Por: Ricardo Uztarroz
Residente en Lima desde hace diez años, antiguo periodista de la Agence France Presse (AFP), yo entrevisté a Fujimori en cinco ocasiones, incluso una vez lo entrevisté en Tokio, cuando él estaba exiliado, poco después de su caída en 2000 a causa de una conspiración que, como distintos índices lo sugieren, urdida por Bill Clinton y Madeleine Albright, la ex secretaria de Estado de éste. Lo entrevisté de nuevo en Santiago de Chile poco antes de su extradición. Durante los quince meses que duró el proceso de Fujimori, yo asistí a prácticamente todas las audiencias, 161 en total. Falté a lo sumo a una decena que no eran, además, esenciales.
Puedo pues pretender conocer bien el expediente y también alegar una experiencia profesional de 40 años en el periodismo, experiencia que me enseñó a saber lo que es un hecho, una prueba, un índice, una alegación, una suposición, una deducción, una especulación, un conjunto de conceptos elementales que los tres jueces obviamente ignoran, lo que lanza una duda sobre su competencia jurídica y sobre su imparcialidad. En fin, puedo añadir que ideológicamente todo me separa de Fujimori, siendo él un hombre de derechas, y yo más bien de izquierda. Pero no de una izquierda de salón como lo prueban mis compromisos pasados y presentes y la historia de mi familia. Por adelantado, le niego a quien sea tener la menor autoridad para impugnar mi pertenencia a la izquierda pues en la izquierda no hay un Papa que fije el dogma.
En sus considerandos, el tribunal no respondió a la única cuestión central del proceso: ¿Fujimori dio la orden de realizar esas dos matanzas estúpidas que, obviamente, iban contra la política que él mismo preconizaba contra el terrorismo, a saber: convencer a la población, ganarse su simpatía, con el fin de aislar a Sendero Luminoso y a la otra organización subversiva, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA – que se reclamaba de obediencia guevarista)?
A falta de pruebas, la parte civil y el fiscal cambiaron, puedo decirlo sin ironía, su fusil de hombro durante el proceso. Al principio, decían que Fujimori era el jefe del escuadrón de la muerte, del grupo llamado Colina (Colina es el nombre de un funcionario asesinado por SL), que realizó esos asesinatos y que él había dado la orden directa de esos asesinatos. Como no podían probar esa alegación, entonces inventaron la tesis de que Fujimori era culpable porque él era el jefe del Estado. Basándose en una cadena de suposiciones, dijeron que él había transformado el Estado en una organización paralela criminal con el fin de implementar una guerra sucia contra el terrorismo.
Por lo tanto, siendo el inspirador de esa estrategia oculta de guerra sucia, disimulada en los pliegues de una guerra limpia, él era el autor indirecto de esos asesinatos. Como nada probaba esa alegación (repito, es una simple alegación), los jueces hicieron una pirueta de gimnasia jurídica que tiene mucho de realismo mágico. Amontonaron hechos sin relación evidente, rasparon aquí y allí entre cerca de 500 documentos de índices vagos con el único objetivo de construir una culpabilidad que parece muy hipotética. Los tres jueces hicieron prueba de tener una maquiavélica imaginación literaria.
Por fin, en última instancia, también consideraron que Fujimori era culpable por omisión, lo que quiere decir que sabiendo que esas matanzas se preparaban, él no hizo nada para impedirlas. ¿Y qué prueba hay de que él sabía? El hecho de que en su calidad de jefe de las Fuerzas Armadas y de la Policía él debía saberlo. Los expertos jurídicos apreciarán la pertinencia, digo bien pertinencia y no inteligencia, del argumento. Lo digo sin temor alguno: ¡es grotesco!
Individuos sin importancia
Aceptemos desde un punto de vista puramente teórico que los considerandos de los jueces sean fundados. ¿Cómo entonces puede uno explicar por qué Fujimori habría autorizado o, lo que es peor, dado la orden de matar a 25 personas sin importancia alguna, que no eran siquiera segundos o terceros cuchillos? Esas matanzas tenían un inconveniente principal para Fujimori: le quitaban credibilidad a su política oficial, proclamada y practicada de guerra limpia. ¿Por una parte, él tendía la mano, y por la otra él habría apuñalado? Uno puede creer que la gente es imbécil, hasta que llega el momento en que ésta se da cuenta de que ha sido engañada.
Aceptemos incluso que esa política de guerra sucia era cierta. ¿Puede alguien imaginar que un Presidente de la República, incluso de un país pequeño como Perú, admite dar la orden de ejecutar a individuos sin importancia y sin ningún peso político o estratégico, como habría podido ser, por el contrario, la liquidación física de Abimael Guzmán, el jefe alucinado de Sendero, un tipo mesiánico hasta los forros? Ahora bien, todos los jefes terroristas, incluso éste último, fueron detenidos y están purgando penas. Abimael Guzmán, el llamado “presidente Gonzalo”, tiene como vecina de celda a su compañera y ellos pasan todo el día juntos. ¡Bonito ejemplo de la crueldad de Estado promovido por Fujimori!
