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lunes, 30 de noviembre de 2015

Así es como están las cosas


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

A estas alturas parece obvio que Keiko Fujimori será la próxima presidenta del Perú. Tendría que ocurrir un terremoto para que no entre a la segunda vuelta. Está tan fija en su primer lugar, con tanta ventaja, que ninguno de los otros candidatos se ocupa de ella. Además ¿qué podrían ya decir que no hayan dicho sobre ella? Aburren sus lamentables frases como "la hija del ladrón" o "la hija del dictador" que ya a nadie le causa otro efecto que el rechazo, más aun en tiempos en que se está luchando contra la discriminación y la violencia contra la mujer. El cuco que montaron en el 2011 para hacer ganar a Ollanta Humala ya no asusta. 

Dando por descontado que Keiko pasará a la segunda vuelta, si es que al final no gana en primera, porque cabe también esa posibilidad, está visto que le ganaría a cualquiera en la segunda vuelta. No sería raro que se presentara el escenario de 1985 en que Alan García sacó tanta ventaja en primera vuelta, que Alfonso Barrantes tiró la toalla y desistió de ir a la segunda vuelta. De modo que si las cosas siguen como están, Keiko estará colocándose la banda presidencial en julio, aunque le duela a toda esa plaga de enfermos mentales delirantes del antifujimorismo. 

¿Qué tendría que ocurrir para que Keiko no gane? La única posibilidad es que aparezca de la nada un outsider, una especie de Alberto Fujimori bajándose con su tractor al candidato puntero y seguro, como ocurrió en 1990. Esto es algo que -como ocurrió entonces- no sabremos hasta el último momento. Por eso se llaman outsider, y no porque sale en los medios con su cartel de "outsider" sin partido ni padrinos. Es lo único que podría cambiar el destino que se vislumbra hoy. 

La debacle de los partidos y el triste espectáculo de candidatos enlazados en una pelea de barro, no hace más que hundirlos más en el desprestigio. Alan García no tuvo mejor idea que sacarle en cara a su rival directo, César Acuña, ser un maltratador de mujeres. La respuesta no tardó en llegar recordando que Alan García humilló a su esposa Pilar Nores ante todo el país, reconociendo haber tenido un hijo fuera del matrimonio. A esto hay que sumarle la vocación por el plagio que ha delatado al partido aprista como una plaga de incapaces que, tras 80 años en la política, no pueden armar un plan de gobierno. Es más, deberían solamente actualizarlo. Pero ni eso.

De Toledo es mejor ni ocuparse. No vale la pena desperdiciar una sola linea en ese fantoche. Y en la misma linea está la izquierda en su conjunto, dividida en varios colectores de cuatro gatos. Si hasta el chamán Sergio Tejada quiere ser candidato. Ya con eso nos dicen todo. Claro que la calabacita roja Verónica Mendoza no está muy distante en capacidad mental y experiencia política que Tejada. Pero es lo que hay en la izquierda. Nadie entiende por qué estos brutos no lanzan de candidatos a personajes de talla como Julio Cotler o Salomón Lerner. Hay muchos que podrían ser buenos candidatos en la izquierda en vez de toda esa plaga de mamarrachos que se pelean por el cargo.

Por su parte, los falsos "outsiders" se han desinflado por completo. Ninguno da la talla. Guzmán parecía buen técnico pero como político es más desabrido que ostia dominical. El loquito Claudio Zolla no la hace más que como payasito de campaña. Mejor que vuelva a su manicomio de la fe y siga predicando. Ya hay demasiados fanáticos de la fe metidos en política como para que encima quieran ser presidentes. Ni Ezequiel Ataucusi ni el Pastor Lay lograron atraer al rebaño. Tanto mejor. ¿Saldrá un verdadero outsider? Tendremos que esperar al cierre de inscripciones electorales para saber quiénes están realmente en el partidor y hacer las apuestas. 


