Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
“¿Cuándo empieza la vida?” pregunta el agudo polemista Agustín Laje. “Dime: ¿cuándo empieza la vida?” insiste y arrincona a su oponente, la libertaria Gloria Alvarez. “¿Acaso no empieza en la concepción?” inquiere impetuoso el defensor de la vida. “¡Quiero que me respondas a eso!” gruñe Agustín y luego añade con total convicción: “toda mi argumentación girará en torno a la ciencia, la biología, la embriología y la genética, además de la filosofía y la metafísica”. Luego espera ansioso y con aires de triunfo asegurado la respuesta de su oponente.
Aunque lo parezca, obviamente esto no es un debate científico. No existen esta clase de debates en la ciencia. Y aunque muchas disciplinas científicas parecen estar comprometidas en la polémica, ninguna tiene nada que decir sobre el tema real del debate que es el aborto. ¿A qué viene entonces toda esta ensalada argumentativa? Es un artificio retórico para confundir al oponente y al auditorio apelando a la falacia de autoridad mediante la manipulación de la ciencia. Pero lo cierto es que ninguna de las ciencias aludidas dice absolutamente nada sobre el aborto.
El polemista provida argumenta a su manera tratando de hacer escarnio y burla de su oponente. Es un ilusionista del verso que mediante artimañas retóricas es capaz de transfigurar un cigoto en un "ser humano autónomo", luego en "persona humana" y enseguida en "sujeto de derechos", afirmando finalmente que "el aborto es un asesinato". Más aún: "el asesinato de un ser inocente". Ha saltado como un grillo desde la embriología a la genética, para dar un triple mortal girando en el aire hacia la filosofía, y en maniobra veloz llegar hasta la política y deslizarse rápidamente al Derecho y terminar en la esquina de la moral. Maniobra impresionante para convencer al auditorio de su trascendental verdad.
Sus seguidores aplauden extasiados afirmando que el filósofo provida venció sustentado nada más que en la ciencia, sin apelar a la religión en ningún instante. Aclaración necesaria habida cuenta de que el susodicho, Agustín Laje, es miembro de una cofradía de fe, y que la causa provida es -en su esencia pura- una causa de fe, promovida y financiada por la iglesia católica y otras confesiones cristianas, y sustentada básicamente en la Biblia y encíclicas papales. No obstante, semejante proeza retórica del filósofo provida apeló a una arrogante “argumentación científica, filosófica y metafísica” para determinar que las niñas violadas deben parir a sus hijos, y para despojar a la mujer de toda capacidad de decisión sobre su propio cuerpo, vida y destino como mujer y persona humana. Hasta un cigoto tiene más derechos y prerrogativas que una mujer, según la visión provida. Pero vayamos a la verdad.
No es la primera vez que se invoca a la ciencia para justificar proyectos totalitarios. Hasta la segregación racial se justificó mediante argumentación científica. Está de moda en estos días, pero en otros tiempos se invocaba la Biblia para defender la esclavitud y hasta los abusos contra los negros. No son pocos los que aun desglosan versículos bíblicos para amparar la segregación de los homosexuales y la sumisión de la mujer ante el hombre. Sin embargo, nada es más efectivo hoy que invocar a la ciencia. Aunque sea de cualquier manera. ¿Quién lo va a notar? ¿Dice la embriología que la mujer no puede interrumpir su gestación? ¿Asegura la genética que el ADN otorga derechos de ciudadanía? ¿Afirma la Biología que el embrión es persona humana? No. Nada de eso dice.
Todo ese artificio discursivo es solo fanfarronada y charlatanería destinada a ocultar las originales razones de la causa provida, que no tiene nada que ver con la vida sino con la mujer. Es la mujer el verdadero objetivo del acoso y persecución moral del cristianismo por ser la pecadora, la culpable de la desgracia de la humanidad al desobedecer al Creador en el Paraíso. Es la incitadora del pecado de la carne y la lujuria. Es la tentación demoniaca que lleva a los hombres a la perdición, pues obnubila su pensamiento haciéndole perder su santidad y su devoción por Dios. La única mujer digna es la mujer virgen. Si fue mancillada por el sucio pecado del sexo, lo único que puede devolverla a la gracia del Señor es la maternidad. La única razón bíblica de la mujer es acompañar y servir al hombre y procrear sus hijos. Es la voluntad de Dios y el sentido de su gloriosa creación. Nadie puede osar cambiar ese designio divino. Así es como piensa toda la cofradía provida. Su causa es una misión de fe: hacer que la mujer cumpla el designio divino: parir con dolor.
Pero es más prudente en estos días intentar una argumentación científica para negarle a la mujer su independencia y autonomía, para impedir que haga de su vida lo que quiera, para evitar que pueda controlar su maternidad y -más aun- su sexualidad. Y nada mejor que disfrazar esta cruzada de fe y toda esta misoginia histérica como un noble interés por la vida. Aunque los únicos embriones que le preocupan a los provida son los que están en el útero de la mujer, no los miles de embriones congelados en laboratorios y que son eventualmente desechados. La moderna idolatría del “no nacido” devuelve a la mujer a su segundo plano, a su rol accesorio. Incluso la invisibiliza totalmente. No existe. No tiene derecho a nada, salvo a parir y cumplir con su misión divina.
No es casual ni gratuito que las feministas hayan identificado a la iglesia católica como el principal símbolo de la opresión cultural de la mujer. Los conservadores creen que se trata de una “guerra cultural”. Puede ser, pero lo cierto es que no todos los aspectos anacrónicos de nuestra cultura son defendibles, ni apelando a la Biblia ni comprometiendo falazmente a la ciencia.