Por: Juan Carlos Vásquez Peña
Existe en estas tierras del sol y del indómito Inca, un minoritario pero importante porcentaje de personas que, aparentemente, vive aquejada de un mal mental clasificable como esquizofrenia leve (si es que existe tal cosa). Personas que sin una adecuada percepción de la realidad creen que un bien, producto o servicio que ahora disfrutan y consumen salió de la nada, y que no está relacionado con ninguna causa, proceso o trabajos que lo haya generado, y que, aplicando ese peregrino esquema de pensamiento, pueden seguir reclamando esos mismos productos o servicios y al mismo tiempo solicitar que los procesos y trabajos que lo produjeron sean suprimidos. Un sinsentido absoluto defendido con una seriedad e impavidez que desconcierta a cualquier persona con algo de sentido común.
Marissa Glave, activista progresista, “abajofirmante” habitual de cualquier comunicado a página entera de “La República” y figura fugaz de la izquierda “juvenil” que llegó a la Municipalidad de Lima con la lista de Susana Villarán de la que fue revocada por decisión del pueblo es una de las que padece, al igual que la gran mayoría de sus camaradas ideológicos, de esa esquizofrenia leve, casi imperceptible, bien disimulada. Recientemente ha publicado en una conocida red social el comentario revelador que acompaña este artículo y constituye el argumento central del mismo.
¿Cuántas veces hemos visto gente como Marissa Glave? ¿Cuántas veces el país ha tenido que padecer su estulticia? Gente que quiere el canon minero, el apoyo a las comunidades, la compra de productos locales, el escrupuloso control del medio ambiente y demás beneficios de la minería moderna… pero que no quieren una mina moderna en sus terrenos. Gente que quiere una señal de celular potente y permanente, con internet 3G o 4G de gran velocidad… y que no quieren tener una antena de celular cerca de sus casas. Gente que quiere electricidad constante las 24 horas en sus casas, así estén ubicadas en una remota zona rural… y no quieren que se instale una central hidroeléctrica o termoeléctrica. Gente que pide a gritos más servicios y mejores instalaciones e infraestructura al Estado y los gobiernos locales… pero arma un grupo de protesta cuando el Estado decide construir un hospital o colegio. Gente que pide justicia, penas drásticas y Estado de derecho… y apoya al primer grupo lumpenesco que bloquee una vía sólo porque la policía los reprimió o porque tienen un muerto producto de su propia violencia. Gente que habla de libertad, derechos humanos, tolerancia… y no son capaces de condenar las tiranias de Venezuela o Cuba. Gente que pide cultura a la TV y al Estado… pero desdeñan toda oportunidad de cultura gratuita y disponible en los medios.
La lista seguiría con muchos más ejemplos de este mal que aqueja a esos cerebros confundidos, y termina dejando muchas sombras y serias dudas, no sólo de la capacidad mental de los afectados, sino también de una sociedad donde este mal puede propagarse con tanta facilidad entre los cerebros más jóvenes gracias a un sistema de pensamiento tan aberrante y contradictorio. Si queremos mejorar el país hay que comenzar por combatir este daño mental que infecta a miles de peruanos desde la retórica de la izquierda, y que los hace sostener, sin una mínima pizca de vergüenza o rubor, una posición y su contraria como si fueran consecuencias lógicas.