jueves, 29 de octubre de 2015

Basta de populismo estatista


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente original: El Montonero

Toda la evidencia histórica y la comprobación fáctica nos indican que el Estado es un desastre en cualquier cosa que haga, sea seguridad, educación o salud. Los modelos políticos estatistas han fracasado en todas partes, incluyendo el Perú. Podemos decir pues que está científicamente probado que el Estado es negligente por naturaleza y que el estatismo lleva al fracaso. Sin embargo, nuestra clase política sigue predicando más Estado, en una actitud populista e irresponsable que solo puede tener explicaciones psicológicas. Ya estamos llenos de organismos públicos y de leyes que le otorgan el control al Estado para solucionar cada problema de la vida y meterse en todos lados, desde las malas universidades hasta los malos partidos políticos. Solo falta que hagan leyes para regular cómo se pide una pizza en el hogar, alegando, por ejemplo, el fortalecimiento de la democracia familiar y la promoción de la conciencia democrática. Nunca falta esta clase de retórica hueca para justificar cualquier despropósito.

Veámoslo de este modo: el Perú sigue una senda de crecimiento sostenido desde hace unos 20 años, que siguieron a 20 años de decadencia sostenida. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Son solo externalidades? ¿Es que al fin aprendimos a elegir buenos gobernantes? Nada de eso. Toda la diferencia entre una época y otra es el rol del Estado. Desde el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), el Estado asumió la dirección de todo. La burocracia decidía cuánto iban a costar el pan, la leche, el azúcar, el aceite, etc. Además, el Estado manejaba empresas en todos los sectores de la economía, desde hoteles y cines hasta supermercados, controlaba a la prensa y regía la vida.

Con ese modelo estatista, sumado a las genialidades de un Alan García en fase de revolucionario antiimperialista, más la acción del terrorismo engendrado por la iluminada izquierda peruana, llegamos a la gran crisis de 1990 que por poco nos saca del mapa. Entonces llegó la Gran Transformación. Alberto Fujimori tuvo el coraje -que es lo primero que hay que tener en la vida- de transformar todo el esquema errático del país de un solo plumazo. Sacó al Estado del rol preponderante que tenía, se eliminaron las empresas públicas y se liberalizó la economía para que sea la realidad del mercado y no los burócratas los que pusieran los precios. Se abrieron las fronteras para competir en el mundo, y el libre comercio nos colocó en la senda del progreso. Estos 20 años de crecimiento continuo son fruto de esos cambios, y así pudimos salir de la crisis, reducir la pobreza y alcanzar bienestar. Pero esto debe seguir porque aun nos falta mucho por delante.

Es el tamaño y el rol del Estado lo que ha determinado si vamos al despeñadero o al crecimiento. No es tanto lo que hace un gobierno. Gracias a las transformaciones estructurales de los 90 el Perú goza por ahora de salud, tanto que puede soportar un mal gobernante sin que le haga mella. Pero hay que tener cuidado y vigilar de cerca el crecimiento del Estado. Poco a poco la demagogia populachera nos está llevando a otorgarle al Estado más y más poder con el mito del "control". Los enemigos de la libertad, que emplean el disfraz de justicieros apelando a una falsa, idílica y utópica "igualdad social", están ansiosos por volver al modelo estatista solo por estupidez ideológica, están locos por hacer su Gran Transformación para volver al pasado funesto de una economía dirigida por burócratas iluminados, donde una plaga de sociólogos hará el “ordenamiento territorial” para determinar dónde se puede hacer minería, qué industrias necesitamos instalar para cumplir el sueño de una “diversificación productiva”, y poner fin al libre comercio para “proteger” nuestra industria nacional. Esta película ya la vimos.

