martes, 16 de agosto de 2016

Progresistas de todos los colores


Por Maria Marty

Si nos fijamos en la lista de países con mayor libertad económica, también se verá algunos de los más ricos. A menudo tienen el mayor poder adquisitivo per cápita, mientras que los países más pobres tienen menor libertad económica y de otra índole. Los Estados Unidos y Canadá son los más libres y los más ricos. Venezuela y Cuba son los menos libres y los más pobres. ¿Tiene esto alguna relación? Esta comparación básica entre los países hace que sea obvio ver un vínculo directo entre el respeto de los derechos individuales y el progreso de una nación. 

Pero parece que hay otro tipo de relación entre la pobreza y el colectivismo, en el que los individuos están subordinados a toda clase de colectivos reales y conceptuales: comunas, patria, raza, clase, proletarios, trabajadores, revolucionarios, compatriotas, etc.

Pero la pregunta clave aquí es: si la evidencia económica evidencia claramente la superioridad del capitalismo ¿por qué tantos países insisten en diferentes versiones del socialismo y el colectivismo fracasado? Obviamente, las razones por las cuales una persona prefiere ser (consciente o inconscientemente) un colectivista no son económicas sino filosóficas y, más bien, psicológicas. Revisemos brevemente los tipos de colectivistas.

En primer lugar, existe el colectivista ignorante. Entre ellos se encuentran muchos jóvenes que aman lo que consideran "un ideal". Sólo ven la superficie, sin entender lo que hay detrás de ese discurso. Los jóvenes necesitan sentirse parte de un grupo y por ello les atrae el colectivismo. Están llanos a formar parte de colectivos y de ir a la acción en masa guiados por consignas fáciles. No son capaces de relacionar causa y efecto, lo que no les permite ver, por ejemplo, que lo que provocó la riqueza de los Estados Unidos no se debe a la geografía o al destino o la explotación de los países pobres. Es debido a la Constitución y la Declaración de Derechos, y su estricto respeto, que se asegura a cada uno de los ciudadanos la total libertad para expresarse, producir y negociar. Este tipo de colectivistas puede llegar a superar su condición de tal con información y una buena formación.

Por otro lado, existe el colectivista envidioso que ve al colectivismo como la única solución a sus falencias psicológicas. Su frustración lo lleva a odiar todo lo bueno simplemente por ser bueno, y hasta llega a odiar a quienes disfrutan de riquezas y bienestar social, viéndolos como enemigos. Estos colectivistas frustrados quieren destruir el sistema que consideran "injusto", prefieren la pobreza general, la angustia y la muerte sobre la prosperidad, la riqueza y la felicidad. 

Luego tenemos al colectivista inseguro que no confía en su propia capacidad personal para vivir de forma independiente y prefiere la sensación de algún tipo de seguridad exterior. Internamente cree que su supervivencia depende de la capacidad o el poder de otros y por tanto está dispuesto a apoyar esta clase de proyectos colectivistas y autoritarios, y a obedecer sus órdenes y repetir sus consignas. 

También tenemos al colectivista hipócrita que no se opone a la libertad de mercado durante el proceso de creación de su propia riqueza, pero una vez que ha logrado su bienestar maldice al capitalismo y abraza al colectivismo. Le encanta ser admirado por los jóvenes colectivistas que lo ven como líder y guía. Ama a los productos generados por el capitalismo, pero prefiere a otros para producirlos.

El colectivista fashion es todo discurso y floro. Ha logrado vivir una buena vida, pero ahora todo su discurso contradice los valores que le han permitido progresar. Basta escuchar a los actores de Hollywood y a muchos artistas. Todos ellos son millonarios gracias al sistema capitalista, pero les encanta levantar la bandera del colectivismo socialista siempre que tengan una audiencia de jóvenes inconformes y confusos en busca de líder. 

El más peligroso de todos los colectivistas es el que no sabe que es un colectivista. Fue educado en el altruismo, pero vive de sus hermanos. Se siente culpable por su destino, clase y posición, y cree que otros han adquirido derechos sobre su existencia, ya que él mismo no hizo nada por lo que tiene. Nunca votaría a favor de Castro, Maduro ni Kirchner, pero apoya la intervención del Estado para implantar el bienestar común con impuestos, redistribución de la riqueza y planes sociales, al mismo tiempo que condena la moral y el egoísmo de Messi para ocultar su dinero en un paraíso fiscal.

Todos los colectivistas -consciente o inconscientemente- creen que el fin justifica los medios. Ya que los sacrificios rara vez son voluntarios, terminan justificando el uso de la fuerza como una herramienta para la obtención de las metas superiores que conciben.

Para acabar con el colectivismo, aquellos que no son ni ignorantes ni envidiosos, ni hipócritas, ni inseguros, deben revisar las normas por las que vivimos. Es importante poner al individuo por delante del colectivo, y colocar la razón antes que la fantasía.

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