viernes, 4 de enero de 2013

Descifrando a la izquierda


La izquierda es ese sector de la política que aspira a utilizar al Estado para vivir a expensas de los demás, justificando tal pretensión con el discurso de "justicia social". Es decir, para la izquierda es justicia que quienes trabajan y crean la riqueza se hagan cargo de los otros. Hay muchas formas de justificar semejante disparate pero todo lo que se diga no pasa de ser más que retórica y palabrería, arte en el que son expertos los ideólogos de izquierda, aunque no hace falta ninguna calificación académica ni mental para caer en el discursillo de la "justicia social", disfrazada también de generosidad y solidaridad. Con todo ello, alguien que considera tener una buena alma solo le queda ser de izquierda o sentirse un pecador.

Los de izquierda son pues los campeones de la generosidad y sollidaridad, pero siempre con el dinero público. Es decir, un izquierdista es quien ejerce su filantropía con dinero ajeno. Le encanta arrimarle al Estado todo el peso de la carga social que su generosa imaginación juzgue que debe ser atendida gratuitamente. Por supuesto que a ningún izquierdista le cuadran las cuentas. Ni siquiera se ocupa de hacerlas. Tiene todo el pensamiento ocupado en regalar dinero de mil formas. Entiende que los impuestos son la clave de sus ingresos y apunta hacia los ricos y las empresas para expoliarlos sin límites. Incluso no se detendrá si juzga necesario adueñarse de una empresa. También habrá justificaciones para ello: soberanía, actividad estratégica, lucha antimonopólica, etc.

Premunidos de discursos baratos y una lógica elemental con pretensiones socialistas, los de izquierda suelen hacer estragos muy serios cuando acceden al poder. Su estructura mental tiende a ignorar la realidad para preferir sus ideas más descabelladas. Tienen la estúpida creencia que el Estado es capaz de dirigir toda la realidad del país, y que la sociedad entera, con toda su exuberante, múltiple y azarosa dinámica, puede ser "regulada" a partir de normas e instituciones burocráticas, en busca de imponer -mediante simples leyes- la idílica justicia social, la lucha contra la corrupción, contra la desigualdad, la discriminación o la pobreza, y otras alucinaciones por el estilo. Todo ese cúmulo de leyes no hace más que estrangular a la sociedad, limitar las libertades, entorpecer el crecimiento, generar informalidad y aumentar más la corrupción.

Entre el despilfarro social del dinero, el ataque a la propiedad y a las empresas privadas, por un lado, sumado a las regulaciones que afectan la dinámica del mercado, la economía de un país en manos de la izquierda tiende a caer en la debacle. El siguiente paso es disimular la crisis atacando a la prensa opositora y maquillando las cifras oficiales. A continuación se levantan los típicos "enemigos del pueblo" a quienes se debe combatir: la oligarquía, los poderes ocultos, los poderes fácticos, los grupos de poder, etc. En este punto toda la paranoía de la izquierda progresista se desata a niveles de crisis aguda.

En suma, un izquierdista es un regalón innato que procura convertir al Estado en una gran beneficencia pública, reduciendo la tarea de gobierno a programas sociales de ayuda directa. Es además un ferviente practicante de la filantropía, pero lo hace con dinero ajeno, público. La pobretología de la izquierda nunca soluciona el problema de la pobreza. No. Jamás. No está pensada para ello porque ningún izquierdista tiene la menor idea de cómo se crea riqueza. Todo lo que sabe es quitarle al que tiene. Por ese camino lo único que siempre se consigue es que nadie tenga nada al final.

Pero a pesar de todas las experiencias desastrosas, las ideas de izquierda siguen teniendo un gran poder de convencimiento. No solo gracias a su discurso barato sino porque apuntan directo a la base emocional y primitiva del cerebro, común a todos los mamíferos. Allí es donde radica el núcleo central del pensamiento de izquierda, puramente emotivo y sensiblero. Exigirle un uso racional de la esfera cortical es demasiado. El izquierdista hace tenaz resistencia de la razón y de la realidad. Prefiere los encantos de sus emociones. Sus pensamientos siguen capturados por sus emociones y su lógica se desprende de la base cerebral primitiva. Todo lo que consigue un intelectual de izquierda es darle forma lógica y teórica a las bajas pasiones con que opera su instinto predador. 

Por todo ello no es nada raro que la izquierda caiga constantemente en paradojas y contradicciones, por lo que se han hecho célebres en el doble discurso, la doble moral, el doble rasero y la hipocresía política. Todo lo definen a su manera y son los campeones del neologismo político conceptual, donde cualquier frase de moda adopta las dimensiones y formas que la izquierda necesita en el momento. Por ejemplo, inclusión social. Hoy por hoy todo tiene el concepto "social" adherido. Así es como se justifica todo. El discurso político empieza a llenarse de palabrería fútil: responsabilidad social, conflicto social, interés social, licencia social, tarifa social, etc. Es cuando hemos llegado al socialismo discursivo que todo lo justifica con la etiqueta "social", como si fuera un conjuro mágico que abre todas las puertas. ¿Quieres regalar algo? ¡Fácil! Inventas una "tarifa social" y ya.

Como se observa, el mundo de la izquierda no tiene nada que ver con el mundo real sino con un mundo de ilusión y fantasía, no se apoya en un conocimiento cabal de la realidad ni en una lógica racional sino en las emociones y sentimientos que emergen dominando los actos y pensamientos que terminan transformados en una "lucha por los ideales". Es por eso que la izquierda suele ser el primer estado mental de una persona en su etapa juvenil. La mayoría de jóvenes abraza el izquierdismo porque considera que la posición correcta es la lucha por el cambio y por los ideales quiméricos. No se puede culpar a los jóvenes por ser de izquierda. Pero llegar a la adultez siendo de izquierda solo revela que mentalmente no se ha madurado un ápice. 

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