¡Fujimori estaba loco o era un asesino en serie! Si eso es así ¿qué era lo que él buscaba? ¿Satisfacer sus instintos de asesino, impresionar al gallinero? Desde un punto de vista político, esas matanzas eran completamente improductivas. Fujimori tiene defectos, desde luego, pero no se lo puede acusar de carecer de inteligencia.
Por otra parte, el colmo es que el tribunal no le reconoció a Fujimori ninguna circunstancia atenuante. Es decir, Fujimori actuó fuera del tiempo y del espacio. ¿En esa época, Perú no estaba acaso al bordo del abismo y en pleno caos, gracias a la herencia que le había legado Alan García, de nuevo presiden del Perú a pesar su de desastrosa e irresponsable gestión en su primer mandato (1985-90)? ¿Acaso los atentados terroristas, los carros-bombas, no eran diarios? ¿Los cortes de electricidad causados por los sabotajes de los pilones de alta tensión no eran permanentes? ¿Qué no se podía salir de noche? ¿Qué nadie sabía si podría ver a sus seres queridos al final de la jornada de trabajo? ¿La inflación no era delirante? ¿La escasés de los productos de primera necesidad no era permanente? ¿No se destruía el aparato productivo? ¿Perú no estaba al margen de las naciones? ¿Qué el Perú no tenía derecho al crédito externo? No, nada de eso existió. ¡Fujimori era un extraterrestre, un tipo sediento de sangre, una especie de Drácula! Las capas populares, las que tuvieron que sufrir más las salvajadas de SL, reconocen, en una muy amplia mayoría, que él fue quien salvó al país, que él fue quien le permitió a la gente encontrar una vida normal, si se puede hablar de vida normal en un país tan pobre como el Perú. Todo eso para los jueces (qué hacían ellos en esa época?) no existió.
¿Magistrados imparciales?
Todos los que aplauden esta condena no dejan de repetir que los magistrados tuvieron todo el tiempo un comportamiento exento de reproches. Eso es, obviamente, muy discutible. La hostilidad que mostraba el rostro del presidente del tribunal, César San Martin, lo traicionaba y dejaba ver que él saciaba una venganza personal. En 1993, en el marco de una operación de purificación del aparato judicial peruano, corroído por la corrupción endémica, él había sido excluido de la magistratura. Tal vez eso fue un error. En todo caso, sin embargo, se veía que él había encontrado la manera de vengarse. Uno de sus asesores tiene, por su parte, un pasado de simpatizante de izquierda. La izquierda es visceral e irracionalmente anti Fujimori, por razones demasiado largas para explicar aquí. Sin hacer un proceso de intención, es sin embargo legítimo preguntarse acerca de su imparcialidad. Uno de los índices de la falta de imparcialidad, es la ausencia de reconocimiento de circunstancias atenuantes.
Pero el colmo de los colmos, es que los jueces afirmaron que las víctimas de esas dos matanzas no tenían nada que ver con el terrorismo. Entonces, ese considerando significa implícitamente que Fujimori perpetró asesinatos gratuitos, que ni siquiera se inscribían en la estrategia de guerra sucia que ellos mismos le reprochan. También afirmaron que esas matanzas eran crímenes de lesa humanidad. Cuando se cruza tal frontera, ya no hay razón para detenerse.
Esa condena, es como si en 1969, después de su renuncia, se hubiera llevado a Charles de Gaulle ante un tribunal especial (el tribunal que pronunció este veredicto es un tribunal especial) y se lo hubiera declarado culpable de las exacciones, torturas y trabajos forzados practicados en Argelia entre 1958-1962. Este proceso de Fujimori revela la inconsistencia, la irresponsabilidad, el infantilismo, la frivolidad de una parte de las clases dominantes peruanas, algunos de cuyos miembros creen hacer parte de una aristocracia descendente de los Conquistadores y se sienten aún en la época del Virreinato.
Sendero Luminoso no ha sido destruido totalmente. Sendero ha hecho una alianza con grupos de narcotraficantes. Destacamentos armados operan en una zona de cultivos de coca a 400 km al este de Lima. Este proceso le abre una puerta enorme a SL para que pase a la ofensiva. ¿Quién se atreverá de ahora en adelante a oponerse militarmente a Sendero si la recompensa serán 25 años de prisión, 25 años que corresponden en realidad a una condena a muerte lenta en vista la edad del condenado?.
Fujimori interpuso el recurso de apelación. Falta ver si ese recurso será admitido. Si ese es el caso comenzará un nuevo maratón jurídico. Pero eso no es seguro.
Para resumir, esta condena pone una línea de igualdad entre Abimael Guzmán, jefe terrorista, y Alberto Fujimori, el Presidente que lo venció y que, en consecuencia, salvó al Perú de una pesadilla, de una especie de nazismo rojo. Así pues, nada ocurrió en el Perú entre 1980 y 2000. Todo volvió a ser de nuevo como antes. La oligarquía de Miraflores, San Isidro y la Molina, los tres barrios donde ésta reside, puede de nuevo dedicarse a sus intrigas florentinas de palacio.
Nada ha ocurrido en Perú. Salvo que un “pequeño chino de mierda”, asesino en serie sin móvil, está en prisión. Circulen señores, no hay nada que ver.