente sus conflictos mediante leyes imparciales que en ningún caso pueden conculcar los derechos fundamentales de los individuos. Y no andaba descaminado el padre Locke: la experiencia ha demostrado que las veinticinco sociedades más prósperas y felices del planeta son, precisamente, aquellas que han conseguido congregarse en torno a constituciones que presiden todos los actos de la comunidad y garantizan la transmisión organizada y legítima de la autoridad mediante consultas democráticas.

Otro británico, Adam Smith, un siglo más tarde, siguió el mismo camino deductivo para inferir su predilección por el mercado. ¿Cómo era posible, sin que nadie lo coordinara, que las panaderías de Londres —entonces el 80% del gasto familiar se dedicaba a pan— supiesen cuánto pan producir, de manera que no se horneara ni más ni menos harina de trigo que la necesaria para no perder ventas o para no llenar los anaqueles de inservible pan viejo? ¿Cómo se establecían precios más o menos uniformes para tan necesario alimento sin la mediación de la autoridad? ¿Por qué los panaderos, en defensa de sus intereses egoístas, no subían el precio del pan ilimitadamente y se aprovechaban de la perentoria necesidad de alimentarse que tenía la clientela?

Todo eso lo explicaba el mercado. El mercado era un sistema autónomo de producir bienes y servicios, no controlado por nadie, que generaba un orden económico espontáneo, impulsado por la búsqueda del beneficio personal, pero autorregulado por un cierto equilibrio natural provocado por las relaciones de conveniencia surgidas de las transacciones entre la oferta y la demanda. Los precios, a su vez, constituían un modo de información. Los precios no eran «justos» o «injustos», simplemente, eran el lenguaje con que funcionaba ese delicado sistema, múltiple y mutante, con arreglo a los imponderables deseos, necesidades e informaciones que mutua e incesantemente se transmitían los consumidores y productores. Ahí radicaba el secreto y la fuerza de la economía capitalista: en el mercado. Y mientras menos interfirieran en él los poderes públicos, mejor funcionaría, puesto que cada interferencia, cada manipulación de los precios, creaba una distorsión, por pequeña que fuera, que afectaba a todos los aspectos de la economía.

Otro de los principios básicos que aúnan a los liberales es el respeto por la propiedad privada. Actitud que no se deriva de una concepción dogmática contraria a la solidaridad —como suelen afirmar los adversarios del liberalismo—, sino de otra observación extraída de la realidad y de disquisiciones asentadas en la ética: al margen de la manifiesta superioridad para producir bienes y servicios que se da en el capitalismo cuando se le contrasta con el socialismo, donde no hay propiedad privada no existen las libertades individuales, pues todos estamos en manos de un Estado que nos dispensa y administra arbitrariamente los medios para que subsistamos (o perezcamos). El derecho a la propiedad privada, por otra parte, como no se cansó de escribir Murray N. Rothbard —siguiendo de cerca el pensamiento de Locke—, se apoyaba en un fundamento moral incontestable: si todo hombre, por el hecho de serlo, nacía libre, y si era libre y dueño de su persona para hacer con su vida lo que deseara, la riqueza que creara con su trabajo le pertenecía a él y a ningún otro.

¿En qué más creen los liberales? Obviamente, en el valor básico que le da nombre y sentido al grupo: la libertad individual. Libertad que se puede definir como un modo de relación con los demás en el que la persona puede tomar la mayor parte de las decisiones que afectan su vida dentro de las limitaciones que dicta la realidad. Le toca a ella decidir las creencias que asume o rechaza, el lugar en el que quiere vivir, el trabajo o la profesión que desea ejercer, el círculo de sus amistades y afectos, los bienes que adquiere o que enajena, el «estilo» que desea darle a su vida y —por supuesto— la participación directa o indirecta en el manejo de eso a lo que se llama «la cosa pública».

Esa libertad individual está —claro— indisolublemente ligada a la responsabilidad individual. Un buen liberal sabe exigir sus derechos, pero no rehúye sus deberes, pues admite que se trata de las dos caras de la misma moneda. Los asume plenamente, pues entiende que sólo pueden ser libres las sociedades que saben ser responsables, convicción que debe ir mucho más allá de una hermosa petición de principios.

