Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
No me hago ilusiones con la investigación a Nadine Heredia. Estamos en un país sumergido en la corrupción y la mediocridad, y por cualquiera de estas razones puede caerse la investigación, como ya ha ocurrido antes. Pero al margen de esto, es necesario tener claro que una cosa es la verdad y otra lo que se puede probar legalmente. Se trata de dos cosas diferentes. La verdad es a veces ridiculamente obvia y hasta las evidencias saltan como grillos por todos lados, pero cuando las instancias judiciales quieren obstaculizar un proceso, hay muchas formas de impedir que la verdad salga a la luz.
Este no es el proceso contra Alberto Fujimori donde bastaban los indicios supuestos, los testimonios de terceros y las sospechas irracionales para acabar prontamente un complejo proceso basándose en una gaseosa teoría de autoría mediata jamás usada, y con cargos que el juez sacó de su manga sin que la parte fiscal los haya expuesto en ningún momento. No. Este no es un caso así. Es todo lo contrario. Acá se trata de ocultar las evidencias y ponerse exquisitos con la verdad. Se trata de los amigos de la clase políticamente correcta. Para ellos, la ley es escrupulosa.
No me extrañaría que el caso de Nadine Heredia quedara archivado, como ya lo fue antes, ni que pase lo mismo con Alejandro Toledo. Ellos son parte de la casta de intocables por la ley. Son los casos en que las pruebas desaparecen mágicamente, los testigos se arrepienten curiosamente, los jueces y fiscales están prestos a archivar el caso y hasta (se han visto casos) el fiscal acaba suicidándose. ¿En qué quedó el escandaloso caso de las firmas falsas de Toledo? En nada. ¿En qué quedó el caso de Ollanta Humala en Madre Mía? En nada. Los tres millones de firmas falsas desaparecieron como por arte de magia y el expediente militar completo del capitán Carlos desapareció de la faz de la tierra. Son casos más misteriosos que los expedientes X.
Desde la caída de Fujimori, al Perú se lo disputaron a mordiscos jaurías de hienas trepadoras y sin escrúpulos que se peleaban por el poder mientras gritaban "recuperemos la democracia". Fue el inicio de una nueva era de salvapatrias salidos de la nada que organizaban un show popular de "lucha por la democracia", con típicas asonadas callejeras o delirantes asaltos de campamentos mineros. Una vez convertidos en figura mediática, iniciaban sus letanías a favor de la democracia y de los pobres. Ya desde allí iniciaron a llenarse los bolsillos con los aportes de campaña. Es bien sabido que George Soros le donó un millón de dólares a Toledo para su marcha de los cuatro suyos, pero este solo gastó el 10% mientras su sobrino depositaba el resto en tres cuentas. Esto no es delito pero pinta de cuerpo entero a la cepa de vividores que llegó a la política en el presente siglo, todos ellos disfrazados de luchadores por la democracia y enemigos jurados del fujimorismo.
Ollanta Humala no es nada diferente. Es peor. Nunca el gobierno del Perú había caído en peores manos, salvo los pocos días en que los hermanos Gutiérrez mandonearon en Lima luego de darle un golpe al presidente Balta. Estos hermanos Gutiérrez cometieron el gran error de asesinar al presidente Balta y pagaron con sus vidas semejante atrevimiento. Desde entonces, los asaltantes del poder se cuidan de desprestigiar al presidente derrocado, convirtiéndolo en el monstruo que hay que combatir y al que es mejor mantener alejado en el exilio o encerrado en prisión.
Desde que Ollanta saltó a la fama con el Locumbazo no hizo más que vivir de la política. No es más que un parásito de la política. A este vil oficio se sumó su esposa Nadine. Ambos han vivido como reyes desde que incursionaron en la políticas con pretensiones de llegar al gobierno. ¿Cómo lo hacen? Pues gracias a las misteriosas donaciones provenientes del lado oscuro del poder. Primero, como ya todos saben, fueron los millones que Hugo Chávez invirtió para convertir a la parejita de indeseables e figuras públicas. Hasta los recibió en el palacio de Miraflores, en Caracas, mezcládolos con todos los líderes del clan chavista. Lástima para ellos que los peruanos decidieron arriesgarse con Alan García en el 2006. Claro que muchos aportantes menores a la campaña cobraron sus intereses como congresistas del período 2006-2011.
Pese a la derrota, las donaciones siguieron llegando, permitiendo a la parejita de zánganos vivir como reyes sin dar cuentas a nadie. Ni Ollanta ni Nadine tuvieron un empleo en los últimos 15 años. Toda sospecha fue respondida con su pensión militar y algunas asesorías de Nadine que iban apareciendo misteriosamente. El corrupto abogado de la parejita ha salido a decir muy orondo que Nadine es una comunicadora y que en esa condición ella puede dar asesorías hasta por viajes espaciales. A ese nivel de conchudez se ha llegado en este caso. Las facturas por asesorías lo aguantan todo.
De hecho las asesorías y los estudios son la nueva forma de corrupción de alto nivel. Solo hay que recordar las grandes sumas de dinero que la gestión de Susana Villarán malgastó en asesorías muy sospechosas que nunca sirvieron para nada. Ahora resulta que Nadine tiene asesorías para casas de cambio, empresas de tratamiento capilar y revistas, entre otras. Es lo máximo. Pero mientras sigan saliendo padrinos como Maiman para cubrir las fechorías de Toledo y asesorías que limpian los ingresos malhabidos de Nadine y Ollanta, el mundo de ficción que es la política peruana seguirá su curso sin perturbarse. Los verdaderos corruptos seguirán paseándose en el poder, limpios de toda culpa, mientras otros seguirán pagando en prisión para darles credibilidad a los mafiosos.
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