jueves, 16 de julio de 2015

Tarata una vez más


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Es sorprendente ver que todo el progresismo fanático de "la memoria" ha estado mudo hoy, que se conmemora un aniversario más del horroroso atentado terrorista que desoló la calle Tarata en Miraflores, un 16 de julio de 1992. Ni un solo medio de izquierda le ha dedicado una nota. A veces hay silencios que dicen mucho. Tengo la impresión de que el progresismo odia Tarata porque fue el inicio del fin del terrorismo. Justo cuando Sendero Luminoso parecía sitiar la capital y apoderarse del temor de millones de ciudadanos, una mañana escuchamos la maravillosa noticia de que habían capturado al genocida más grande de nuestra historia: Abimael Guzmán.

La brutalidad de Tarata coronó de la manera más cruel la ola de coches bomba con que los terroristas atacaban la ciudad sin clemencia. En 1992 los atentados se multiplicaron con fiereza y maldad. Un mes antes de Tarata, un camión bomba había volado las instalaciones de Frecuencia Latina en San Felipe, dejando media manzana de casas destruidas. Antes, en mayo, otro salvaje coche bomba había detonado en San Isidro, en el cruce de Juan de Arona y Rivera Navarrete, dejando un forado de 7 metros y todos los edificios sin vidrios a lo largo de diez cuadras, incluyendo mi oficina. Era el tercer atentado en esa misma zona odiada por los senderistas y emerretistas.

Pero lo de Tarata fue mucho peor. Ya no se trataba de una comisaría, una instalación eléctrica, una entidad bancaria, un medio de comunicación. Era la misma población civil como objetivo. El mensaje era claro: ahora empezarían a asesinar gente, barrios, vecindarios. Recuerdo que las fiestas patrias de aquel año fueron las más desoladas y tenebrosas de la historia. Nadie quería salir. Tenían miedo. Solo esperaban el próximo coche bomba. Se dudaba de hacer el desfile militar. No recuerdo si lo hicieron. Lo que si recuerdo es que mucha gente de izquierda comentaba que el triunfo de Abimael Guzmán era ya inevitable, que había logrado doblegar al Estado de derecho y que el golpe de Fujimori había sido en vano, que sus medidas ya no impedirían nada. 

Felizmente ocurrió lo contrario. Unos meses después amanecimos con la increíble noticia de que por fin el maldito de Abimael Guzmán había sido capturado. Gran parte de la cúpula de Sendero Luminoso también había sido capturada en los últimos meses y puesta a buen recaudo, bajo las medidas extraordinarias dictadas por el gobierno de Fujimori tales como los jueces sin rostro y el fuero militar. Así se puso fin a la coladera del Poder Judicial incompetente, infiltrado y corrupto. Se recuperaron las universidades tomadas por los extremistas y convertidas en centros de reclutamiento, propaganda y adoctrinamiento. Se recuperaron las cárceles convertidas en santuarios senderistas. Así que con la captura de Abimael Guzmán se le cortó la cabeza a la serpiente terrorista y esta dejó de ser una amenaza para el Perú. Todo empezó a cambiar muy rápidamente y recuperamos la libertad y la tranquilidad.

Una década más tarde se creaba la nefasta Comisión de la Verdad y Reconciliación a cargo de los viejos amigos y ex colegas de Abimael Guzmán, ex militantes de izquierda radical, terroristas del MIR y defensores del marxismo, junto con algunos otros personajes oscuros. Detrás de los comisionados, un verdadero ejército de izquierdistas oenegientos, sociólogos PUCP conocidos por su progresismo extremistas, se encargaron de perpetrar el informe que pretendía contarnos cómo habían ocurrido los hechos de violencia del "conflicto armado interno". Y fue allí donde estos sinvergüenzas soltaron el bulo descarado de que los limeños solo tomaron conciencia del terrorismo a partir del atentado de Tarata. Lo cual es no solo un insulto a la verdad, sino una muestra de su desprecio por los limeños que no se amedrentaron con los coches bomba. 

Probablemente lo que nunca olvidarán los progresistas que hoy idolatran la "memoria" que a ellos les conviene es que los ciudadanos embanderamos nuestras casa el día de la captura de Abimael Guzmán como muestra de alegría y de patriotismo. Toda una ciudad embanderada por una acción espontanea fue el mayor desprecio que se le pudo mostrar a esa izquierda que se alistaba a recibir a Abimael Guzmán como el nuevo mesías, el Fidel Castro de los 90. Lástima que perdieron el partido, tal vez en el minuto final, es cierto. Y luego trataron de ganar en mesa con la CVR. Pero no lo permitiremos. 

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