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miércoles, 31 de marzo de 2021

La ensalada provida de Agustín Laje

 


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

“¿Cuándo empieza la vida?” pregunta el agudo polemista Agustín Laje. “Dime: ¿cuándo empieza la vida?” insiste y arrincona a su oponente, la libertaria Gloria Alvarez. “¿Acaso no empieza en la concepción?” inquiere impetuoso el defensor de la vida. “¡Quiero que me respondas a eso!” gruñe Agustín y luego añade con total convicción: “toda mi argumentación girará en torno a la ciencia, la biología, la embriología y la genética, además de la filosofía y la metafísica”. Luego espera ansioso y con aires de triunfo asegurado la respuesta de su oponente.

Aunque lo parezca, obviamente esto no es un debate científico. No existen esta clase de debates en la ciencia. Y aunque muchas disciplinas científicas parecen estar comprometidas en la polémica, ninguna tiene nada que decir sobre el tema real del debate que es el aborto. ¿A qué viene entonces toda esta ensalada argumentativa? Es un artificio retórico para confundir al oponente y al auditorio apelando a la falacia de autoridad mediante la manipulación de la ciencia. Pero lo cierto es que ninguna de las ciencias aludidas dice absolutamente nada sobre el aborto.

El polemista provida argumenta a su manera tratando de hacer escarnio y burla de su oponente. Es un ilusionista del verso que mediante artimañas retóricas es capaz de transfigurar un cigoto en un "ser humano autónomo", luego en "persona humana" y enseguida en "sujeto de derechos", afirmando finalmente que "el aborto es un asesinato". Más aún: "el asesinato de un ser inocente". Ha saltado como un grillo desde la embriología a la genética, para dar un triple mortal girando en el aire hacia la filosofía, y en maniobra veloz llegar hasta la política y deslizarse rápidamente al Derecho y terminar en la esquina de la moral. Maniobra impresionante para convencer al auditorio de su trascendental verdad.

Sus seguidores aplauden extasiados afirmando que el filósofo provida venció sustentado nada más que en la ciencia, sin apelar a la religión en ningún instante. Aclaración necesaria habida cuenta de que el susodicho, Agustín Laje, es miembro de una cofradía de fe, y que la causa provida es -en su esencia pura- una causa de fe, promovida y financiada por la iglesia católica y otras confesiones cristianas, y sustentada básicamente en la Biblia y encíclicas papales. No obstante, semejante proeza retórica del filósofo provida apeló a una arrogante “argumentación científica, filosófica y metafísica” para determinar que las niñas violadas deben parir a sus hijos, y para despojar a la mujer de toda capacidad de decisión sobre su propio cuerpo, vida y destino como mujer y persona humana. Hasta un cigoto tiene más derechos y prerrogativas que una mujer, según la visión provida. Pero vayamos a la verdad.

No es la primera vez que se invoca a la ciencia para justificar proyectos totalitarios. Hasta la segregación racial se justificó mediante argumentación científica. Está de moda en estos días, pero en otros tiempos se invocaba la Biblia para defender la esclavitud y hasta los abusos contra los negros. No son pocos los que aun desglosan versículos bíblicos para amparar la segregación de los homosexuales y la sumisión de la mujer ante el hombre. Sin embargo, nada es más efectivo hoy que invocar a la ciencia. Aunque sea de cualquier manera. ¿Quién lo va a notar? ¿Dice la embriología que la mujer no puede interrumpir su gestación? ¿Asegura la genética que el ADN otorga derechos de ciudadanía? ¿Afirma la Biología que el embrión es persona humana? No. Nada de eso dice.

Todo ese artificio discursivo es solo fanfarronada y charlatanería destinada a ocultar las originales razones de la causa provida, que no tiene nada que ver con la vida sino con la mujer. Es la mujer el verdadero objetivo del acoso y persecución moral del cristianismo por ser la pecadora, la culpable de la desgracia de la humanidad al desobedecer al Creador en el Paraíso. Es la incitadora del pecado de la carne y la lujuria. Es la tentación demoniaca que lleva a los hombres a la perdición, pues obnubila su pensamiento haciéndole perder su santidad y su devoción por Dios. La única mujer digna es la mujer virgen. Si fue mancillada por el sucio pecado del sexo, lo único que puede devolverla a la gracia del Señor es la maternidad. La única razón bíblica de la mujer es acompañar y servir al hombre y procrear sus hijos. Es la voluntad de Dios y el sentido de su gloriosa creación. Nadie puede osar cambiar ese designio divino. Así es como piensa toda la cofradía provida. Su causa es una misión de fe: hacer que la mujer cumpla el designio divino: parir con dolor.

