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domingo, 6 de abril de 2014

FRANCISCO: ¿AYUDA SU DISCURSO A TERMINAR CON LA POBREZA?


Escrito por: Roberto Cachanosky, Economista

Antes de ir al punto de esta nota, deseo aclarar que soy católico, estudié en un colegio parroquial y luego economía en la UCA. En aquellos años teníamos materias como teología, ética y moral profesional y, por supuesto, doctrina social de la Iglesia en la que veíamos las encíclicas. De manera que algo de las opiniones de los papas sobre economía conozco, aunque tampoco soy un experto, pero sí las estudié.



Ahora bien, soy conciente que a más de un ferviente católico no le agradará esta nota, sin embargo la escribo sabiendo que las declaraciones de Francisco en materia de economía y pobreza son discutibles.

Recordemos que solo cuando el Papa habla ex cathedra, su palabra es inapelable y lo hace cuando se trata de temas de doctrina de fe. También recordemos que fue en el Concilio Vaticano I, en 1870, que se estableció el dogma de infalilibidad papal bajo el argumento que el Papa tiene la asistencia divina. Históricamente se decidió en dicho concilio establecer este principio de la infabilidad del Papa por las divisiones internas que, en esa época, imperaba dentro de  la Iglesia. No sigo profundizando en este tema porque no viene al caso de esta nota.
De lo anterior se desprende que cuando el Papa habla de economía, no habla ex cathedra, es decir, su palabra no es definitiva sino que es opinable, como la de cualquier católico o no católico. En consecuencia, sus afirmaciones sobre la pobreza pueden estar equivocadas al punto, y aquí alguien puede escandalizarse, que sus dichos pueden generar, por error, más pobreza, exclusión y hasta autoritarismo.

En su encíclica EVANGELII GAUDIUM, Francisco afirma: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”
En primer lugar Francisco se equivoca de medio a medio cuando afirma que la libertad de mercado no favorece a los más pobres y jamás ha sido confirmada en los hechos, porque hay toneladas de estudios, libros y ensayos que muestran que a más libertad económica mejor nivel de vida de la población y menos pobreza. Si alguien le acercara al Papa el libro de Mancur Olson, Auge y Decadencia de las Naciones, podría verificar el error de su afirmación.

No fue el plan Marshall el que sacó de las ruinas a la destruida Alemania de post guerra, sino el coraje de Adenauer y Ludwig Erhard que impulsaron una economía de mercado enfrentando a las fuerzas aliadas de ocupación que seguían con la cantinela de las regulaciones y cartas de racionamiento.
Otro libro para ser revisado es Bienestar para Todos, de Luwig Erhard, en el que detalla cómo fue liberando la economía alemana hasta su reconstrucción total que luego fue conocido como el milagro alemán. No hubo tal milagro, hubo una economía de mercado sustentada por sólidas instituciones que estimulaban el espíritu emprendedor de los alemanes.
No fue que se construyó el muro de Berlín para que los alemanes occidentales no entraran en masa al paraíso socialista de la distribución de la riqueza, sino que los socialistas lo construyeron para encarcelar a los alemanes orientales que querían escapar de la atroz dictadura socialista y la pobreza en que vivían.

Y bueno es recordar también que Juan Pablo II contribuyó, con su coraje, a derribar ese muro de la vergüenza cuando abiertamente apoyó al sindicato Solidaridad que luchaba contra la opresión del paraíso socialista, en el que se suponía que unos pocos burócratas tenían el monopolio de la bondad y distribuían equitativamente la riqueza. Más bien tenían el monopolio de la represión hasta niveles salvajes.
Por citar otro ejemplo, los famosos balseros que se animaban a escapar de la opresión de Fidel Castro, no eran turistas apurados que habían perdido el avión. Era gente que quería respirar aire de libertad y arriesgaba su vida en precarias embarcaciones para llegar al continente.

Los excluidos de los que habla Francisco son excluidos porque el intervencionismo estatal, que parece propugnar, no solo traba la producción, sino que además desestimula las inversiones, la creación de nuevos puestos de trabajo y mejor remunerados gracias al aumento de la productividad. Arriesgando aún más mis diferencias económicas con el pensamiento de Francisco, diría que hasta existen visiones morales diferentes. Mientras Francisco cree que los pobres tienen que ser asistidos por el Estado, yo creo que es moralmente superior crear las condiciones institucionales y la libertad de mercado para que cada ser humano tenga la dignidad de mantener a su familia del fruto de su trabajo y no de la dádiva del puntero de turno. ¿Acaso, no ya Francisco, sino Bergoglio no ha visto cómo denigran a la gente en Argentina con el clientelismo político? ¿Quién genera la pobreza, las empresas o un sistema intervencionista y redistributivo que destruye la producción  y los puestos de trabajo? ¿No ha visto Bergoglio, hoy Francisco, el exponencial crecimiento de la corrupción estatal, el crecimiento exponencial de las villas de emergencia y la pobreza que ha generado ese intervencionismo económico que impulsa? ¿No recuerda la destrucción económica ejecutada por Moreno, el soldado de la causa? ¿O Francisco va a afirmar que en estos 10 años de destrucción económica, escándalos de corrupción y aniquilamiento de valores como la cultura del trabajo fueron obra de ese malvado libre mercado?

