jueves, 15 de septiembre de 2022

¡Fuera Pedro Castillo!


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Publicado en El Pollo Farsante el 25 de noviembre de 2021

No hay semana que no salte un nuevo escándalo en este gobierno. Tras el despelote internacional generado por la premier Mirtha Vásquez, al amenazar con cerrar cuatro minas manu militari, le siguió la bochornosa noticia de que la Fiscalía halló 20 000 dólares ocultos en un baño de Palacio de Gobierno, de cuya procedencia se ha especulado mucho en estas horas, pero que no deja duda de que algo sucio se escondía en ese baño.

La verdad es que la paciencia de la población empieza a colmarse. Incluso en sectores de izquierda hay muestras de fastidio y hasta pedidos de vacancia. Claro, hablamos de la izquierda pensante, porque la otra, la izquierda bruta y achorada, sigue invocando la corrupción de Fujimori para cubrirlo todo, como han venido haciendo en los últimos veinte años, que es la época de mayor corrupción de toda la historia y cuyo cénit estamos viendo ahora.

En definitiva, la vacancia por incapacidad moral es una salida que cada día cobra más fuerza. Y habría que ponerse a trabajar seriamente en ese proyecto. El asunto es preparar el escenario, porque no se trata solo de pararse en el estrado y pedir a gritos la vacancia ante el pleno, como hizo la congresista Patricia Chirinos motu proprio —un arrebato que, lo más probable, acabe en nada y deje mal parada a la oposición—. Esa no es la manera. Incluso de prosperar ese exabrupto hasta la vacancia efectiva, podría generar reacciones adversas.

No se trata de incendiar la pradera con un acto de guerra política de parte del Congreso y agravar la crisis, sino de darle al país una salida a la crisis política generada por el Gobierno, de manera que la población sienta un alivio y no un encono contra el Congreso. Para esto hay que trabajar preparando el cadalso, aprovechando cada error que comete el Gobierno para sumarlo a la lista de acusaciones que le serán leídas el día de su ejecución, pero, sobre todo, haciendo una campaña de divulgación que instale en la mente de los peruanos la necesidad de vacar a este presidente por incapaz e inmoral, para recuperar el buen rumbo de la nación.

Cada semana se hunde más Pedro Castillo. Es algo inevitable, pues se trata de un sujeto básico, sin mayor preparación. El pobre hombrecillo no sabe dónde está parado. Cree que gobernar consiste en seguir el oficio de charlatán de plazuela y agitador de masas. Su única experiencia en la vida es la del activista sindical, como parte de una mafia de extorsión que busca ganar su propia parcela de poder en el magisterio. De hecho, ese sigue siendo su entorno en el poder. Las consecuencias de rodearse de esa gentuza es vivir de escándalo en escándalo. No hay, pues, manera de que el país aguante cinco años con este lumpen en Palacio de Gobierno.

La pregunta es qué va a pasar luego de la vacancia de Pedro Castillo, pues le correspondería asumir a Dina Boluarte, que no significa nada mejor. Se pueden hacer dos cosas: primero, conminar a Dina Boluarte a que renuncie y que se nombre un gobierno de transición, emanado del Congreso, con un amplio consenso, el cual —luego de hacer las reformas indispensables a las normas electorales y al régimen de partidos— convoque a nuevas elecciones. Incluso podría reformarse previamente la Constitución para crear un Senado.

La segunda opción es que Dina Boluarte asuma, pero formando un gobierno de consenso con los principales partidos representados en el Congreso. Es decir, no sería un gobierno de Perú Libre —que hace rato dejó de ser el partido de gobierno—, sino de todos los partidos. Es lo que se llama un gobierno de ancha base. El problema de esta opción es que no habría liderazgo, porque la señora Boluarte no es precisamente alguien con carisma e inteligencia. Pero eso podría resolverse con facilidad dejando el Gobierno en manos del presidente del Consejo de Ministros, el cual tendría que ser alguien de mucha valía y experiencia, elegido por consenso.

