Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Y finalmente Ollanta Humala acudió al evento evangélico de fiestas patrias luego de negarse por 4 años. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión? Al parecer son efectos de su baja popularidad. No hay mejor forma de explicar su cambio de actitud, lo cual, al mismo tiempo convalida el perfil de Ollanta como un político zigzagueante y carente de definiciones. Sin ninguna duda, el único lema que respeta Ollanta Humala es el de Groucho Marx: estos son mis principios; si no les gusta, también tengo estos otros.
Era demasiado iluso suponer que detrás de la negativa de Ollanta para acudir al manicomio evangélico había una razón de principios. Nada más lejos de la realidad humalista. La única gran transformación que ha mostrado hasta ahora es la de su propia personalidad política. Claro que no es novedad que los políticos se abracen con su adversario, pacten con su enemigo y hasta besen la mano de su asesino. Se han visto casos. Bastaría recordar al aliado de Ollanta. El primero en correr a abrazar al líder nacionalista fue Alejandro Toledo, tras haber advertido al país que votar por Ollanta era dar un salto al vacío. Así que ¿cómo culpar a Ollanta por sus vaivenes ideológicos?
Pero tampoco se le puede quitar el mérito de haber impuesto semejante acto de huachafería política -como lo es la visita de un presidente a un acto religioso evangélico- a Alan García, un personaje prácticamente inimputable en materia de gestos políticos. Cómo olvidar que Alan García nos llevó a la hiperinflación de su primer gobierno por negarse a pagar la deuda externa en heroico gesto antimperialista. Tampoco olvidemos que le lanzaba flores a los senderistas mientras su premier Armando Villanueva acudía al cementerio de Huamanga a rendir homenaje a la terrorista Edith Lagos. Así que en gestos políticos Alan García es el campeón. Por eso no nos extraña que en su último gobierno, Alan García haya decidido acudir adonde los evangélicos exaltan a Dios blanqueando los ojos, mientras extienden las manos hacia el cielo.
El problema es que mientras nuestros políticos chicha pulen su perfil paseándose por cualquier lugar donde haya gente que los aplauda, sin distinguir si se trata de un mercado o una iglesia, el Estado peruano acaba perdiendo todo rastro de institucionalidad. Ya no podemos debatir seriamente acerca del Estado laico, cuando nuestros presidentes chicheros salen a cargar las andas del Señor de los Milagros del mismo modo como van a corear alabanzas a Jehová. Ya solo falta que se arrodillen y coloquen la frente en el suelo gritando "Alá". Es cosa de esperar a que los musulmanes aumenten. Solo depende de eso, porque nuestros presidentes están a la disposición.
Había dicho que resulta comprensible que se incluya a la Iglesia Católica en los festejos patrios por su rol en la formación de la República, pero siguiendo un protocolo y no para que el cardenal convierta la misa del Te Deum en un comité político haciendo del sermón una proclama ideológica. Ante todo el escenario político-religioso observado recientemente, lo evidente es que la personalidad de los representantes de la Iglesia y el Estado hacen imposible que en nuestro país prime la cordura y la institucionalidad. Lo único que cuenta en última instancia es el personaje con su afán de lucimiento y figuración personal. La institucionalidad se va al tacho. Como patético resultado, todo lo que nos queda hoy es un Estado pacharaco invocando al dios de Jacob, jurando ante Cristo y alabando a Jehová.