viernes, 4 de enero de 2019

La decadencia republicana


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

No hay nada que festejar al inicio de este año, a poco de cumplir el bicentenario de la independencia. El país está convertido en un circo, donde el presidente se dedica a hacer piruetas para divertir a las galerías. Está obsesionado con agradarle al populacho, y es capaz de cualquier cosa para ganarse los aplausos de la gente. 

El último exabrupto presidencial fue el retorno apresurado desde Brasil, apenas a cuatro horas de llegar para cumplir con el protocolo de la investidura de Bolsonaro. ¿Qué motivo su inesperado cambio de planes de Vizcarra y el desaire al nuevo presidente de Brasil? Un cambio de fiscales decidido por el Fiscal de la Nación, hecho dentro de sus atribuciones. 

Seguramente un extranjero que lea esto se preguntará ¿qué tiene que hacer el presidente de la República con las decisiones que toma el Fiscal de la Nación? Pues absolutamente nada. Pero el Perú es una República que resulta cada vez más difícil entender, ya que discurre por el sendero sinuoso de los exabruptos presidenciales. La decisión de Chávarry no era de su incumbencia, pero Vizcarra vio la oportunidad de brillar nuevamente en el escenario montando su show unipersonal. 

De regreso al Perú ordenó a su ministro de Justicia que le redacte una ley para atropellar la autonomía del Ministerio Público, sacar al impertinente Fiscal dela Nación y a toda la Juta de Fiscales Supremos para nombrar a los que le gustaban a él. Así de simple. Un despropósito que, desde luego, fue aplaudido por las muchedumbres histéricas. Y es que hoy en el Perú ya no manda la Constitución ni la ley sino las calles. 

Ahora somos una republiqueta bananera donde todo vale si es que el populacho aplaude. No sería raro ver al presidente Vizcarra tirándole tortazos en la cara a sus ministros para agradar a la gente. Está solo a un paso de eso. Ya es todo un cómico ambulante caminando por las calles, blandiendo su último decreto para traerse abajo al Ministerio Público, en medio del delirio de las masas idiotas.

Las cada vez menos voces pensantes que quedan en este país, le han advertido al presidente que su último decreto es otro mamarracho inconstitucional como el anterior, el del referendum. Pero como dije antes, acá ya nada de eso importa. La demagogia vuelve todo válido, si es que eso es lo que le gusta a la gente. Lo dijo claro el presidente: quien gobierna es el pueblo, él solo obedece.

Pero Vizcarra no solo envía proyectos de ley inconstitucionales, sino que los hace al mejor estilo de un dictador: urgiendo al Congreso a aprobarlo cuanto antes y bajo amenaza de disolución. Así es como anda este país. Pero todo parece estar bien porque el populacho aplaude. Le encanta el circo y el show del presidente, quien no se quita ni para dormir su disfraz de luchador anticorrupción. 

La fórmula de Vizcarra es bastante simple: se ha dedicado a darle al pueblo el show de la lucha contra la corrupción en tres funciones diarias. Sabe que eso le gusta a la gente y está dispuesto a cortar cabezas en la plaza pública si hace falta. Con la excusa del apoyo popular, Vizcarra está convertido en un dictador, en todo el sentido de la palabra, pues ha supeditado todo al gusto de las masas. El mejor respaldo de sus actos ya no es la ley ni la Constitución sino la calle. 

El perfil del dictador está claro. No solo tiene el típico respaldo popular del que siempre ha gozado todo dictador, desde Hitler hasta Fidel Castro, o para hablar en términos más propios, desde Velasco hasta Fujimori. No olvidemos que Fujimori nunca perdió una elección, y no necesitó hacer trampa. Es seguro que si Vizcarra convoca ahora mismo a elecciones generales y se presenta como candidato, las ganará sin ninguna duda, y por amplio margen.

Vizcarra no solo goza del apoyo popular de todo dictador que hace alarde de prepotencia y valentía, amenazando o avasallando a los otros poderes del Estado, sino que también cuenta con el respaldo casi unánime de los medios de comunicación, tanto informativos como columnistas. En estos tiempos los periodistas se pelean por ser el mejor adulón del presidente. 