El mercado es un proceso donde pacíficamente la gente intercambia los bienes que producen. Nadie se apropia de lo que no le corresponde. En esa economía de mercado que Francisco denuncia como perjudicial, el empresario tiene que ganarse el favor del consumidor produciendo los bienes y servicios que la gente necesita. Para que el empresario pueda progresar tiene que previamente hacer progresar a sus semejantes. En las economías intervencionistas son los burócratas los que deciden por la gente ganadores y perdedores y encima son el caldo de cultivo para que la corrupción florezca otorgando privilegios, proteccionismo y demás prebendas que, justamente, hacen que unos pocos generen fortunas a costa del resto de la población. Esa concentración de la riqueza que denuncia en la encíclica.
¿No ha visto Francisco el fenomenal crecimiento patrimonial de ex empleados bancarios y choferes gracias a los oscuros negocios del intervencionismo estatal? A no equivocarse, sus palabras podrán estar inspiradas en la bondad, pero los resultados son más desigualdad, escandalosa corrupción y retraso económico. ¿No es eso lo que debe condenar moralmente la Iglesia?
¿No es el autoritarismo creciente, el apriete a empresarios, periodistas, economistas y cuanta persona opine diferente al todo poderoso Estado lo que debe condenarse sin miramientos?

Por otro lado, llama la atención que habiendo sido la Iglesia una de las instituciones que en el pasado mucho hizo por la educación y, sobre todo con la creación de talleres donde se enseñaban oficios (carpintería, electricidad, etc.) para que los jóvenes pudieran encontrar su salida laboral, hoy pretenda transferirle esa tarea al Estado. En todo caso la gente es mucho más solidaria que la dirigencia política, que lucra con la pobreza porque es su negocio electoral.
El tema da para largo, pero me parece que Francisco contribuiría mucho a terminar con la pobreza, la corrupción, el avasallamiento de las libertades individuales, si comprendiera que la libertad económica es un imperativo moral que debería apoyar en vez de criticarlo. Impulsar al todo poderoso Estado, no solo es ineficiente desde el punto de vista económico, sino que, además, moralmente reprochable por la corrupción y la exclusión social que genera al expulsar del mercado laboral a millones de personas.

Bergoglio ha visto como en nuestro país, en la última década, han proliferado en cantidades industriales los planes “sociales” y sin embargo hay una pobreza e indigencia que escandalizan.
Guste o no, para terminar con la pobreza hace falta un sistema económico de libre mercado con instituciones sólidas. En cuanto a la solidaridad, eso es algo que tiene que ejercer cada uno de acuerdo a su conciencia. Poner la solidaridad en manos de los políticos es como dejar al pajarito al cuidado del gato.
En definitiva, imagino que con esta nota me he ganado un montón de enemigos pero les recuerdo que, cuando el Papa habla de economía, no habla ex cathedra. Es solo una opinión y por lo tanto para el debate.

jueves, 1 de agosto de 2013

Milton Friedman y su defensa de la libertad


En la medida en que las disparidades que se derivan de un monopolio y de otras imperfecciones del mercado se pudieran reducir, nos acercaríamos más al mercado libre ideal. Pero hay que reconocer que inclusive un mercado libre ideal es perfectamente coherente con una gran desigualdad, por lo menos en teoría. Fuera de la caridad individual, no hay forma de eliminar esas desigualdades de riqueza que permanecerían inclusive en un mercado libre ideal, excepto mediante la interferencia con la libertad de los más ricos. Es una observación banal, aunque desagradable, que la libertad y el igualitarismo pueden ser objetivos contradictorios, en teoría. 

Afortunadamente, en la práctica, han demostrado que no lo son. Históricamente, un mercado libre ha producido menos desigualdad, una distribución de la riqueza más amplia, y menos pobreza que cualquier otra forma de organización económica. Hay menos desigualdad en los países capitalistas avanzados, como Estados Unidos, que en países subdesarrollados como la India. 

