Por: Erick Yonatan Flores Serrano
Coordinador General – Instituto Amagi
“Todas las dictaduras son inaceptables”. Es la sentencia de Vargas Llosa que despertó mucha admiración en la última conferencia que dio en Chile. Pone sobre la mesa una vieja discusión en las filas del liberalismo sobre el juicio que debe tener un liberal frente a los procesos políticos de corte dictatorial que han existido en la historia. ¿Todas las dictaduras son iguales?, es la pregunta de fondo en este asunto y responderla no es tan simple como hace parecer el ganador del premio Nobel de Literatura del año 2010.
Desde la filosofía moral, creo que todos estaremos de acuerdo en que una dictadura es algo deleznable. Aquí no puede haber medias tintas entre liberales y libertarios, una dictadura es una forma de gobierno donde el poder político se concentra en una persona y prácticamente no hay límites. Liberales y libertarios son enemigos de la concentración del poder sin que haya atenuante que valga. En este sentido, la superioridad moral frente a aquellos que reniegan de la dictadura de Pinochet pero callan con los más de cincuenta años que los Castro gobernaron en Cuba, es indiscutible.
Hasta aquí pareciera que la afirmación de Vargas Llosa es incuestionable y en términos morales lo es, pero esto no se resume sólo a la filosofía moral. Dentro de esta discusión, los resultados que se presentan en cada proceso político también son importantes para el análisis. Objetivamente hablando, la dictadura de Pinochet en Chile, generó las condiciones para que la sociedad chilena pueda iniciar un proceso político y económico que hoy lo presenta como el país más desarrollado y rico en la región; la dictadura de los Castro en Cuba, sin embargo, ha terminado de destruir los valores de la sociedad cubana y ha partido a la población en dos, por un lado está la gente oprimida que la dictadura ha condenado a vivir en la pobreza más abyecta; y por otro lado está la casta política que vive engolfada en los privilegios que otorga ser parte del poder político que gobierna la isla.
En un escenario mucho más cercano, los resultados de la dictadura de Velasco Alvarado son diametralmente distintos a los que se derivan de la dictadura de Alberto Fujimori. Mientras que en el primer proceso se inició con el crecimiento descomunal del aparato del Estado y una cruenta persecución contra la empresa privada, proceso que tuvo como corolario la crisis política y económica que estalló en el primer gobierno de Alan García; en el segundo, se pueden destacar aciertos en el terreno económico y político, ya que el Perú se recuperó de la inflación y escasez producida en periodos anteriores, y se pudo derrotar militarmente a las organizaciones terroristas que -en nombre del socialismo y el comunismo- nos dejaron un saldo de más de 30 mil personas muertas.
Afirmar que los resultados de algunas dictaduras son distintos en comparación de otras, no significa que caigamos en el juego de afirmar que existen dictaduras buenas y dictaduras malas, como erróneamente entiende Vargas Llosa. Quedarnos sólo con el juicio de condenar todas las dictaduras, pese a que moralmente es lo correcto, nos priva de un análisis mucho más rico en términos políticos, económicos y sociales. No existe una dictadura buena en términos morales, lo que existen son dictaduras que -comparativamente- terminan por presentar mejores resultados que otras; y en los ejemplos citados los hechos así lo demuestran. A final de cuentas, llevar la discusión al terreno moral no sirve de nada porque cualquier persona decente tiene que rechazar la dictadura de los Castro de la misma forma en que rechaza la dictadura de Pinochet; pero si queremos ampliar el horizonte de nuestro pensamiento, debemos entender que las dictaduras tienen sus peculiaridades y -a la luz de la evidencia- no son todas iguales.
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