Afortunadamente los desquiciados que pretenden volver al pasado estatista no tienen ninguna aceptación electoral. Pero hay que tener cuidado con los candidatos populacheros y demagogos que dicen “tanto Estado como sea necesario”. Primero que arreglen el desastre que ya es el Estado incompetente y corrupto. Seguimos esperando la reforma del Estado. Y si no pueden, entonces hay que reducirlo antes de que nos siga frenando cada día más. Lo que deben entender todos es que ya no podemos seguir aumentando el Estado. Es hora de reducirlo.

jueves, 30 de abril de 2015

¿Y dónde está la derecha?


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Al inicio de la campaña electoral los astros empiezan a alinearse hacia el “centro-izquierda”, posición favorita de cualquier aspirante político en este país. Todos quieren lucir su lacito de “izquierda” en la solapa y sacar del bolsillo su discurso a favor de los pobres. Nadie dice representar a la derecha, ni siquiera a la “centro-derecha” aplicando la misma fórmula desinfectante. Otros incluso apuestan por un anodino centro. Y esto pese a que un segmento mayoritario de la población prefiere votar por un candidato de derecha, según reciente encuesta, y a pesar de que los pobres ya son una minoría de la población. No obstante, el circo político ofrece la misma función de equilibristas de centro-izquierda tratando de entretener a los pobres. Una vez más constatamos que mientras la realidad cambia, las mentalidades permanecen inamovibles.

Una de las cosas más ridículas de la política peruana es que la derecha no existe oficialmente. Nadie admite ser de derecha. Destacados opinólogos y políticos repiten hasta el aburrimiento que “la democracia necesita de una izquierda bien representada” pero jamás dicen lo mismo de la derecha, como si la democracia solo necesitara de la izquierda para vivir. ¿Y dónde está la derecha? ¿Quién la representa? Si uno mira a la derecha no ve a nadie, está vacía porque todos se han corrido a posar en el centro, empujándose incluso para salir más allá, hacia el lado izquierdo. No sería raro ver a PPK abrazando a Hugo Blanco. Nada es descabellado en la política peruana.

Curiosamente el Perú es el país donde la izquierda está más desprestigiada y donde nunca logró consolidarse institucionalmente. Hoy sigue siendo lo mismo que hace medio siglo: un conglomerado de iluminados hablando de unidad desde su propio tótem. Lo máximo que han logrado es establecer ONGs, que también son las entidades más desprestigiadas y odiadas en el país por su funesto papel en el cambio del relato histórico sobre el terrorismo, el maltrato injusto de militares y su pernicioso rol en los conflictos sociales, que son la nueva forma de "guerra popular contra el Estado", mediante la cual confrontan la ley y al Estado de derecho, reemplazándolos por el asambleísmo popular, en busca de imponer sus posturas con violencia desbordada en lugar de votos. Es lo que siempre hizo la izquierda.

Pero lejos de distanciarse de la izquierda por lo que significa, nuestros políticos insisten en posar como luchadores de izquierda. La situación no deja de ser penosa y hasta ridícula. Políticos cuajados, identificados cabalmente como de derecha, salen disfrazados, cual monas con falditas y labios pintados, para pasar por señoritas de izquierda. Así caen en la trampa de la zurda, que se pasó décadas estigmatizando a la derecha para convencer a todos que ser de izquierda es lo correcto. Ya es hora de revertir esta absurda idea. Toca reivindicar a la derecha.

Necesitamos una derecha libre de complejos y traumas. Quienes deberían vivir con traumas son los de izquierda que nos llevaron al holocausto del terrorismo, y sin embargo salieron libres de polvo y paja gracias al informe de la CVR. La izquierda aún está plenamente identificada con la violencia social. Tampoco hace falta posar en la izquierda para hablar de los pobres, aunque esa no debería ser la base del discurso político. La izquierda ha sido siempre el disfraz y la pose de los demagogos que buscan la imagen de Robin Hood, de luchadores por los pobres y enemigos de los ricos. Tradicional guión político que los candidatos escenifican sobre sus estrados, como aún lo sigue haciendo Ollanta Humala. Son políticos del montón fabricados por costosos asesores de campaña con ideas baratas. Los tiempos ya no están para eso.