Pero además de la prensa, siempre aparece una fila de agachados chupamedias dispuestos a recibir la bendición del dictador y ponerse a sus órdenes. Es el caso, por ejemplo, del presidente del Congreso, quien no ha demorado nada en exigir a los congresistas que se apuren en tramitar el proyecto de ley llevado al Congreso por el propio presidente en persona y caminando por las calles. 

Realmente es patético lo que vive el Perú en estos días. Todo el ridículo al que se ha llegado tiene el cándido envoltorio de una cruzada moral. ¿Desde cuándo se puede luchar contra la corrupción pisoteando las instituciones, la ley y la Constitución? ¿Desde cuándo el "todo vale" es el mecanismo para devolverle la institucionalidad al país? ¿Desde cuándo el presidente es el que todo lo sabe, el que todo lo puede, y tiene carta abierta para aplastar a cualquier institución del Estado?. 

Claro que todo eso se hace invocando muy buenas intenciones. ¿Pero cuándo no ha sido así? Son las buenas intenciones las que han creado todos los infiernos en que viven millones de seres humanos, que pagaron muy caro su apoyo a dictadores iluminados que perecían saberlo todo, pero nunca pudieron hacer más que destruir lo que había. Por el momento no parece que el Perú sea capaz de escapar a la vorágine en que Vizcarra nos está conduciendo. 

jueves, 3 de enero de 2019

La corrupción en el siglo XXI


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero

Todos los políticos tienen un discurso de campaña y un cuco a quien culpar. En el Perú, desde los tiempos de Toledo, ese discurso es la “lucha contra la corrupción” y el cuco es el fujimorismo. Si bien la corrupción ha sido materia de estudio desde tiempos inmemoriales, es desde Toledo que pasa a formar parte del discurso y la acción política, saliendo del ámbito fiscal y judicial, al que pertenece. Hoy ese discurso está todos los días en boca del presidente Vizcarra de una manera obsesiva, y sus acciones giran casi exclusivamente alrededor de ese tema, llegando incluso a extremos peligrosos.

Toledo hizo de la lucha contra la corrupción su bandera porque acababa de finalizar el fujimorismo de los noventa. Se puede decir que estuvo justificado. Esa corrupción fue materia de estudio y tema del informe de la CVR. Desde entonces se fijó en la mente colectiva que corrupción era fujimorismo. Las últimas tres generaciones han sido adoctrinadas en esa idea. Sin embargo, mucha agua ha corrido bajo el puente desde los días de Toledo, y la corrupción sufrió una metamorfosis que, al parecer, nadie quiere notar. Hoy la corrupción ya no es el fujimorismo, por más que un sector quiera insistir en ese refrito. Hay una evidente falta de concordancia entre la imagen colectiva de la corrupción con la realidad.

Me llama la atención que, cuando se habla de corrupción, todavía muchos siguen poniendo al fujimorismo como protagonista. Este desfase nace de la falta de actualización de los estudios sobre corrupción. En la academia todavía se sigue tomando como fuente el informe de la CVR, y no hay nuevos estudios que abarquen este siglo. La recomendación académica, no obstante, es que las fuentes de estudio sean vigentes, con una antigüedad no mayor de cinco años.

Hasta hoy la academia y la prensa siguen empleando términos referidos a los noventa para tratar el tema de la corrupción. Lo que indica que están desactualizados. Han pasado 18 años y siguen en lo mismo. Y pretenden usar a Keiko Fujimori como imagen actualizada de la corrupción, apelando a la precariedad moral de sus congresistas y al circo fiscal armado alrededor de sus aportes de campaña, que es una farsa jurídica asquerosa.

