Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero
El avance de la tecnología en las comunicaciones ha generado un hecho insólito: hoy las voces de los charlatanes e ignorantes se escuchan y se propalan con más rapidez, frecuencia y estridencia que las de los intelectuales y especialistas. Adicionalmente resulta muy fácil montar campañas de toda índole regando las más desaforadas ideas, siendo que las más simplonas y tontas tienen mayor impacto en la gente común y corriente vía los memes.
Una campaña puede reducirse a una sola imagen retocada con un mensaje banal que busca estimular los miedos y odios, es decir, las emociones primarias de las personas contra todo lo que uno desee, por ejemplo, las antenas de telefonía, los transgénicos, las corridas de toros, programas de TV, etc. Siempre son campañas fundamentalistas en defensa de valores superlativos como el medio ambiente, los animales, el agua, la vida, la familia, los derechos, la cultura, etc. Toda una ideología se reduce hoy a un concepto hueco y un meme. Ya no hay exposición de ideas. No es necesario.
Se ha dejado de lado el análisis, la información y las pruebas para dar paso al efectismo que busca ganar militantes a favor de la causa en base al miedo o la indignación. No hace falta que piensen, basta que se indignen. No se necesitan seres pensantes sino masas indignadas. Tampoco se exponen razones, basta salir como una tribu de salvajes a gruñir consignas en las calles. Su razonamiento es básico, binario: si minería entonces contaminación, si antenas entonces cáncer, si empresa entonces explotación. Su mundo es también elemental. Ya han identificado a los malos y a los buenos: CONFIEP malo, sindicatos buenos.
Los usuarios de estas tecnologías se han visto repentinamente empoderados. Son jóvenes, por lo tanto carecen de conocimientos y experiencia. En buena cuenta, no saben lo que dicen. Pero hablan. Y ahora son los que más hablan. Escuchamos a jóvenes que no han acabado la carrera ni han trabajado nunca, disertando sobre leyes y derechos laborales. Apenas tienen una vaga idea de lo que es un sindicato e ignoran por completo lo que fue la gran era de los dinosaurios sindicales en el Perú de los 70 y 80, pero defienden a los sindicatos y –más aun- proponen sindicalización forzosa. Y están dispuestos a marchar una y otra vez, hasta que los políticos peleles de hoy salgan a tomarse fotos con ellos y les hagan caso convirtiendo sus caprichos en ley.
Un equivocado concepto de democracia, propio de estas épocas de confusión y mediocridad, ha llevado a creer que marchar por las calles, tomar carreteras, convocar paros, con sus clásicas secuelas de barbarie y muerte, son formas válidas de protesta social y expresiones de democracia. No son ni lo uno ni lo otro. Son simples muestras de primitivismo tribal, justificable apenas en aquellos pueblos abandonados a su suerte por el Estado, pero de ninguna manera en plena capital.
Los políticos no tienen agallas para condenar las marchas callejeras de los jóvenes. Peor aún, las exaltan y aplauden. Creen que por el hecho de su inmadurez poseen un valor superior a los seres humanos ya formados, cuando es exactamente lo contrario. Todo esto hace que nuestros tiempos sean especialmente difíciles. Quienes deberían aprender quieren enseñar y quienes deberían enseñar no se atreven a hacerlo. Estamos perdiendo la razón. Y esto no es ninguna exageración.
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