jueves, 11 de junio de 2015

Derechos de izquierda


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero

En sus inicios los derechos eran condiciones y tareas que el pueblo le imponía al gobierno para aceptarlo como tal, pero se referían exclusivamente al respeto por la vida, la libertad y la propiedad. Hasta allí el mundo tenía sentido. Sin embargo, en el último medio siglo, la ideología ha revuelto los conceptos y hoy estamos inundados con derechos de toda clase. Algunos afirman que se debe a la “evolución de las ideas”, pero claramente se trata de la prostitución de los conceptos por parte del marxismo cultural, tarea emprendida el siglo pasado para dinamitar la cultura occidental y sus valores, pervirtiendo el sentido de la democracia y los derechos, conceptos odiados por las dictaduras comunistas.

Hoy casi cualquier cosa es un derecho. Si usted quiere convencer de algo a alguien solo dígale que es su derecho. Así lo hace la propaganda de la SUNAT cuando le dice al ciudadano que exija comprobante de pago porque “es su derecho”. Hoy se inventan los derechos en las campañas electorales. Para obtener gratuitamente algo del Estado solo tiene que convertirlo en un derecho. Ahora se habla de los derechos de los animales y del medio ambiente. El caos de los derechos es obra conjunta del marxismo y del relativismo posmoderno, con la ayuda del ejército más tenebroso que hay: los abogados. Así hemos arribado a la nueva era del mundo socialconfuso edificado con grandiosa palabrería progresista sobre una realidad precaria.

Los derechos socialistas sustentados en demagogia lírica tienen un costo para el Estado, y hasta para la empresa. Por ejemplo, el “derecho al trabajo”. ¿Qué es eso? El trabajo es una forma de vivir o quizá hasta una obligación social, pero ¿un derecho? ¿Quiere decir que alguien carga con la obligación de proporcionar trabajo? Es un absurdo. Fue la fabulosa Constitución velasquista de 1979 que impuso, en medio de su frondosa charlatanería, que “el trabajo es un deber y un derecho”. Más aun, creó el “derecho a la estabilidad en el trabajo”. No es raro pues que esa Constitución nos llevara al desastre total. Pero la nueva Constitución no corrigió el disparate del “derecho al trabajo”.

Hay seudo derechos que inquietan más, como el supuesto “derecho a la protesta”. Muchos viven convencidos de que es un garantía constitucional, lo cual es falso. Lo que asegura la Constitución es el derecho a reunión pacífica, y bajo el apercibimiento de la autoridad cuando es público. Reunirse no equivale a protestar. Y menos cuando las protestas se sustentan en el amedrentamiento de los demás, el bloqueo de carreteras, el daño a la propiedad y el ataque a la policía. Llamar “derecho de protesta” al vandalismo desatado por unas minorías para imponer su posición, es la estrategia de la izquierda dentro de su lógica de ocultarse detrás de los “derechos sociales”. Una táctica que hoy utilizan las FARC al invocar el “derecho a la rebelión” para impedir su juzgamiento como lo que son: criminales. No están muy lejos los etnocaceristas que invocan el “derecho a la insurgencia”.

El pensamiento mágico del progresismo se sustenta en el poder místico de la palabra. Llenan sus constituciones y leyes con palabrería dulce y apelan a etiquetas cursis. Creen que, al igual que en el Génesis, basta la sola palabra para que las cosas aparezcan de la nada. No debemos quedarnos callados ante la ofensiva retórica del progresismo. Eliminemos la telaraña de absurdos “derechos sociales” inventados para justificar su parasitismo social, consagrar su clase social de chupasangres del Estado, así como sus paros, marchas y vandalismo. No existe ningún derecho al trabajo, ni a la estabilidad laboral ni a la protesta. Tampoco a la insurgencia en una democracia plena, sustentada en un Estado de derecho, con separación de poderes y elecciones libres, periódicas y supervisadas internacionalmente. Que vayan a Cuba a exigir tales derechos sociales.

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