¿Qué otros elementos liberales, realmente fundamentales, habría que añadir a este breve inventario? Pocas cosas, pero acaso muy relevantes: un buen liberal tendrá perfectamente clara cuál debe ser su relación con el poder. Es él, como ciudadano, quien manda, y es el gobierno quien obedece. Es él quien vigila, y es el gobierno quien resulta vigilado. Los funcionarios, electos o designados —da exactamente igual—, se pagan con el erario público, lo que automáticamente los convierte —o los debiera convertir— en servidores públicos sujetos al implacable escrutinio de los medios de comunicación, y a la auditoría constante de las instituciones pertinentes.

Por último: la experiencia demuestra que es mejor fragmentar la autoridad, para que quienes tomen decisiones que afecten a la comunidad estén más cerca de los que se vean afectados por esas acciones. Esa proximidad suele traducirse en mejores formas de gobierno. De ahí la predilección liberal por el parlamentarismo, el federalismo o la representación proporcional, y de ahí el peso decisivo que el liberal defiende para las ciudades o municipios. De lo que se trata es de que los poderes públicos no sean más que los necesarios, y que la rendición de cuentas sea mucho más sencilla y transparente.

¿Qué creen, en suma, los liberales? Vale la pena concretarlo ahora de manera sintética. Los liberales sostenemos ocho creencias fundamentales extraídas, insisto, de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:
Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valores supremos de la comunidad.
Creemos en la importancia de la tolerancia y en la aceptación de las diferencias y la pluralidad como virtudes esenciales para preservar la convivencia pacífica.
Creemos en la existencia de la propiedad privada, y en una legislación que la ampare, para que ambas —libertad y responsabilidad— puedan ser realmente ejercidas.
Creemos en la convivencia dentro de un Estado de Derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona y en la que las leyes sean neutrales y universales para fomentar la meritocracia y que nadie tenga privilegios.
Creemos en que el mercado —un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios— es la forma más eficaz de realizar las transacciones económicas y de asignar recursos. Al menos, mucho más eficaz y moralmente justa que la arbitraria designación de ganadores y perdedores que se da en las sociedades colectivistas diseñadas por “ingenieros sociales” y dirigidas por comisarios.
Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.
Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas, con garantías de que los derechos de la minorías no puedan ser atropellados.
Creemos en que el gobierno —mientras menos, mejor—, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obediente a las leyes, debe rendir cuentas con arreglo a la ley y estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos.
Quien suscriba estos ocho criterios es un liberal. Se puede ser un convencido militante de la Escuela austriaca fundada por Carl Menger; se puede ser ilusionadamente monetarista, como Milton Friedman, o institucionalista, como Ronald Coase y Douglass North; se puede ser culturalista, como Gary Becker y Larry Harrison; se puede creer en la conveniencia de suprimir los «bancos de emisión», como Hayek, o predicar la vuelta al patrón oro, como prescribía Mises; se puede pensar, como los peruanos Enrique Ghersi o Álvaro Vargas Llosa, neorrusonianos sin advertirlo, en que cualquier forma de instrucción pública pudiera llegar a ser contraria a los intereses de los individuos; o se puede poner el acento en la labor fiscalizadora de la «acción pública», como han hecho James Buchanan y sus discípulos, pero esas escuelas y criterios sólo constituyen los matices y las opiniones de un permanente debate que existe en el seno del liberalismo, no la sustancia de un pensamiento liberal muy rico, complejo y variado, con varios siglos de existencia constantemente enriquecida, ideario que se fundamenta en la ética, la filosofía, el derecho y -naturalmente- en la economía. Lo básico, lo que define y unifica a los liberales, más allá de las enjundiosas polémicas que pueden contemplarse o escucharse en diversas escuelas, seminarios o ilustres cenáculos del prestigio de la Sociedad Mont Pélerin, son esas ocho creencias antes consignadas. Ahí está la clave.