Aunque la escasez de la información hace difícil estar seguro, también parece haber menos desigualdad en los países capitalistas en general que en los colectivistas como Rusia y China. Aunque en principio las sociedades colectivistas pudieran haber conseguido una mayor igualdad, sacrificando la producción total de los bienes por parte del Estado, no lo han hecho. Ni siquiera lo han intentado. 

Por supuesto, la existencia de un mercado libre no elimina la necesidad de un gobierno. Por el contrario, el gobierno es esencial como foro para determinar “las reglas del juego” y como árbitro para aplicar las reglas que se decidan. Lo que el mercado hace es reducir mucho el espectro de problemas que hay que decidir políticamente y, por consiguiente, minimiza la medida en la que el gobierno tiene que participar directamente en el juego. La gran ventaja del libre mercado consiste en que permite una gran diversidad del poder de decisión. En términos políticos es un sistema de representación proporcional. Cada persona puede votar, por decirlo así, por lo que quiere y conseguirlo. No necesita saber qué quiere la mayoría y luego, si resulta estar en la minoría, tener que someterse.

Capitalismo y Libertad

domingo, 14 de octubre de 2012

Liberales, socialconfusos y neosocialistas


Pablo Quintanilla, el filósofo PUCP que saltó a la fama al disertar sobre el concepto "caviar", calificando de ignorante a todo aquel que lo emplea, hoy es una de las estrellas del Diario Chicha16 donde sigue conmoviendo a sus discípulos de cuando en cuando. Hace poco se atrevió a pontificar sobre liberalismo en el mismo estilo basado en el empleo del sancochado criollo como sustento de la alta cocina académica. El título era "¿Cuáles liberales?" y allí nos revela una vez más el grado de confusión reinante en estos sectores de intelectuales PUCP aquejados por un esnobismo literario cada vez más intenso. No tuvimos tiempo de confrontar esa disparatada columna pero es menester hacerlo. 

Hoy parece que todos quieren ser liberales. Ya ha pasado de moda ser socialista, comunista o marxista, que era el sueño de todo académico snob hasta hace solo un par de décadas. Todavía sigue vigente declararse de izquierda o incluso "progresista". Aunque los progresistas están más congelados que pavo en navidad. Otros prefieren definirse con la ridícula etiqueta de "liberal de izquierda". Pero más allá de las etiquetas y los ropajes con que se recubren estos travestis de la polìtica, es necesario aclarar los embrollos conceptuales que perpetran en su afán de defender su socialismo camuflado. 

Pablo Quintanilla fabrica una ensalada retórica para acabar defendiendo en última instancia la intervención del Estado en la vida social. Y dice que eso es ser liberal. Miente citando mal a Locke cuando asegura que este pide la intervención del Estado en defensa de los derechos, cuando lo que hace Locke es apartar al Estado, especialmente de la vida religiosa de los ciudadanos. Quintanilla ataca encarnizadamente al mercado clamando la regulación del Estado y asegura que eso es ser liberal. Dice textualmente y sin descaro: "Para un liberal, si el abuso de alguno de los derechos mencionados amenaza a los otros, el Estado debe intervenir". Pero a continuación se contradice cuando escribe que "El liberalismo surgió para fortalecer la autonomía de las personas de modo que sean estas y no el Estado quienes elijan el tipo de vida que deben vivir". ¿Entonces como es? ¿El Estado debe o no debe intervenir? Hay que ser claros.

Quintanilla mezcla confusamente los peligros que para él constituyen el Estado y el mercado. Pero al final se declara a favor de que el Estado determine todo. O sea, después de tanta retórica inútil acaba en el mismo punto de todo socialista. Podría haberse ahorrado toda la palabrería y afirmar directamente lo que quiere decir al final: que el Estado lo resuelva todo, e incluso ¡garantice los derechos de las personas! Lo cual constituye el mayor ejemplo de estupidez política, pues equivale a pedirle al zorro que cuide de las gallinas. Así dice este filósofo "Por ejemplo, si la libertad de propiedad (el mercado) genera una concentración de poder que amenaza a los otros derechos individuales, el Estado debe actuar". Esto no es liberalismo por ningún lado. Se llama estatismo, socialismo del siglo XXI, neocojudez, lo que sea, pero no es liberalismo. El Estado es como un dique: basta que se le abra una compuerta para que se desborde inundándolo todo y ahogando en primer lugar las libertades.