Pero es más prudente en estos días intentar una argumentación científica para negarle a la mujer su independencia y autonomía, para impedir que haga de su vida lo que quiera, para evitar que pueda controlar su maternidad y -más aun- su sexualidad. Y nada mejor que disfrazar esta cruzada de fe y toda esta misoginia histérica como un noble interés por la vida. Aunque los únicos embriones que le preocupan a los provida son los que están en el útero de la mujer, no los miles de embriones congelados en laboratorios y que son eventualmente desechados. La moderna idolatría del “no nacido” devuelve a la mujer a su segundo plano, a su rol accesorio. Incluso la invisibiliza totalmente. No existe. No tiene derecho a nada, salvo a parir y cumplir con su misión divina. 

No es casual ni gratuito que las feministas hayan identificado a la iglesia católica como el principal símbolo de la opresión cultural de la mujer. Los conservadores creen que se trata de una “guerra cultural”. Puede ser, pero lo cierto es que no todos los aspectos anacrónicos de nuestra cultura son defendibles, ni apelando a la Biblia ni comprometiendo falazmente a la ciencia.


viernes, 12 de junio de 2015

El aborto en blanco y negro


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La discusión sobre la despenalización del aborto ha caído a niveles de vergüenza en el Congreso, donde solo se escuchan prejuicios, creencias, dogmas y consignas. Incluso quienes defienden la norma carecen de recursos y pierden la perspectiva. Es el nivel de los políticos que ingresan al Congreso gracias a su perfil de ayayeros, deportistas, comentaristas o como parte de una logia de fanáticos de la fe, en lugar de mostrar cualidades intelectuales y trayectoria política.

Para empezar, considero que el proyecto está mal planteado, pues se pide despenalizar el aborto solo en casos de violación. Claro que eso parece lógico, uno puede pensar que al menos eso podría conseguirse en un país donde la cucufatería predomina hasta en las esferas del Estado. Pero no es así, dado que resulta muy difícil probar una violación y es muy fácil acusar a alguien de violación. Peor aun, en muchos casos no hay denuncia por diversos motivos, como la amenaza. De manera que hubiera sido más simple y realista plantear directamente la despenalización total del aborto, habida cuenta que en los hechos ya lo está. ¿O hay alguien condenado por ese delito?

Lo que habría que pedir es la sinceración de las leyes. No podemos tener una legislación de espaldas a la realidad, que además de no aplicarse acaba siendo contraproducente porque afecta a muchas mujeres, como es fácil comprobarlo mediante las cifras oficiales del MINSA, provocando la precarización de la vida y la degradación de la sociedad. Estas debieran ser suficientes razones para despenalizar el aborto y permitir que el Estado se haga cargo de un problema social, si la gente actuara con sentido de la realidad antes que acatando consignas sometido a dogmas y creencias.

Desde un punto de vista liberal no se puede tolerar que el Estado se arrogue el derecho de decidir por las personas, y menos cuando tal decisión afecta a la propia persona. Resulta condenable que se le obligue a la mujer a ser madre cuando no puede o no quiere por diversas razones, como el embarazo por violación, algo tan cotidiano en nuestra realidad social. No se puede traer seres al mundo por una borrachera o un acto de irresponsabilidad. Las personas no son animales para que lleguen al mundo de cualquier manera. No se trata solamente de la vida, como reclaman a gritos los fanáticos. Se trata de personas que serán parte de una familia y de una sociedad. Esa decisión solo debe depender de la mujer. El Estado no puede imponerse sobre la voluntad de las mujeres obligándolas a ser madres como sea, en medio de su adolescencia, la orfandad o la miseria, y menos empleando como pretexto la ética desde una visión meramente biologista y maniquea, disfrazada de postura científica, cuando sabemos claramente que detrás solo hay consignas de fe dictadas por la Iglesia.