Los últimos cuatro presidentes están sindicados en actos de corrupción por la Fiscalía, aunque aún no formaliza denuncia penal. Acaban de encarcelar a un fiscal supremo, y un juez supremo está prófugo. El presidente de la Federación Peruana de Fútbol está preso, muchos gobernadores regionales y alcaldes, incluyendo los recién juramentados, están acusados o presos. Todo este panorama tenebroso de megacorrupción generalizada todavía no está cabalmente estudiado. Por ello me extraña que el discurso contra la corrupción siga usando al fujimorismo como emblema, sobre todo en cierto sector que ha estado saboreando las mieles del poder en estos últimos años y que está muy comprometido, especialmente en la prensa.

La corrupción del siglo XXI es mucho más compleja que la de los noventa. Los de ahora han robado “legalmente” haciendo sus propias leyes para megaobras que nadie necesita, han comprado congresistas con prebendas, han hecho del transfuguismo una práctica común y hasta un derecho, han repartido favores con estudios y asesorías, y han comprado a la prensa con factura. Controlan a los principales medios de comunicación y a varios periodistas que son ardientes defensores del statu quo. Siempre con el uniforme de antifujimorista militante, requisito indispensable para estar al frente de un programa.

La corrupción del siglo XXI ha mantenido el discurso de la lucha contra la corrupción con total descaro, pero colocando la foto del fujimorismo para engañar a los bobos. Es evidente que ha sido parte de la estrategia de esta mafia mimetizarse detrás del fujimorismo. Es por eso que hoy vemos el escenario extravagante en el que se lucha contra la corrupción de jueces, fiscales, gobernadores, alcaldes, generales y ex presidentes, de todos los partidos, pero la gente sigue cacareando su relamido antifujimorismo. Esto no calza con la realidad.

Mi hipótesis es esta: la corrupción está utilizando al fujimorismo como chivo expiatorio. La academia está desactualizada porque los mismos entornos académicos están infectados de corrupción y tienen intereses comprometidos. La prensa está chantajeada por la corrupción que le da de comer. La pregunta es simple ¿dónde está el dinero que alimenta a la corrupción de nuestros días? El que maneja la chequera es la mano que mece la cuna.

La Fiscalía tomada por la izquierda


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

El Ministerio Público es hoy un estropajo con el que todos quieren trapear el piso. El objetivo que se planteó la izquierda, desde que vio asomarse la sombra de Pedro Chávarry al cargo de Fiscal de la Nación, se está cumpliendo. Ha sido una intensa campaña de demolición de varios meses, en los que han participado congresistas, periodistas activistas, representantes de la izquierda variopinta y, por último, el contingente callejero que siempre está a las órdenes para salir a marchar.

Sin duda Pedro Chávarry no es un hábil operador político. Acaba de demostrarlo haciendo una movida de fichas en el momento más inoportuno y sin la debida sustentación. Su mensaje fue un embrollo y las razones se perdieron entre tanta palabrería. Fue muy temerario tocar a dos personas que ahora son más bien personajes, endiosados por la prensa y las redes sociales. No solo fue un mal cálculo sino, evidentemente, mal coordinado, pues nadie lo secundó, ni siquiera los nuevos fiscales nombrados por él, y al final se quedó solo. 

Lo que plantea este escenario es la profunda crisis institucional del Ministerio Público, que hace tiempo viene siendo socavada desde sus cimientos por fiscales que trabajan en coordinación directa con la mafiosa ONG roja IDL, al mando de Gustavo Gorritti, funesto personaje de la izquierda caviar que no tiene ningún reparo en lucirse públicamente como el manipulador de estos fiscales, y en exponer en su web las filtraciones que consigue desde la Fiscalía, presentados jocosamente en su medio digital como "periodismo de investigación", cuando solo son notas de filtración.

Lo grave de todo esto es que a nadie parece importarle que varios fiscales (nadie sabe cuántos ni cuáles) respondan a los intereses de IDL y no a los del Ministerio Público y la nación. De hecho, el ex Fiscal de la Nación, Pablo Sánchez es uno de esos infiltrados que responde a IDL. De allí la desesperación de la izquierda caviar de mantenerlo en el cargo, lo que no pudo conseguir y dio paso a la despiadada campaña de demolición de Pedro Chávarry, invéntándole toda clase de embustes. 