Lo cierto es que Pedro Castillo ya debería ir poniendo sus barbas en remojo. Su salida más honorable sería renunciar a la Presidencia, habida cuenta de su incapacidad y desprestigio moral. Los tambores de la vacancia resuenan cada vez con más fuerza, porque han empezado a tocarse en diferentes sectores. La gente misma se lo grita en su cara. Incluso por amor propio, Pedro Castillo ya debería ir pensando en la posibilidad de renunciar antes de que lo echen del cargo. Que se conforme con haberse puesto la banda presidencial que jamás soñó tener.

La barbarie del vizcarrismo


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Publicado en El Pollo Farsante el 16 de noviembre de 2021 

Se ha recordado el primer aniversario de la barbarie desatada en las calles de Lima tras la vacancia del dictador Vizcarra. Es una fecha que la izquierda no desaprovecha para contar su versión de la historia, llamando «golpe» a la vacancia de Vizcarra, «dictador» a Merino y «antidemocrático» a su breve régimen. De la misma manera, declaran «héroes» a un par de delincuentes muertos en las trifulcas contra la Policía. ¿Qué fue lo que en realidad pasó?

La manipulación de la verdad empezó mucho antes, cuando inventaron el cuento de hadas de que Martín Vizcarra era «el padre que el país necesita». El viejo cuento de la «lucha contra la corrupción» fue utilizado una vez más para engañar a los incautos y combatir a los enemigos. Ni en la Rusia de Stalin ni en la Alemania nazi se había visto tanto engaño colectivo. La gente estaba tan idiotizada por la prensa y el show de Vizcarra que terminaron idolatrando al fantoche moqueguano como a un dios, pese a que Vizcarra nunca se ocupó de gobernar.

El país estuvo a la deriva mientras Vizcarra se ocupaba de la guerra política contra el Congreso. Ganaba popularidad mediante el discurso y el gesto populista, con su pose de luchador anti corrupción, sus alardes reformistas para purificar la política y sus payasadas efectistas, como caminar hacia el Congreso llevando personalmente las reformas. Mientras tanto, poco a poco extendía sus tentáculos controlando todas las instituciones con apoyo de la mafia.

Martín Vizcarra encarnó muy bien su personaje de Mr. Show para convencer a las masas de que era el dios de la justicia que limpiaría el Perú del mal. Un burdo montaje para deshacerse de los opositores y capturar el poder. Así fue cómo liquidaron a Pedro Chávarry y capturaron la Fiscalía de la Nación, crearon la Junta Nacional de Justicia para manejar al Poder Judicial, hicieron reformas para liquidar a los partidos políticos y dieron un golpe de Estado cerrando el Congreso al caballazo, para impedir que se cambie al Tribunal Constitucional. Todo eso, más el control de la prensa, fue la estrategia para que una mafia tenga el poder absoluto.

La rápida y desesperada vuelta de Martín Vizcarra del Brasil para defender a los fiscales Vela y Pérez, removidos de sus cargos por Pedro Chávarry, fue una descarada intromisión que delató la existencia de una maquinaria tenebrosa montada ya para la guerra política. Fiscales y jueces eran piezas de esa maquinaria del terror judicial, junto a una prensa prostituida y una ONG que generaba los escándalos mediáticos, como el de Los Cuellos Blancos, con audios que soltaba oportunamente para liquidar a personajes incómodos.

La prensa vizcarrista tenía un staff de guaripoleras y opinólogos dedicados a alabar a Vizcarra, aplaudir su «lucha contra la corrupción» y atacar día y noche al Congreso, al que le pegaron la etiqueta de «obstruccionista». Luego vino el espectáculo morboso de la captura y prisión de Keiko Fujimori. Más tarde, la persecución, captura y muerte de Alan García, para el orgasmo de una generación amamantada con el odio y la mentira. Todo un espectáculo montado mediante burdas artimañas legales, como aportes de campaña o discursos remunerados.

En resumen, la época de Martín Vizcarra fue de una vendetta política permanente en busca de copar todas las instituciones, liquidar al fujimorismo y al APRA y debilitar a los partidos. Fue una época que pasará a la historia como la era del terror político, del abuso fiscal y judicial, de las sucias campañas de prensa y de las prisiones preventivas, utilizadas como espectáculo público en reemplazo del cadalso, mientras se idolatraba a un patán con ínfulas de dictador.