Como liberales tampoco podemos defender leyes prohibicionistas, dado que la mayoría de ellas solo traen funestas consecuencias como la informalidad. Casi siempre resulta que al final la mayor parte de la vida acaba fuera de la ley, y eso es un absurdo. Es precisamente lo que ocurre con la penalización del aborto: se producen aunque sean ilegales. Las leyes prohibicionistas casi nunca funcionan. Obedecen a fundamentalismos bienintencionados basados en dogmas ya sean de izquierda o de la ultra derecha conservadora religiosa. Pretenden defender principios que los demás no comparten o imponer formas de vida como si tuvieran el poder de mandar en las decisiones de las personas. La legislación no se puede sustentar en la utopía o el dogmatismo, y menos aun cuando la realidad empieza a degradarse por culpa de esas leyes. No hay mejor ejemplo que la prohibición del alcohol en los EEUU a principios del siglo pasado.

El aspecto más ridículo de esta discusión es la referencia a la ciencia. Estamos en un país fuertemente sometido al pensamiento colonial y medieval de la iglesia católica y de otras confesiones cristianas, y muy pocos tienen acceso a una racionalidad científica. Menos aun aquellos que niegan la evolución pero invocan la ciencia para defender la vida del no nacido. Está demás que hablemos de ciencia porque esta discusión va más allá de los hechos biológicos puros. Se trata más de una perspectiva cultural donde se confrontan valores y prioridades sociales. Desde esta perspectiva no podemos conceder calidad de "persona humana" a un embrión desarrollándose en el cuerpo de una mujer para darle supremacía por sobre la propia mujer. Eso es un extremismo absolutista y dogmático. Dejemos la payasada de invocar a la ciencia para llamar "inocente niño" a un embrión.

Evidentemente la defensa cerrada de la vida por la vida no tiene nada de científico. Se trata de un dogma de fe según el cual solo Dios puede dar y quitar la vida. Es decir, la vida es sagrada y solo por eso se idolatra al no nacido. Frente a esa posición es imposible plantear razones. A los fanáticos de la fe no les entran razones. Ellos apelan a subterfugios, manipulan la ciencia, apelan a la mentira y la manipulación mostrando imágenes de fetos de 9 meses como si eso fuera lo que se aborta, o incluso fetos sangrantes; llaman asesinato y genocidio al aborto y arman todo un escándalo para defender una abstracción, ajenos totalmente a la precariedad de la vida real evidenciada en las cifras de muertes maternas del Ministerio de Salud. Es la idolatría del no nacido a cambio del desprecio de la mujer y de sus derechos como persona, y de la realidad que afrontan.

También es ridículo apelar a las leyes para oponerse a los cambios porque precisamente se trata de cambiar esas leyes que han resultado ser malas. No se puede legislar sobre huevos asumiendo que son pollos. La Constitución dice que el concebido es sujeto de derecho en todo lo que le favorece. Habría entonces que preguntar si le favorece nacer en la orfandad, sin padre ni madre y para ser donado, en el mejor de los casos, o para vivir en la indigencia y la miseria. Cuando se trata de las adopciones por parejas gays, los profamilia alegan que no se puede decidir por los niños y que estos tienen el derecho de tener un padre y una madre y una familia natural, pero luego deciden por los no nacidos sin importarles adónde terminarán, o cerrando los ojos a la cruda realidad.

Finalmente no se trata de apoyar a la mujer o al no nacido sino de resolver un problema social existente. No es un lío entre feministas y adoradores del feto, que es la caricatura en que ha terminado este lío. Se trata de dejar en libertad a la mujer, quien debería ser la única en decidir según su propia circunstancia. Hay que dejarla decidir porque sabemos que las personas deciden siempre lo mejor para si mismas y los suyos, y que la suma de buenas decisiones forma mejores sociedades. Guardemos los dogmas de batalla. Acatemos los datos de la realidad. Es inconcebible que la ley quite libertad a las mujeres y las obligue a un destino de vida que no quieren tener. Es un acto de prepotencia y abuso que solo es dable en una sociedad sometida al totalitarismo de la fe, sumergida en el fetichismo religioso y al pensamiento único que irradia la Iglesia mediante sus acólitos y soldados en cruzada permanente. Hay que hacer un esfuerzo supremo por defender al Estado laico.