La presencia de Gustavo Gorritti en la conferencia de prensa de sus dos famosos fiscales, Vela y Pérez, fue más que una evidente muestra de cercana complicidad. Ha trascendido que fue en IDL donde se diseñó la estrategia legal para la defensa de estos fiscales, cuyo primer paso fue la apelación a al Junta de Fiscales Supremos, donde cuentan al menos con el apoyo de Pablo Sánchez, y quién sabe quiénes mas. De hecho la respuesta positiva fue inmediata. 

La consecuencia final de todo esto es que Pedro Chávarry se quedó solo y lo más probable es que lo hagan renunciar. No hay cargos contra él, pues no ha cometido nada ilícito; solo ha hecho uso de sus prerrogativas legales, pero su pecado es haber enojado a los caviares, y sobre todo, haber osado enfrentar el poder de IDL y de toda la mafia caviar que controla los hilos del poder.

De otro lado, tenemos ahora al desequilibrado fiscal José Domingo Pérez gritando con megáfono en mano que se vaya Chávarry. Ahora no solo quiere que renuncie al cargo sino que se vaya del Ministerio Público. Esto es lo que pasa cuando no te ocupas de tus enemigos en el momento oportuno. Pedro Chávarry debió echarlo de la Fiscalía apenas este fiscal demente salió envalentonado de la audiencia en que apresó a Keiko y se puso a gritarle a la prensa que Chávarry debía renunciar. Eso era suficiente para proceder con total legalidad y separarlo del cargo mientras se le abre un proceso disciplinario. Pero Chávarry no hizo nada y el demente fiscal es hoy su verdugo.

Y por supuesto, todo este show contra Chávarry fue vendido a las masas, una vez más, como una "lucha contra la corrupción" y, para variar, estimulando el sentimiento antifujimorista de las últimas generaciones que han vivido adoctrinadas en el odio al fujimorismo y los noventas. De allí que haya tanto socialconfuso tratando de vincular a Chávrry con Keiko Fujinmori y el Apra, por el solo hecho de que ninguno de estos grupos se prestó a la farsa de acusar constitucionalmente a Pedro Chávarry en el Congreso. Así les devolvieron el pago cuando los grupos izquierdistas y oficialistas blindaron a Pablo Sánchez un año antes, cuando fue acusado de negligencia por no haber hecho nada en el caso Lavajato. Ese sucio blindaje de Sánchez fue vendido como "defensa de la institucionalidad", y ahora la expulsión de Chávarry es camuflada como "lucha contra la corrupción". Ese es el juego de palabras con que la izquierda confunde a los incautos y esconde sus verdaderas intenciones.

Al final ha quedado claro que ni Keiko ni el Apra estuvieron blindando a Chávarry por un interés particular, y que Chávarry nunca movió un dedo para favorecer ni a Alan ni a Keiko. Así que todo ese circo montado por los farsantes de izquierda, poniendo una vez más al cuco del fujimorismo para volver a engañar a los mismos incautos de siempre, y aprovechar los ímpetus rabiosos de los amaestrados en el antifujimorismo, ha quedado en evidencia. La izquierda cuenta con un contingente de perros rabiosos amaestrados para ladrar apenas ven la foto de Keiko, y tratan de usarlo siempre.

Por último, Keiko Fujimori claudicó ante la adversidad y se allanó a los dictados de Vizcarra, en sus intentos de declarar en emergencia el Ministerio Público, y pidió a sus huestes que lo apoyen, con lo cual, Keiko dejó de ser la lideresa de la oposición y tendrá que también ser removida de su pedestal. El Apra le quitó su apoyo a Chávarry y le sugiere que renuncie por torpe. Lo que está por verse es qué pasará finalmente con el Ministerio Público, que por ahora es la chacra de la izquierda oenegera y de sus lacayos infiltrados. Ya veremos hasta dónde podemos seguir cayendo como país.