Pero también fue una época de mediocridad total, pues Vizcarra prefirió rodearse de lo más elemental, de su gentita provinciana de Moquegua, de los adulones, trepadores y traidores que le hacían reverencias a su paso, como Gloria Montenegro o Daniel Salaverry; de tontos útiles, como Salvador del Solar; de notables caviares, como Tuesta y Tanaka, que se prestaron como papagayos para adornar las reformas políticas. Vizcarra prefirió el show de la paridad de género en su «gabinete paritario», el espectáculo de la lucha contra el patriarcado uniformando con mandiles rosados a los generales del Ejército, la pantomima del mensaje a la nación con arengas a la unidad nacional, la exhibición del «juntos sí podemos», mientras se vacunaba en secreto y nos encerraba sometiéndonos a las reglas más absurdas del planeta en la peor gestión de la pandemia.

La caída de Vizcarra tiraba por los suelos todo ese andamiaje nefasto montado por una mafia para hacerse del poder absoluto, ponía en riesgo toda esa estructura mafiosa de poder repartido en varias instancias corruptas y desestabilizaba muchos negocios con el Estado y desde el Estado. Pero, sobre todo, arriesgaba la impunidad de una mafia que —pese a todo el circo fiscal— no ha sido tocada gracias a oscuros y secretos «acuerdos de colaboración».

El Congreso resultante del golpe de Vizcarra fue un potro difícil de domar. Las reformas de Vizcarra aseguraron la mediocridad, pero no la lealtad al régimen. Vizcarra se sentía emperador y se comportaba como tal gracias a la seguridad que le daba su maquinaria mafiosa y —principalmente— la prensa. En el primer intento de vacancia, se presentó al Congreso muy campante, se encaramó al estrado de la mesa directiva para dar un breve mensaje por toda defensa y salió riendo. Felizmente, en medio de toda esa feroz maquinaria de propaganda oficial en que se había convertido la gran prensa, aparecieron unos medios pequeños que empezaron a revelar la corrupción detrás del régimen, hasta provocar su caída.

La vacancia de Martín Vizcarra fue un acto justo y necesario; se sacaba así del poder al personaje más nefasto de este siglo. Pero, por supuesto, iba a costar muy caro, pues toda la mafia que había estado soportando al régimen reaccionó de inmediato. Los mismos tontos útiles que sirvieron al dictador saliendo a marchar en numerosas ocasiones —ya sea para defender a los fiscales Vela y Pérez, o para pedir la expulsión del fiscal de la nación Pedro Chávarry, o para pedir el cierre del Congreso y aplaudir el referéndum amañado— volvieron a salir a las calles en defensa del corrupto defenestrado.

Desde luego que no fueron marchas originales ni mucho menos espontáneas. Son los mismos contingentes que la izquierda sabe sacar a las calles en cada ocasión, pero con diferentes pancartas. Jóvenes arriados por la prensa, las oenegés y las universidades detentadas por la izquierda. Ya desde antes había una férrea oposición a la vacancia con el argumento de la pandemia, como si Vizcarra hubiera hecho algo positivo más allá de su show diario en televisión. La reacción contra la vacancia alcanzó niveles de violencia inusitada, hasta que cosecharon los muertos que estaban buscando. Por supuesto, eran muertos que no pertenecían a la gentita.

El objetivo de esas marchas era recapturar el poder para la mafia. El resto es cuento para bobos. Nunca hubo una defensa de la democracia. No solo consiguieron hacer renunciar al débil régimen de Merino, sino que arrinconaron a los 105 congresistas que votaron por la vacancia de Vizcarra y les impidieron formar parte de la nueva mesa directiva. Fue, pues, un feroz contragolpe de la mafia. No solo recuperaron el poder, sino que iniciaron la narrativa oficial de los sucesos con discursos de gratitud y homenaje a los vándalos caídos.

Tantas veces Pedro


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Publicado en El Pollo Farsante el 21 de diciembre de 2021

Una vez más, la Fiscalía allana Palacio de Gobierno en busca de pruebas del delito. Algo que no se había visto en ningún otro gobierno anterior. Pedro Castillo alcanza otro récord.  Esta vez los fiscales tendrán que ingresar incluso al despacho presidencial y revisarle los cajones a Pedro Castillo, principal sospechoso de las corruptelas que se han convertido en práctica común por parte del profesor y de toda la gentuza con que comparte el poder.

