lunes, 17 de noviembre de 2025

La Generación Z y el cálculo de la izquierda

 

Erick Yonatan Flores Serrano
Instituto Amagi - Huánuco


Es evidente que en nuestra sociedad hay algo podrido desde hace mucho tiempo. La experiencia no ha dejado de enseñarnos las lecciones políticas que deberían de bastar para comenzar a hacer las cosas bien o -por lo menos- no seguir tomando malas decisiones; pero la realidad supera cualquier relato.

Las marchas de la tristemente célebre “Generación Z”, por ejemplo, se siguen convocando y por más que algunas de sus voces más sensatas han tratado de marcar distancia de algunos personajes cuestionables lamentablemente no han tenido éxito. Uno debe de preguntarse por qué los jóvenes siguen marchando al lado de gente como Verónica Mendoza, Sigrid Bazán, acompañados del grupete de actores amigos íntimos de la corrupción de la ex alcaldesa de Lima Susana Villarán, gente sin la más básica noción de lo que significa la moral y principios. Porque no puedes pegar el grito al cielo contra la corrupción y caminar al lado de Mónica Sánchez, quien salió en los medios lavando la bandera al lado de Susana Villarán.

No puedes secuestrar las calles de la ciudad para exigirle al Estado que haga algo contra la criminalidad y simpatizar con Susel Paredes, personaje que votó en contra de la ley contra la extorsión y el sicariato, propuesta presentada por el ejecutivo y finalmente aprobada por el congreso a fines del mes pasado. No te puede indignar la muerte de más de un centenar de peruanos en lo que va del año y caminar de la mano de la congresista que votó en contra de declarar al Tren de Aragua como una organización criminal. Sencillamente no es coherente.

En la misma línea, Rosa María Palacios no puede ser tu vaca sagrada cuando hoy se indigna por Betsy Chávez y advierte calamidades si es que el Estado peruano no entrega el salvoconducto de su asilo, cuando ayer levantaba su voz en contra cuando Alan García solicitaba el mismo beneficio al Estado uruguayo. Y en este punto nadie está hablando de la legitimidad del mecanismo sino de su instrumentalización política para darle forma a un relato donde el Estado mafioso persigue a los luchadores sociales que sólo buscan el “bienestar del pueblo”.

Por otro lado, durante las manifestaciones, también vemos que los jóvenes gritan ardorosos: “¡Cambio de constitución!”, “¡Fujimori nunca más!”, etc.; sin comprender en lo más mínimo que si en la historia no hubiera existido un Alberto Fujimori (con aciertos y desaciertos), seguramente estos muchachos no estarían usando su hashtag para publicar su desacuerdo con el gobierno, sus estrés porque la vida no es justa, sus crisis existenciales posmodernas, etc.; mucho menos estarían en las calles porque no hay que ser adivinos para entender lo que hubiera pasado con el país si Sendero y la izquierda hubieran tomado el poder en los 90´s.

Y así como estos casos, ejemplos de la hipocresía y doble moral de la clase dirigente de izquierda, hay muchos. Es una pena que -una vez más- la juventud de nuestro país termine siendo usada como carne cañón y meros instrumentos de gente de la peor calaña. Los jóvenes pueden tener la intención de generar cambios a partir de su lucha, nadie podría cuestionar la indignación que se ha generalizado producto de la inutilidad del gobierno para resguardar la vida, la libertad y la propiedad de las personas de bien frente al crimen; pero no nos engañemos, los vicios inherentes de la izquierda hacen que se pierda todo el sentido.

A gente como Raúl Noblecilla o Guido Bellido no les duele que un manifestante haya fallecido producto de los enfrentamientos con la policía, les duele que haya sido sólo uno. Es un imperativo moral dejar en evidencia las formas en las que procede esta clase de gente. Ellos no calculan el éxito de una protesta en la medida en que su voz llegue o no a los espacios de decisión, sino en función de la cantidad de violencia necesaria para desestabilizar al enemigo. Su lucha de contrarios está por encima de la vida de las personas, agudizar las contradicciones es más importante que la sangre de los peruanos; el buen salvaje que marcha termina siendo el alimento del revolucionario ideal, ese que no tira una piedras ni carga carteles.