Erick Yonatan Flores Serrano*
Instituto Amagi - Huánuco
De cara a las elecciones generales del próximo año, según los resultados de la XIII Encuesta Nacional sobre Percepciones de la Corrupción, estudio que evalúa la preferencia de las personas en temas como poder ciudadano, partidos políticos y las elecciones; el perfil del candidato ideal para los comicios electorales de abril del 2026, gira en torno a valores como la integridad y la honestidad, dejando de lado aspectos como la experiencia, la preparación académica, el equipo y plan de gobierno. Incluso la opción de un candidato nuevo, ajeno al establishment político tradicional, el famoso outsider, ya no parece ser una opción con posibilidades como era hace algún tiempo.
¿Qué lleva a la gente a seguir creyendo que el político, incluso teniendo las cualidades más populares y reclamadas, es un ser ajeno al plano común del resto de mortales?, ¿Acaso una persona “honesta” es garantía de algo en la política? ¿Lo son la preparación, la formación académica, la experiencia? ¿Acaso no es el Perú el único país que ha tenido a uno de los presidentes más preparados de la historia reciente (PPK), en contraste con Castillo, un docente de provincia de quien existen muchas más dudas que certezas sobre su formación y desempeño profesional? Ahora, si bien es cierto que en el aspecto formativo podemos identificar diferencias abismales, ambos expresidentes tienen un grave problema con la justicia del país y no es una simple casualidad.
Con la experiencia de dos periodos como presidente del Perú, Alan García tampoco es un personaje de quien se pueda presumir; el origen “humilde” de Alejandro Toledo, el perfil de “luchador social” del Humala más cuerdo; ninguno de estos elementos les ha servido para poder “caminar derecho”, tal y como decía cierto personaje que -dicho sea de paso- tampoco se lleva muy bien que digamos con la justicia peruana. La casuística es variada y si vamos un poco más a fondo, aterrizando en gobiernos regionales y locales, encontraremos una larga lista de políticos que fueron elegidos por motivos bastante peculiares; pero el denominador común se repite, un drástico y marcado divorcio entre las acciones y el deber ser.
Pero este no es el problema esencial, al fin y al cabo, termina siendo mera anécdota la razón por la que el electorado entrega su confianza. Los resultados tienden a ser los mismos en cada gestión y aquí nada tiene que ver el perfil del político, la raíz del problema está en otro lado. Un mono con un palo hace menos daño que un mono con una metralleta, y más allá de entender el peligro que representa un mono armado, el asunto importante pasa por asumir conciencia sobre los límites que se le puede poner al animal. Sobre la democracia, el tamaño del Estado y la clase política, el razonamiento es el mismo. Mientras más grande sea el tamaño del Estado, la democracia no sirve para otra cosa que para darle más poder al político.
Al fin y al cabo, el dilema de la clase política y su tormentosa relación con la justicia peruana, pareciera ser un problema de valores; sin embargo, antes de discutir sobre qué candidato se ajusta más a nuestras preferencias, lo urgente es analizar si la estructura del Estado peruano permite establecer los límites necesarios al poder de turno. Aquí poco importa si el próximo presidente es Judas Iscariote o el Arcángel Miguel, mientras más pequeña sea el arma del mono, menos daño potencial es al que nos arriesgamos. Es lógica elemental y debiera ser lo primero que el votante debería considerar antes de elegir. Ahora bien, la pregunta de fondo es: ¿hay algún candidato que represente una propuesta relativa a la reducción progresiva del aparato del Estado y el gasto público? La respuesta seguramente nos permitirá evaluar qué tan atrasados estamos en la carrera por vivir en una sociedad libre y de bienestar.
(*) Sociólogo sobreviviente a la sociología tradicional. Conservador entre libertarios y libertario entre conservadores. Políticamente incorrecto y de derecha mientras no haya mejor opción, jamás de izquierda

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