Ya me parecía rara esa ocurrencia inverosímil de convertir Palacio de Gobierno en museo, expresada por el chotano en su discurso de asunción de mando. Ahora queda clarísimo lo que pretendía: despachar desde su guarida de Breña para eludir los controles y dedicarse libremente a sus fechorías de sindicalista experto en extorsión y tráfico de influencias, además de otras artes. Pero insistió en eso en repetidas ocasiones, amparado en la oscuridad de la noche y confiando en su disfraz para distraer a los fisgones, cual delincuente consumado. Por menos que eso han caído presidentes.

Está claro también que nada de esto es improvisado ni casual, sino que todo ha sido fríamente planificado con astucia y premeditación. No solo el convertir palacio de gobierno en museo para eludir los controles, sino incluso antes, apenas cuando ganó la presidencia y se vio rodeado de oportunidades sin fin, corrió a palacio a convencer a Sagasti de dar una norma para rebajar hasta el suelo los requisitos para el cargo de secretario general de palacio, de modo tal que pudiera poner allí a su carnal Bruno Pacheco, compinche de correteos y malas artes en los bajos fondos del mundillo sindical. Ahora ya sabemos la clase de joyita que es ese sujeto.

Todos los pasos que ha dado Pedro Castillo desde que ganó la presidencia, han estado encaminados a montar su organización criminal de tráfico de influencias y aprovecharse del cargo. No ha dado puntada sin hilo. Ha preparado el escenario específicamente para tales fines. No le funcionó lo de eludir palacio de gobierno, pero pudo contar con su socio Pacheco y otros contactos eficientes, pudo escaparse a su guarida bajo un atuendo que pasaba por disfraz usando un auto corriente. ¿Cuántos negociados turbios concretó bajo esa modalidad de escape nocturno?

Esta semana, como ya es costumbre, otro escándalo de corrupción salpica a Pedro Castillo. Al menos ahora la Fiscalía no se ha tomado su tiempo para actuar. Tras las críticas a la escandalosa lenidad con que actuaron los fiscales frente al escándalo de Breña, las torpezas cometidas en el primer allanamiento de palacio y las burlas recibidas cuando Bruno Pacheco y Karelim López les entregaron celulares nuevos, parece que esta vez los fiscales están decididos a limpiar su imagen. Veremos.

Me parece que ya tenemos bastante como para llegar a la conclusión de que estamos frente a un maestro de la corruptela del más alto nivel. Este gobierno no solo está podrido en ineptitud, improvisación y demagogia, sino que además se ha dedicado al tráfico de puestos y favores y quién sabe cuántas cosas más. Y francamente a mí no me sorprende en lo más mínimo. Desde que vi a Pedro Castillo dirigiendo la huelga magisterial, supe de inmediato la clase de gentuza que es.

Una lástima que la izquierda -según su relamido y ridículo discurso- haya esperado doscientos años en llegar al poder para hacer este papelón histórico. Creo que la vacancia ya se cae de madura. Este gobierno ya no da para más, y el país tampoco.

El referendum bajo candado


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Publicado en El Pollo Farsante el 19 de enero de 2022

El referéndum es un mecanismo de consulta popular muy apetecido y manoseado por dictadores, charlatanes y populistas autoritarios para legitimar sus tropelías y caprichos, incluyendo su permanencia en el poder. Esa es la mejor definición de referéndum, sacada de la experiencia histórica reciente del Perú y Latinoamérica.

El referéndum ha sido ampliamente utilizado por todos los dictadores del socialismo del siglo XXI, desde Hugo Chávez hasta Evo Morales. No hay un dictador al que no le encante convocar a un referéndum, incluyendo al tiranuelo de Martín Vizcarra, quien lo usó con descaro en su afán de legitimar su autoridad y golpear a la oposición. Gracias a ese referéndum en el que Vizcarra aleccionó al borreguismo nacional a marcar «sí, sí, sí, no», se convirtió en líder.

Tampoco es casualidad que esta nefasta figura del referéndum aparezca recién en nuestra constitución de 1993, bajo el régimen de Alberto Fujimori, al que muchos califican de dictadura. De hecho, Alberto Fujimori planteó la idea del referéndum para ratificar la nueva constitución de 1993, como si eso fuera necesario. Nunca lo fue, pero Fujimori necesitaba un referéndum para fortalecer su gobierno.