Quintanilla se escusa afirmando que el liberal debe serlo en lo económico, lo político e ideológico, y critica a quienes sólo defienden un liberalismo económico "como si estos fueran separables". ¡Claro que no lo son! Por eso mismo no se entiende por qué él se empeña en separar el mercado de la sociedad, como si fueran dos instancias distintas o dos universos paralelos. Alguien debería explicarle a nuestro filósofo que sociedad y mercado son exactamente lo mismo, visto desde diferentes ángulos. Permitir que el Estado intervenga en el mercado es dejar que sea este "y no los individuos quienes elijan el tipo de vida que deben vivir". Quintanilla se contradice en cada linea precisamente porque separa mercado y sociedad. El individuo es el mismo consumidor y agente de mercado. Es el individuo el que con su poder de decisión y compra determina las tendencias del mercado. No se puede defender la sociedad y atacar el mercado sin caer en contradicción. 

Muchos socialistas del ayer disfrazados hoy de "liberales de izquierda" justifican la intervención del Estado en el mercado con la escusa de proteger a los más débiles. Pero invariablemente lo que terminan haciendo es perjudicar a todos. La tentación paternalista del Estado es dañina porque pervierte la evolución natural de los procesos económicos llevándolas por un cauce artificial. Eso no funciona. Nunca ha funcionado.

Más allá de los principios doctrinales del liberalismo, e incluso del socialismo, en el Perú ya deberíamos haber aprendido lo nefasto que resulta el Estado. Tenemos un Estado mal manejado, siempre repleto de advenedizos del partido de turno, plagado de ignorantes, corruptos e irresponsables. Carecemos de vida institucional, no tenemos políticas de Estado y en cada gobierno se improvisa todo de nuevo. El Estado es incapaz de proveer los servicios más elementales como seguridad y educación. No puede ni manejar los penales. Proponer que ese Estado intervenga en el control del mercado para imponer una especie de "justicia económica" no es ser liberal. Ni siquiera es ser socialista. Es ser un simple idiota de la política.

Debemos evitar lo más que se pueda la intervención del Estado. Más bien es hora de quitarle atribuciones para salir del despeñadero al que hemos llegado en la educación. ¿Qué estamos esperando? Lo mejor es, como ha dicho el mismo Quintanilla en medio de su confuso artículo, fortalecer al individuo y a la sociedad. Esto se consigue apoyando las formas sociales organizadas, como, por ejemplo, asociaciones de usuarios y consumidores. El mercado debe autorregularse a través del equilibrio de sus propias fuerzas, a través del entendimiento directo entre productores y consumidores. Lo mejor que el Estado puede hacer es promover y fortalecer estas organizaciones civiles dotándolas de prerrogativas legales para que sean ellos mismos los que resuelvan sus asuntos, tal como se hace con los sindicatos laborales y las asociaciones de padres de familia. Hay que entender que el Estado no es un dios que puede estar presente en todos lados para aplicar fórmulas mágicas. El Estado peruano es todo lo contrario: es la encarnación del mal. Creer que el Estado es la gran solución es tan solo la fantasía política de un sector de intelectuales intoxicados que nunca despegan las narices de los libros.

Lo que en realidad leemos en el discurso de muchos columnistas es un estatismo ramplón apenas asolapado, un añorado y recóndito socialismo, un encono irracional y un trauma doloroso contra el capitalismo que hoy se disfraza como condena al mercado. Parece que acá ya nadie quiere mostrar su carnet de comunista o socialista del siglo XXI. Prefieren la etiqueta "liberal" al estilo norteamericano. Han cambiado a Marx por Locke o Mises. Se hacen llamar "liberales de izquierda" y apelan aun discurso socialconfuso que es una especie de arroz con mango, lleno de citas y autores, pero ajenos a toda realidad y pragmatismo. No han aprendido nada de la experiencia ni de la historia.

Debemos condenar a todos los que en estos tiempos aún sigan pidiendo la intervención del Estado. En cada uno de ellos hay un totalitario escondido. Llaman al Estado para regular la vida de las personas de algún modo. A veces para imponer determinadas pautas morales propias de ciertas creencias religiosas, a veces para imponer prohibiciones según éticas de otra índole, obligando a la sociedad a vivir de acuerdo a sus normas, creencias, gustos y visiones. Quintanilla nos ofrece un típico ejemplo de miseria e hipocresía intelectual al condenar a quienes usan las leyes para imponer su moral, pero clamando al mismo tiempo por la intervención del Estado en el mercado (sociedad) y, peor aún, ¡para proteger los derechos humanos! Parece que Quintanilla ignora que es precisamente el Estado el principal violador de los DDHH. Justamente por eso nació el liberalismo: ¡para defender al individuo del Estado!