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martes, 14 de mayo de 2013

Cuando un rojo opina


Cada vez que escucho opinar a un izquierdista me convenzo más de que la izquierda es el sector donde los locos tratan de hacer política. No importa cuán instruidos sean. No importa cuánta trayectoria tengan. No importa si hablan o escriben con solvencia. Hay incluso en sus opiniones una extraña versación y un empleo recargado de conceptos que actúa como anestésico mental para no advertir la profunda estupidez de sus enunciados. La estupidez no significa falta de lógica sino de criterio. 

Los estúpidos pueden llegar a mostrar una lógica aplastante pero muy escaso criterio, en especial para manejar todos los elementos de una compleja realidad. Un típico idiota de izquierda se concentra en espacios específicos y en argumentos que apelan a sentimientos antes que a la necesaria relación acción-reacción. Se empeñan en ignorar experiencias pasadas y evidencias presentes. Prefieren escamotear la realidad apelando a conceptos abstractos tales como dignidad, justicia, equidad, nacionalismo, etc. Vaguedades que nadie sería capaz de conceptualizar pero que estimulan las emociones y permite ganar rápidas y fáciles adesiones.

Así es como se construye el discurso de izquierda. En estos días los comentaristas de izquierda no dejan de lamentar el retroceso del gobierno en la intención de comprar Repsol. Cada vez odian más a Nadine, a quien señalan como una especie de Rasputín que domina al presidente impidiendo que este asuma sus compromisos electorales "por el cambio". La acusan de ser una pieza de la CONFIEP, una emisaria de la derecha enquistada en Palacio que vigila a Ollanta Humala para que no se atreva a salirse del "libreto de la derecha".

Otros, como el charlatán de Harvard, Steven Levitsky, apelan a fantasmas tales como el "consenso de Lima" para explicar el supuesto sometimiento del presidente al programa de PPK. Ahora Levitsky es el oráculo de la izquierda criolla. Levantan su perfil académico para imponer sus opiniones como la de un iluminado ante el cual solo cabe agachar la cabeza y acatar sus ideas. Se olvidan que acá tenemos muchos opinantes egresados de Harvard, como Augusto Alvarez Ródrich y profesores de Harvard como Alejandro Toledo, que han opinado en sentido contrario. El título no hace al sabio. 

César Hildebrandt llega incluso a despotricar contra "la prensa de derecha" y el "pensamiento aberrante" de Cayetana Aljovín y Raúl Vargas, emisarios de los grupos de poder. Todos ellos jugarían a favor de los chilenos y del grupo Romero. No quieren que el Estado imponga un "equilibrio en el mercado" porque no les importan los intereses del pueblo sino tan solo los de sus amigos poderosos. Hay pues una confabulación contra la justicia.

Esa es la lógica típica de izquierda. Hay confabulaciones misteriosas, entes espectrales, personajes nefastos que actúan para que no se produzcan "los cambios que el país necesita". Por supuesto, se refieren al modelo chavista que ha llevado a la inmensamente rica Venezuela a una situación de calamidad social, económica y política. El mismo modelo que ha convertido a Argentina en una cleptocracia populista que asfixia y empobrece a una sociedad culta y bien educada, mientras trata de ahogar la libertad de prensa y manipular la justicia, con experimentos irresponsables como esos que les encanta llevar a cabo a los progresistas.

No importa cuánto apelen los opinólogos de la izquierda a sus ansias de cambios en busca de sus ilusas metas idealistas, a sus conceptos extraños, a sus muy nobles sentimientos, a su encendida emocionalidad patriotera. Eso les da apenas una apariencia de sensatez superficial, inmediata y cursi. En el fondo lo que sustenta esas opiniones indignadas y resentidas de la izquierda contra un mundo que no les obedece es tan solo una permanente e inmensa estupidez, muy típica de la progresía, el rojerío y la izquierda toda.

sábado, 23 de febrero de 2013

Más allá de la revocatoria


Es curioso comprobar cómo la revocatoria ha puesto sobre la mesa todas las fichas de la política peruana, dejando de lado casi por completo a la candidata a ser revocada. Las opiniones fluyen cargadas de los mismos odios y pasiones que se han puesto de manifiesto en lo que va de corrido este siglo. Aunque hay algunos, como César Hildebrandt, que sigue destapando cada vez que puede sus mismos traumas históricos, remontándose al origen de la corrupción en Echenique o la decepción que significó Haya de la Torre al negociar con la oligarquía terrateniente. Nos dice este insigne opinólogo sin ventana que la alcaldesa Villarán no le gusta por mil razones, pero votará a su favor porque de no hacerlo votaría por Alan García y Castañeda. Es decir, una vez más se votará no a favor de sino en contra de.

Ciertamente algunos votarán por Susana Villarán porque no quieren que regrese "la mafia de Comunicore", aunque nadie sepa explicar qué ocurrió con este caso. Otros lo harán porque se perderá tiempo en muchas elecciones. Y aun otros porque es un derroche de dinero o porque Susana es mujer. En suma, existen múltiples razones que están al margen de Susana Villarán y que motivan un voto contra la revocatoria. Hasta hay quienes se han asustado por la cédula o les gustan las caras del NO.

Por su parte la campaña por la revocatoria de Susana Villarán no está atacando todos estos frentes abiertos en el frente de batalla. Los revocadores insisten únicamente en el tema central de la incapacidad de Susana Villarán y olvidan que para más de la mitad de los votantes por el NO, la alcaldesa no cuenta ¡en lo absoluto! Nadie está haciéndose cargo de confrontar la multitud de otras razones que favorecen al NO.

Debido a esto vemos que el NO crece en apoyo, pues simboliza muchas causas al mismo tiempo. Cada uno ha generado su propia causa por el NO, sin interesarse por la alcaldesa. Los del SI están enfocados en la incapacidad ejecutiva de la alcaldesa y apenas se ha añadido el rechazo a la izquierda que ella simboliza. Pero esto es algo que la gran mayoría de la gente no ve, no conoce y no le resulta tan evidente. 

La situación para las intenciones revocadoras se está poniendo difícil. No nos olvidemos que también hay un gran sector de la derecha intelectual que siente un genuino y justificado rechazo a la revocatoria como institución, no solo por ser un engendro malintencionado de la izquierda perturbadora sino una fuente permanente de inestabilidad política que instaura la ingobernabilidad. Cada vez que alguien, como Jaime de Althaus, escribe fundamentando los horrores que implican las revocatorias, no solo en la teoría sino en los hechos ya vividos, una gran cantidad de personas meditan su apoyo a la revocatoria.