En ninguna de nuestras anteriores constituciones existió el referéndum. Esta es una novedad de la del 93, en la que aparece apenas en su capítulo primero, como uno de los derechos fundamentales de la persona, en un título repleto de demagogia populachera, tomada como herencia de la constitución del 79 y aumentada en el capítulo tercero como derechos políticos. Allí se institucionaliza esta funesta figura del referéndum, nada menos que para aprobar reformas a la Constitución (totales o parciales, sigue el absurdo), leyes y hasta ordenanzas municipales.

Quién sabe si Hugo Chávez se inspiró en Fujimori para iniciar su frenética era de transformaciones a punta de referéndums. Nada mejor que convocar a las masas ignorantes e histéricas a una consulta popular directa, para hacerlas «participar» y legitimar así las ideas y consignas de un líder populista, carismático, parlanchín y excesivamente eufórico. Solo para eso han servido los referéndums en Latinoamérica.

Hoy, el país está en ascuas gracias a esa nefasta figura del referéndum, introducida de manera absurda e irresponsable en nuestra constitución. Se la quiere usar para «consultarle al pueblo», como si tuviésemos un pueblo culto, pero lo cierto es que esa masa llamada pueblo ignora mayormente lo que es una constitución. Ya en el referéndum convocado por Martín Vizcarra, para legitimar sus cambios a la Constitución, pudimos observar que la gente no tenía la menor idea de lo que estaba decidiendo. En muchas comarcas alejadas del interior del país, la fórmula del «sí, sí, sí, no», ordenada por Vizcarra, ganó con el 100 %, sin que nadie supiera el significado.

Tenemos uno de los pueblos más ignorantes del planeta, víctima de un sistema educativo paupérrimo controlado por el comunismo, desde la escuela hasta la universidad. ¿Alguien cree que a este pueblo se le puede preguntar qué forma debe tener el Estado? ¿Qué instituciones deben ser autónomas? ¿Qué tipo de Congreso debemos tener? ¿Cómo debe ser el equilibrio de poderes entre las instituciones del Estado? ¡Ya pues! Paren de joder.

Una constitución es en esencia eso: definir el tipo de república, monarquía o tiranía que seremos, nombre y símbolos, definir el Estado con todas sus instituciones básicas y, por último, ponerle algunos frenos al poder político en un capítulo final (no inicial) llamado derechos de los ciudadanos. Nada más que eso es una Constitución. Pero para nuestra izquierda criolla, compuesta por una casta de limítrofes que aún delira con consignas trasnochadas, una constitución es la madre de toda la demagogia barata con que sueñan. Haciendo gala de su charlatanería hueca, llegan a decir que nuestra constitución «no garantiza los derechos a la salud y a la educación». Es decir, ni ellos la han leído y quieren consultarle al pueblo si desean cambiarla, luego de engañarlos con esta clase de afirmaciones.

Si hay algo que tiene en demasía nuestra constitución son derechos. No nos falta ninguno. Hasta le agregaron el derecho al agua, que nadie sabe para qué sirve. Ahora Verónika Mendoza quiere agregarle el derecho a la internet. Podemos seguir por ese camino hasta llenar varios capítulos de «derechos». Como el derecho a tener perros, el derecho a disfrutar de la primavera, el derecho a un mundo feliz, etc. Esa es la agenda infantil de la izquierda.

Lo cierto es que todo eso no pasa de ser pura charlatanería. Salvo el freno que le pone al Estado para no meterse en la economía y el respeto por la propiedad privada y los contratos, nuestra constitución es bastante mala. Hasta debilita la democracia con un Congreso mamarracho de una sola cámara. Y ya vimos lo inútil que resultó tras el golpe de Vizcarra. Pero, aun así, es mejor que abrirle las puertas a una asamblea constituyente repleta de ignorantes, demagogos, charlatanes, saltimbanquis, equilibristas y payasos que quieren refundar la patria, como lo están haciendo en Chile.

No solo hay que poner la figura del referéndum bajo llave, obligando a que pase por la aprobación del Congreso, sino que incluso habría que eliminarla de la Constitución de cuajo. Así le cerramos el paso a los candidatos a dictador.

La naturaleza de la izquierda

 

Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Publicado en El Pollo Farsante el 1 de noviembre de 2021

Todos conocemos la fábula de la rana y el alacrán. Un alacrán quería cruzar el río y le pide a la rana que lo ayude a cruzar sobre su lomo. Pero la rana teme que la vaya a picar con su aguijón mortal, por lo que el alacrán promete no hacerlo. Entonces la rana le permite al alacrán subir sobre su lomo, pero, cuando están cruzando el río, siente el aguijón mortal del alacrán. La rana le pregunta: «¿Por qué hiciste eso, si ambos moriremos?». Entonces el alacrán responde: «¿Qué puedo hacer? ¡Es mi naturaleza!».

Acá tenemos muchas personas confiadas e ingenuas que, al igual que la rana, creen que la izquierda se moderará. Le piden a Pedro Castillo que deje de decir barbaridades que perturban la economía, le exigen que nombre a un premier más dialogante, que deslinde de Cerrón y su ideario marxista-leninista, que se aparte de Sendero Luminoso y del narcotráfico, que no coquetee con el chavismo, etc. En suma, le piden a la izquierda que deje de ser izquierda.

Eventualmente la izquierda cede. Promete que se moderará y no picará a nadie. Concede gestos para que los ingenuos y cándidos se traguen la píldora, le den la confianza y dejen que se suba en el lomo de todos. Una vez arriba, la izquierda vuelve a ser la izquierda.

Hubo una masa de cándidos que aplaudió la designación de Pedro Francke en el Ministerio de Economía, de quien dijeron que era "un moderado". Lo vieron como el cable a tierra de un gobierno delirante, como el guía de un presidente ciego que no sabe dónde está ni adónde va, como la garantía de que la economía seguiría creciendo y de que se respetaría la propiedad privada. Pero hoy nos metió su aguijón. No hay que sorprenderse. Francke es un rojo. Uno más.

El enviado de Verónika Mendoza nos ofreció un avant premiere de sus próximas medidas económicas. Franckeándose, nos dijo que «le pica el ojo y le revienta el hígado» cuando ve un auto de lujo. «Ese señor puede pagar más impuestos», sentenció. ¿Por qué? Porque es rico. Solo por eso. No hay más fundamentación que esa. No importa que ya haya pagado los onerosos impuestos que le cargan a esa clase de autos. El señor es rico y todavía puede pagar más. Hay que seguir exprimiéndolo. La izquierda no tolera a los ricos.

Basta escarbar un poco en el cerebro de un izquierdista para descubrir que el fundamento de toda su prédica política y social reposa en el odio de clase, el revanchismo, la envidia, el rencor, el trauma de ver gente que está mejor en la vida. Eso les parece injusto. No les conmueve la pobreza, sino que les produce envidia la riqueza. No aman a los pobres, sino que odian a los ricos. Su objetivo no es enriquecer a los pobres, sino empobrecer a los ricos. Esa es toda la igualdad que les interesa. Que alguien nos diga en qué país de Latinoamérica la izquierda ha logrado eliminar la pobreza o tan siquiera reducirla. En ninguno. Al contrario, en todos los países donde la izquierda ha gobernado por décadas solo ha generado miseria.

¿Vamos a darle la confianza a un gabinete que no ofrece mejorar la calidad de los servicios que brinda el Estado, ni reducir el gasto público, ni reestructurar el Estado en busca de eficiencia, que ni siquiera tiene un plan de nuevas inversiones, sino que tan solo pretende quitarnos más dinero, solo por un afán recaudador, para seguir manteniendo burocracias doradas e ineptas, y para regalar dinero público a manos llenas? Parece que tenemos muchas ranas en el Congreso dispuestas a permitir que la izquierda se les suba al lomo.

Incluso tenemos un club de ingenuos que han caído rendidos ante la dulce voz de la premier Mirtha Vásquez, a quien ven como una moderada y conciliadora izquierdista, como si tal cosa existiera. Señores, despierten: un izquierdista siempre tiene su veneno listo y no importa cuál sea el discurso que use ni la cara que ponga. Van a empobrecer a todos. Y al igual que el alacrán de la fábula, tampoco les importa morir en la hazaña. Es su naturaleza.